Mjörne

Había pasado casi una semana desde el inicidente y Rägjynn tenía a sus amigos extremadamente preocupados. El chico se había vuelto muy poco hablador y hacía sus tareas mecánicamente. Por primera vez en mucho tiempo un maestro le había llamado la atención en clase por encontrarse visiblemente distraído, lo que ocasionó murmullos y alguna que otra risita enseguida. Alysdr seguía sin atreverse a mencionar lo que había ocurrido de forma abierta, pero Räg podía notar las indirectas de este. Su amigo pensaba que seguía considerando delatarse a sí mismo, y tenía razón. Lo consideraba todas las mañanas y todas las noches, y en más de una ocasión se levantó de repente dispuesto a salir de su cuarto y solicitar audiencia con la Väler. Más cuando su mano alcanzaba el pomo de la puerta se detenía durante largos segundos antes de volver a su sitio, suspirando fuertemente.
Lo quisiera o no, las palabras de sus amigos habían calado en él y la culpa lo invadía. Pero, por otro lado, sabía que nada había cambiado en su interior. Él no se sentía verdaderamente distinto, si quitaba todas las capas de malestar que el evento había ocasionado. No iba a atacar a nadie de repente, ni notaba que ningún tipo de fuerza interna estuviese pugnando en su interior por salir y volverlo más violento. Si había lanzado sangre por los ojos es que esa capacidad siempre había estado ahí, y él ya tenía quince años y era una persona normal. ¿Estaban, entonces, totalmente infundadas las creencias del Culto acerca de los sanguinarios? ¿Habría más casos como el suyo? Lo normal era que la capacidad para expulsar sangre por los ojos se descubriese cuando alguien era todavía muy pequeño, porque al no tener control sobre ello a veces salía sola. Ello le llevó a pensar en aquel niño que había mencionado Alys el fatídico día. El pequeño no entendía nada el día que se lo llevaron de improviso y el propio Räg sintió un nudo en el estómago al verlo que en ese momento tan solo creía que se trataba de lástima porque estaba destinado a convertirse en algo que la sociedad no se podía permitir el lujo de dejar libre. ¿Pero y si no era eso? ¿Y si genuinamente, de forma inconsciente, ya había cuestionado lo que le habían enseñado como un absoluto?

Su cabeza era un bullir de pensamientos contradictorios y complicados. Rägjynn era bastante maduro para su edad y ponía más interés en adquirir conocimientos que algunos de sus compañeros, pero no dejaba de ser un niño. Aquella tarde le pidió a Alysdr que no le acompañase en un paseo sin rumbo. Cuando fue consciente de que llevaba un buen rato caminando sin saber a dónde y sin fijarse en sus alrededores, se vio en mitad de uno de los campos de ymres de la isla. Retiró su pie, que había pisado una de las flores sin darse cuenta y se agachó para tratar de recomponer la sagrada flor, símbolo de la Sanación, mientras suspiraba pensando en que aquel gesto inconsciente solo añadía más ironía al asunto.

Giz se acercó a Rägjynn tras haberle seguido desde una distancia prudencial, flotando en el aire sobre el campo de ymres y envuelto en un hechizo de invisibilidad. Desactivó el encanto que lo escondía y pulsó con sutileza un amuleto en su cuello para poder auscultar los pensamientos del que sería en cuestión de minutos un cosechado más. El goliat apareció ante el mjörní con la gola de escamas coloridas abierta y semblante relajado, vestido con un poncho tan negro como las ymres, adornado con filigranas del mismo rojo que la Luna. Llevaba también unos pantalones de tela negros y los pies descalzos.

—¿Todo bien? —le preguntó sin rodeos. No esperaba una respuesta real, pero sí pensamientos delatores que le ayudaran a entender un poco mejor cómo se encontraba Rägjynn en ese momento. No tenía por qué dialogar con él de ninguna manera, pero Giz comprendía que la transición a la ciudad sería más fácil si le concedía unos minutos al muchacho de escamas moradas—. Mi nombre es Giz, ¿el tuyo? —añadió, con una leve reverencia.

El sobresalto de Räg fue visible cuando escuchó la voz desconocida, pero más lo fue su expresión de sorpresa al ver a su dueño: era una persona muy extraña. Tenía algo en la cabeza que parecía pelo y sus rasgos eran decididamente algo que nunca había visto o le habían descrito. Tanto el pelo de su cabeza como lo que no podía describir de otra manera que una gola como la que tenían algunos reptiles… No parecían un adorno, si no parte de su cuerpo. Pero eso… No era posible, ¿o sí?
Anonadado por todo ello y porque no esperaba toparse con nadie, en general, tardó un buen rato en responder y fue consciente de ello de pronto, irguiéndose de golpe y realizando una torpe reverencia a modo de saludo.
—D-disculpa… Estoy muy distraído y… Bueno —estuvo a punto de decir algo que podría considerarse maleducado, por lo que decidió responder primero a la cortesía que ya se le había ofrecido—. Yo soy Rägjynn… No… No eres de por aquí, ¿verdad? ¿Puedo ayudarte?

¿Habría acaso mjörnís tan diferentes en otras islas y nunca se lo habían explicado en las clases? Le resultaba extremadamente extraño, pero no quería ser descortés. Aunque, por otro lado, había algo en el extraño que le ponía nervioso y que no tenía que ver con su apariencia, aunque no sabía qué era. Lo achacó a su constante miedo a ser descubierto como sanguinario.

Giz le dedicó media sonrisa al muchacho y asintió cuando le reveló su nombre.

—Encantado de conocerte, Rägjynn —le dijo a la vez que se posaba en el suelo. Tras ver la preocupación inicial del muchacho por la flor de ymre, decidió agacharse y le dedicó un ensalmo leve a la planta para reparar el daño que le había causado el mjörní en un descuido. La información que recibió de sus pensamientos fue suficiente para entender cómo podía sentirse en ese instante y, en parte, sintió algo de pena. Lo que estaba a punto de pasarle era a la vez mucho mejor y mucho peor que el destierro al que le temía—. No soy de aquí, de Mjörne, vengo de un lugar muy lejano que comparte pasado con tu planeta, y en realidad sí que puedes ayudarme. Vengo en nombre de Rocavarancolia y estaba buscando a alguien excepcional.

Se irguió con lentitud para no provocar una reacción indeseada.

—Tengo la intuición de que se trata de ti —le mintió. Era una certeza.

Debido a lo inusual de la situación, hasta que el tal Giz no empezó a descender Räg había ignorado inconscientemente que estaba levitando. No era un hechizo que no hubiese visto antes a fin de cuentas, aunque no todos los hechiceros sabían hacerlo. Se preguntó para sí si se trataba de algún Sacerdote, pero imaginaba que el propio desconocido se hubiese presentado como tal de ser así. Pero le quedó claro que se trataba de un mago muy talentoso al ver la facilidad con la que devolvió la ymre a su completa salud, en apenas un instante. De todos modos ese hecho volvió a pasar a un segundo plano inevitablemente, porque lo que dijo a continuación fue todavía más extraño que el resto de la situación hasta ese momento.
—¿De un lugar… muy lejano? No estoy seguro de… de comprenderte.

Por supuesto, el mjörní había prestado atención a sus clases de historia y conocía muy bien el pasado de su planeta. Todas las personas lo sabían muy bien: el Culto se encargaba de que nadie olvidase lo que había llevado a Mjörne a casi su total destrucción. Aunque las enseñanzas no se centraban en aquel mundo invasor que de alguna forma que ellos desconocían había llegado a su planeta, si no en la propia belicosidad enfermiza que los mjörnís de aquella época hacían gala. El nombre de difícil pronunciación, por tanto, no le decía nada en sí mismo, pero solo podía estar refiriéndose a ese suceso.
Räg no tenía tiempo realmente de procesar todo eso y las palabras que hacían referencia a la destrucción del viejo Mjörne tan solo fueron reconocidas como tales, sin que pudiese sacar ninguna conclusión con sentido, ni es que pudiese comenzar a meditar sobre ello cuando se suponía que estaba manteniendo una conversación. Desde luego, nada de lo que estaba diciendo Giz le tenía el más mínimo sentido. Además, lo siguiente que añadió le hizo revolverse un poco por dentro. Aquella persona no le conocía: esperaba de verdad que no fuese alguien que había visto un escamas moradas y solo por eso se lanzase a decirle cumplidos. ¿Pero qué ganaría el desconocido con ello de todas formas?

—Lo cierto es que me siento bastante confuso, pero sí sé que no soy alguien excepional —. La única otra opción a la que podría estarse refiriéndose a él “excepcional” solo podía ser porque era un sanguinario. Y usar esa palabra en un tono tan… normal, tranquilo, para referirse a su condición que no era posible que conociese, tampoco tenía lógica alguna—. Me temo que no soy la persona que buscas y que tampoco puedo ayudarte. Aunque puedo indicarte donde se encuentra el templo, ¿quizás estés buscando a alguien de allí?
Desde luego no podía imaginarse a alguien que quisiese una audiencia con los Sacerdotes Mayores o la propia Väler usar una retórica tan rebuscada, pero Räg no sabía qué más decirle.