- InvitadoInvitado
Reencuentro de Mánia con su hermano
19/03/20, 08:10 pm
Llovía a cántaros, como era habitual por esa zona del valle. Mánia llegó volando mediante magia, un carruaje habría llamado la atención de los habitantes del pueblo y eso era lo último que quería. Pasó levitando los pastos para no mancharse las botas de barro y continuó por el camino de piedra hasta los soportales que cercaban el centro del pueblo. No se quitó la capucha ni aún estando a cubierto. Caminó por el suelo de adoquines, haciendo el recorrido que había hecho tantas veces cuando era pequeña y que no había olvidado a pesar de todo. Sabía que Maher no se había casado, así que todavía debía vivir en la casa familiar.
La casa en la que Mánia había nacido estaba en el segundo anillo. No hacía mucho frío gracias a los toldos que cubrían los callejones , a las puertas abiertas de los negocios y a que de vez en cuando aparecía un horno comunitario en el camino. La calle que la separaba de la casa de enfrente era tan estrecha que se podía saltar sin problema de una a otra por la ventana. La bruja lo había hecho alguna vez. Cuando alcanzó el taller miró la puerta cerrada, la única de toda la calle, y el cartel con forma de escritorio que colgaba sobre ella. Mánia entró sin llamar.
-Está cerrado -olló nada más poner un pie en el local.
El taller era muy pequeño y estaba abarrotado. El aire estaba viciado por el polvo y el serrín pero había mucha luz gracias a pequeñas lámparas de aceite colgadas por todas partes.
-Lo sé -respondió Mánia. -Busco a Maher.
Su hermano estaba concentrado en un tablero de madera en el que estaba tallando una escena de caza. El cristal que debía ir sobre el tablero estaba apoyado contra la pared. Como no tenían suficiente sitio, el taller, la tienda y el almacén eran la misma estancia, pero estaba claro que esa inconveniencia no había sido un impedimento para que Maher desarrollase su talento; el relieve en el que trabajaba era magnífico. Cuando el joven desvió la atención de su trabajo para ver quién le buscaba ambos compartieron una mirada de sorpresa. Mánia porque apenas reconocía a su hermano en ese hombre, Maher porque había una andrógina en su casa. El chico se levantó de la silla de un brinco y se echó al suelo en una reverencia en la que su frente casi tocaba el suelo.
-Mis disculpas por mi impertinencia, deidad, llamaré en seguida a mi madre.
Mánia sintió un tirón de tristeza en la boca del estómago.
-No, por favor, no es necesario, he venido a verte a tí.
Unos minutos después Mánia estaba despojada de su capa y sentada en la silla más magnífica que Maher había sacado de entre sus obras, con una jarra de té templado sobre el regazo pues no había permitido al joven entrar en la casa a por nada más ‘’digno de ella’’. La bruja miraba a su anfitrión sin disimulo, lo que empeoraba su evidente nerviosismo. Maher era bastante apuesto; no muy alto como marcaban los genes que compartía con Mánia, pero bien proporcionado, de rasgos elegantes a pesar de ser campesino y ojos violeta cargados de kohl. Iba bien afeitado y con el cabello negro recogido en un moño con una costilla de oveja lacada de rojo. Se le veía en la cara que quería hablar, pero no debía, no tenía permiso. Tal vez delante de cualquier mujer del pueblo se habría atrevido, según había oído Mánia, pero no delante de una deidad.
-¿Sabes quien soy? -le preguntó.
-La angrógina de la duquesa de Zhandre. La joya perdida del valle que desapareció y luego volvió a su hogar -respondió. No dudó ni un momento, parecía que lo hubiera ensayado. Mánia no pudo evitar sonreir.
-¿Sabes por qué desaparecí?
-Dicen que las antiguas brujas la eligieron como mensajera para traer la magia de vuelta a Libo.
De nuevo una respuesta ensayada. No podía saber si había otra versión de la historia que se contasen entre los vecinos salvo que usase mentalismo para ello, pero tampoco le importaba mucho. No había ido allí para eso.
-¿Sabes que yo nací aquí? -dijo.
Los ojos de Maher se abrieron como platos.
-¿Aquí? ¿En el pueblo? ¿Cómo es posible? Nunca lo había oído y desde luego ninguna madre se privaría de compartir semejante orgullo… -empezó atropelladamente pero de pronto se cortó e hizo una reverencia de disculpa -¡No es que dude de su palabra!
Mánia sonrió. El tirón triste en su estómago volvió a atacar. Había llegado el momento. Convocó una burbuja de silencio. Dejó la jarra a un lado y se acercó a Maher para tomarle la cara entre las manos. El joven se revolvió por la sorpresa pero su educación lo forzó a quedarse en el sitio. Mánia le puso los pulgares en las sienes y le dijo mirándole a los ojos:
-Por favor, perdóname.
Cuando los recuerdos se volcaron en la mente de Maher este gritó. No era un grito de dolor si no de desconcierto y de sorpresa. Casi veinte años de vivencias, pensamientos, sentimientos, todos concentrados en un torrente que entraba a presión en su cabeza. Todo terminó en menos de un segundo. Mánia fue a apartar las manos de su rostro pero Maher la agarró por las muñecas. Tenía el rostro espantado y estaba llorando.
-¿Mánia?
La atrapó en un abrazo. Mánia no sabía cómo sentirse. Todavía no tenía claro si había echado de menos o no a su familia, si le quedaba algún sentimiento hacia ellos o si estaba haciendo lo correcto, sin embargo las lágrimas de Maher se le contagiaron. Se quedaron así, abrazados y llorando, cada uno por sus propias razones, hasta que se volvió incómodo.
Una vez se calmaron, Mánia pudo calentar el té como es debido y se pusieron al día. Como había oído, Maher no estaba casado. No había dedicado mucho esfuerzo a socializar y ninguna mujer del pueblo se había interesado en él debido a su carácter arisco y poca masculinidad según los estándares libenses. Sus habilidades como artesano eran innegables para cualquiera que tuviera ojos y manos para apreciar sus obras, pero no le pagaban bien por ellas ya que sus padres, según él, eran negados para los negocios y las comerciantes de la Capital unas buitres.
-¿Y qué fue de tí? ¿Es verdad lo que dicen, que eres el elegido de las brujas? -preguntó. Le habló como antaño, cuando sólo eran unos niños, y en lugar de familiar se sintió incómoda.
-No te estás refiriendo a mi de la forma correcta -le corrigió.
-Ah, disculpa.
El calor y la familiaridad de Maher se enfriaron un poco y Mánia se maldijo por el malentendido. No quería sonar como una snob.
-No, no es por… ¡Agh! -gruñó. No sabía cómo explicarlo y sentía él no iba a entenderlo. Iba a perder el tiempo y tampoco tenía tanto -Da igual. Te lo contaré todo en otro momento, pero lo cierto es que he venido aquí para hacerte una propuesta.
-¿Cuál?
Sabía que su hermano no era feliz allí. La vida en el pueblo le asfixiaba y las estúpidas costumbres libenses no le iban a permitir hacer brillar su talento. Libo no tenía nada que ofrecerle a su hermano, pero él sí tenía algo que ofrecerle a Rocavarancolia.
-¿Quieres saber de dónde vienen las brujas?
La casa en la que Mánia había nacido estaba en el segundo anillo. No hacía mucho frío gracias a los toldos que cubrían los callejones , a las puertas abiertas de los negocios y a que de vez en cuando aparecía un horno comunitario en el camino. La calle que la separaba de la casa de enfrente era tan estrecha que se podía saltar sin problema de una a otra por la ventana. La bruja lo había hecho alguna vez. Cuando alcanzó el taller miró la puerta cerrada, la única de toda la calle, y el cartel con forma de escritorio que colgaba sobre ella. Mánia entró sin llamar.
-Está cerrado -olló nada más poner un pie en el local.
El taller era muy pequeño y estaba abarrotado. El aire estaba viciado por el polvo y el serrín pero había mucha luz gracias a pequeñas lámparas de aceite colgadas por todas partes.
-Lo sé -respondió Mánia. -Busco a Maher.
Su hermano estaba concentrado en un tablero de madera en el que estaba tallando una escena de caza. El cristal que debía ir sobre el tablero estaba apoyado contra la pared. Como no tenían suficiente sitio, el taller, la tienda y el almacén eran la misma estancia, pero estaba claro que esa inconveniencia no había sido un impedimento para que Maher desarrollase su talento; el relieve en el que trabajaba era magnífico. Cuando el joven desvió la atención de su trabajo para ver quién le buscaba ambos compartieron una mirada de sorpresa. Mánia porque apenas reconocía a su hermano en ese hombre, Maher porque había una andrógina en su casa. El chico se levantó de la silla de un brinco y se echó al suelo en una reverencia en la que su frente casi tocaba el suelo.
-Mis disculpas por mi impertinencia, deidad, llamaré en seguida a mi madre.
Mánia sintió un tirón de tristeza en la boca del estómago.
-No, por favor, no es necesario, he venido a verte a tí.
Unos minutos después Mánia estaba despojada de su capa y sentada en la silla más magnífica que Maher había sacado de entre sus obras, con una jarra de té templado sobre el regazo pues no había permitido al joven entrar en la casa a por nada más ‘’digno de ella’’. La bruja miraba a su anfitrión sin disimulo, lo que empeoraba su evidente nerviosismo. Maher era bastante apuesto; no muy alto como marcaban los genes que compartía con Mánia, pero bien proporcionado, de rasgos elegantes a pesar de ser campesino y ojos violeta cargados de kohl. Iba bien afeitado y con el cabello negro recogido en un moño con una costilla de oveja lacada de rojo. Se le veía en la cara que quería hablar, pero no debía, no tenía permiso. Tal vez delante de cualquier mujer del pueblo se habría atrevido, según había oído Mánia, pero no delante de una deidad.
-¿Sabes quien soy? -le preguntó.
-La angrógina de la duquesa de Zhandre. La joya perdida del valle que desapareció y luego volvió a su hogar -respondió. No dudó ni un momento, parecía que lo hubiera ensayado. Mánia no pudo evitar sonreir.
-¿Sabes por qué desaparecí?
-Dicen que las antiguas brujas la eligieron como mensajera para traer la magia de vuelta a Libo.
De nuevo una respuesta ensayada. No podía saber si había otra versión de la historia que se contasen entre los vecinos salvo que usase mentalismo para ello, pero tampoco le importaba mucho. No había ido allí para eso.
-¿Sabes que yo nací aquí? -dijo.
Los ojos de Maher se abrieron como platos.
-¿Aquí? ¿En el pueblo? ¿Cómo es posible? Nunca lo había oído y desde luego ninguna madre se privaría de compartir semejante orgullo… -empezó atropelladamente pero de pronto se cortó e hizo una reverencia de disculpa -¡No es que dude de su palabra!
Mánia sonrió. El tirón triste en su estómago volvió a atacar. Había llegado el momento. Convocó una burbuja de silencio. Dejó la jarra a un lado y se acercó a Maher para tomarle la cara entre las manos. El joven se revolvió por la sorpresa pero su educación lo forzó a quedarse en el sitio. Mánia le puso los pulgares en las sienes y le dijo mirándole a los ojos:
-Por favor, perdóname.
Cuando los recuerdos se volcaron en la mente de Maher este gritó. No era un grito de dolor si no de desconcierto y de sorpresa. Casi veinte años de vivencias, pensamientos, sentimientos, todos concentrados en un torrente que entraba a presión en su cabeza. Todo terminó en menos de un segundo. Mánia fue a apartar las manos de su rostro pero Maher la agarró por las muñecas. Tenía el rostro espantado y estaba llorando.
-¿Mánia?
La atrapó en un abrazo. Mánia no sabía cómo sentirse. Todavía no tenía claro si había echado de menos o no a su familia, si le quedaba algún sentimiento hacia ellos o si estaba haciendo lo correcto, sin embargo las lágrimas de Maher se le contagiaron. Se quedaron así, abrazados y llorando, cada uno por sus propias razones, hasta que se volvió incómodo.
Una vez se calmaron, Mánia pudo calentar el té como es debido y se pusieron al día. Como había oído, Maher no estaba casado. No había dedicado mucho esfuerzo a socializar y ninguna mujer del pueblo se había interesado en él debido a su carácter arisco y poca masculinidad según los estándares libenses. Sus habilidades como artesano eran innegables para cualquiera que tuviera ojos y manos para apreciar sus obras, pero no le pagaban bien por ellas ya que sus padres, según él, eran negados para los negocios y las comerciantes de la Capital unas buitres.
-¿Y qué fue de tí? ¿Es verdad lo que dicen, que eres el elegido de las brujas? -preguntó. Le habló como antaño, cuando sólo eran unos niños, y en lugar de familiar se sintió incómoda.
-No te estás refiriendo a mi de la forma correcta -le corrigió.
-Ah, disculpa.
El calor y la familiaridad de Maher se enfriaron un poco y Mánia se maldijo por el malentendido. No quería sonar como una snob.
-No, no es por… ¡Agh! -gruñó. No sabía cómo explicarlo y sentía él no iba a entenderlo. Iba a perder el tiempo y tampoco tenía tanto -Da igual. Te lo contaré todo en otro momento, pero lo cierto es que he venido aquí para hacerte una propuesta.
-¿Cuál?
Sabía que su hermano no era feliz allí. La vida en el pueblo le asfixiaba y las estúpidas costumbres libenses no le iban a permitir hacer brillar su talento. Libo no tenía nada que ofrecerle a su hermano, pero él sí tenía algo que ofrecerle a Rocavarancolia.
-¿Quieres saber de dónde vienen las brujas?
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