Que elegancia la de Francia

Recuerdo del primer mensaje :

Amira cerró el libro con frustración. Había estado buscando durante meses toda la información posible sobre su transformación, pero lo enrevesado que estaba todo escrito era insufrible. Seguía sin entender como funcionaba aquello de la resistencia a la magia, o si lo podía usar a voluntad o no, y en general el lenguaje super literario que usaban todos aquellos autores la hacía querer gritarles a través del tiempo que podían haberlo puesto un poco más sencillo. Daba gracias de no tener magia, porque si los libros de hechizos eran así no iba a poder hacer ni lo más básico.

Se levantó de la silla y estiró la espalda. Casi que lo único que podía hacer con su transformación en aquellos momentos, al menos que se le ocurriera a ella, era entrenar su físico. La mejora en casi todo era notable, aunque la facilidad con la que hacía cosas que antes le eran imposibles le seguía sorprendiendo. Se dirigió a la sala de entrenamiento, deseando poder entrenar un rato, pero se quedó en la puerta al ver que estaba ocupada.

Dentro estaba una chica de su criba, del otro torreón. Creía recordar que se llamaba Fleur, pero no estaba segura del nombre. Bailaba algo que podía ser ballet, y era tan grácil y bonita que se quedó ahí, en silencio. No quería molestar, y no supo cuándo hacer visible su presencia. Verla era casi hipnótico, con aquellos movimientos fluidos y elegantes.
—Uh…eh…Hola —decidió saludar, nerviosa por interrumpir —. Es… es muy bonito. ¿Qué es, ballet?

«Idiota», se castigó mentalmente, pensado que debía de haber quedado como una tonta con aquella intervención.

La idea de volver a casa hizo que le brillaran los ojos. No sabía si quería ver a sus padres, no tanto por tener una mala relación con ellos sino porque no quería explicarles todo. Se había ido sin más, y por lo que sabía les habían borrado la memoria. ¿Cómo explicar que era su hija, que le habían adoptado siendo una chiquilla? Seguro que no la creerían, y no sabía si quería enfrentarse a eso.

Pero por otro lado poder ir de compras sonaba tan bien: poder comprarse ropa decente de su gusto, unas botas nuevas, productos para cuidar mejor de su pelo.
—Oh, ¡estaría encantada! Además podría comprar telas para volver a hacer cosplays aquí, estaría genial —dudó un segundo —.  Lo malo es que necesitamos un veterano que nos acompañe, pero ¿igual podemos convencer a alguien que quiera ir por otro motivo?

Una vez se encontró cómoda en esa postura se elevó sobre las puntillas. Aquello no dejaba de resultarle forzado, fuera de su rango de movimiento normal, pero se lo estaba pasando bien y le gustaba la compañía de Fleur.
—Sí, ya noto que duele… —sonrió, dándole a entender que no se estaba quejando tanto como comprobando que eran los movimientos correctos.

Básicamente aquello era sobre lo que se podía construir toda la belleza del ballet, aquella que Fleur había demostrado cuando la había interrumpido. Era aburrido, y no muy espectacular, pero si de ahí pasaba a poder hacer florituras se sentiría satisfecha.

«Tú si que eres bonita», pensó ante las últimas palabras de la francesa, mientras se las apañaba para mantener el equilibrio de puntillas un poco más antes de volver a la posición original: se le estaban empezando a agarrotar los dedos por falta de costumbre.

Se sonrojó levemente ante el halago. La verdad era que sí, había desarrollado mucho la musculatura. Ya no solo era que con su transformación hubiera ganado fuerza, es que todos los meses de entrenamiento en el torreón también habían ayudado a ello. Sentía un cierto orgullo en que no todo hubiera sido cosa de la Luna, al menos algo se había ganado por su cuenta.
—Iba al gimnasio, pero casi todo ha sido cosa de la Luna —sonrió —. Puede que no me diera ni una gota de magia, pero creo que lo compensa.

Al principio había sido decepcionante. Recordaba cuando descubrieron la magia y empezaron a hacer hechizos, y aunque le costaba había podido realizar algunos. Pero cada vez costaba más, y en cierto momento ya no le salían…y algo dentro de ella había querido que su transformación le diera magia. «Y me dio tan poca que está en negativo, con eso de que a veces falle».

Asintió ante la explicación de Fleur de los estiramientos y la imitó en realizarlos. Ella nunca había sido particularmente flexible, así que notarse ahora capaz de hacer esos estiramientos (o cualquiera en verdad, porque en la Tierra ni hubiera soñado con tocarse la punta de los pies mientras estiraba y ahora era plenamente capaz) le llenaba de emoción. ¿Hasta dónde podría llegar en el plano físico? Obviamente era lo que iba a entrenar, así que lo acabaría sabiendo, pero tenía ganas de ver dónde estaba su límite.

—¡Oh! Es como… disfraces, pero de series o películas, esas cosas —no sabía exactamente como explicarlo, así que supuso que era mejor con un ejemplo —. No sé si conoces Steven Universe, pero cuando me trajeron aquí venía con uno de Granate. Si no se me hubiera muerto el móvil al llegar podría enseñarte fotos.
Sonrió. Aquella era una de las cosas que más le gustaban, y que Fleur mostrara un mínimo de interés le hacía especial ilusión.

Sonrió ante el cumplido de Fleur. Tal vez no le hiciera falta para luchar, o para ser útil en muchos aspectos, pero vaya si echaba de menos la magia cuando había que limpiar o hacer cosas cotidianas que un hechizo podía solucionar en segundos. Realmente aquello era lo mejor que tenía la magia, todas las facilidades que le daba a uno en el día a día.

La reacción al recordar la serie la hizo sonreír, con los ojos brillando. «Así que la ha visto». Menos mal, porque explicar aquello sin ejemplos era aún más complicado. Lo que si que no esperaba era que se pusiera a cantar, con aquella voz tan bonita que hacía que la letra le trajera una cascada de recuerdos imparables.
—“…hoy… Confía en Granate, Amatista, Perla…¡Y Steven!” —terminó la canción, sin poder contenerse. Su voz no era tan preciosa como la de Fleur, pero al menos no desafinaba.

La mención al convento le hizo recordar el pasado de la francesa, algo que muchas veces tendía a olvidar, ante la poca relación que había tenido hasta entonces con gente religiosa.
—¡Oh! Me alegro que pudieras verla, la verdad. Es más fácil de explicar con ejemplos.
No sabía si a Fleur le parecería especialmente infantil, o una chorrada, pero Amira estaba ilusionada respecto a tener a alguien con quien hablar del tema.

Se rió junto a Fleur al acabar la canción. La verdad es que no esperaba que aquello acabase cantando una canción de una serie dirigida a niños, pero allí estaban, y estaba siendo un recordatorio agradable de que su vida pasada seguía allí, y que no se había ido por ir a otro mundo y haber cambiado tras la Luna.

Miró rodar a la siwani con una sonrisa tonta en la cara, como si rodar por el suelo de la risa no fuera algo que ella misma habría acabado haciendo en muchas ocasiones.
—Uy, lo de las diamantes era muy adelante, si no tenías tele de manera continua no es raro que no llegases —sonrió. La verdad es que los giros finales de la serie eran en su opinión de lo mejor, pero no se lo iba a destripar a Fleur.
Si quería (y podían, porque la tecnología no parecía funcionar en Rocavarancolia) podían verla más adelante, cuando fueran a la Tierra.

Chasqueó la lengua con fastidio ante la pregunta.
—Me lo dejé en Silente. Espero que se lo encuentren los siguientes y alguno lo reconozca, la verdad.
No es que importase mucho. Lo que más le dolía haberse olvidado eran las gafas, porque las había comprado, pero el resto podía hacerlo sin mucho problema en cuanto tuviese acceso a tela y poco más.

No quiso indagar en la vida de Fleur en la Tierra, por respeto a ella y porque se conocía lo bastante como para saber que mantenerse calladas sus críticas a la Iglesia era una improbabilidad absoluta. Sus pensamientos ya rumiaban sobre ello, pero al menos si el tema no continuaba no se iba a ver en la tesitura de decir un montón de cosas que a Fleur le parecerían burradas. Al fin y al cabo era creyente, ¿no?

—Bueno, y si no se dan cuenta tampoco es demasiado problema, era cómodo
No lo dijo en voz alta, pero si alguno de los nuevos cosechados se lo ponía iba a necesitar verlo. Cotillear las cosechas era algo que ni se había planteado, porque sabía que acabaría interviniendo, sin poder estarse quieta ante lo injusto que era que unos chiquillos pasaran por todo eso. Claro que una excepción por ver a alguien vestido con algo que había cosido ella podía hacerse.

Aquel ofrecimiento hizo que recuperara el hilo de la conversación y dejase de perderse en sus teorías mentales sobre si algún alien iba a acabar disfrazado por la ciudad por falta de cultura terrestre.
—¡Oh! ¡Me encantaría! —sonrió ilusionada. Fleur era muy buena profesora, y que quisiera acabar aquello con algo más complicado pero bonito hacía que Amira se emocionase mucho.
Se puso de pie, aprovechando para estirarla espalda, y espero las nuevas instrucciones de la francesa.

Observó a Fleur casi aguantando la respiración, como si el más mínimo sonido fuera a estropear la concentración de Fleur en aquel paso. Su descripción había sido bastante detallada, pero Amira prefería la representación visual. Especialmente porque la francesa era tan grácil y elegante que podría verla bailar durante horas, sin preocuparse.

Y verla tan llena de energía era aún mejor, era ver algo que la emocionaba y realmente la importaba, y no había nada mejor que ser testigo de lo mucho que alguien disfrutaba de su cosa favorita. Aplaudió cuando acabó el movimiento, con una sonrisa enorme. Cómo le estaba gustando aquella demostración, y más viniendo de Fleur.

No pudo evitar una sonrisita algo traviesa cuando mencionó que era un paso exclusivo para hombres, como si aquel detalle solo mejorase el probarlo. Romper con los ideales arcaicos de la sociedad era algo que Amira adoraba, y aunque en aquellos tiempos sí lo hacían mujeres iba a llevarse la idea de romper los roles de género un poquito.

—Bueno, a ver qué tal —dijo, mientras daba un par de pasos hacia atrás para coger carrerilla.
El salto fue bien, cogiendo la suficiente altura, pero el movimiento de piernas se le hizo extraño y, aunque no fue un fallo especialmente estrepitoso había quedado bastante poco elegante y muy artificial, casi robótico. Al menos la caída había sido decente, sin tropezar ni caerse. Se rió suavemente, sabiendo que no le había terminado de salir bien.
»Espero no haber hecho mucho el ridículo —le dijo a Fleur, ligeramente sonrojada. Se lo estaba pasando  bien, pero tampoco quería ofender a la francesa por ejecutar mal lo que la estaba enseñando.

Sonrió ante el aplauso de Fleur, haciendo una reverencia medio en broma medio en serio en resuesta. Agradecía no haber destrozado mucho el movimiento, porque le daba vergüenza hacer aquellos movimientos delante de alguien con mucha más experiencia y cagarla. Aquello no quitaba que los halagos de Fleur hicieran que sintiera como sus mejillas se encendían.

Miró cómo las pertenencias de Fleur revoloteaban a su alrededor con aquella magia que no podía hacer, pero que envidiaba en parte, especialmente para lo más cotidiano, cosas que ella tenía que hacer como en la Tierra.
—¡Claro! Me encantaría volver a practicar contigo —asintió feliz. Le había gustado mucho la clase, y repetir sería todo un honor. Nunca se había visto a sí misma bailando, pero le hacía ilusión hacer algo entretenido con sus nuevas capacidades físicas que no fuera entrenamiento bruto.

Se despidió de la francesa con la misma alegría que desprendía, estando emocionada por aquel encuentro. La casualidad de que fueran del mismo país había sido casi una primera piedra, pero Amira quería conocer a Fleur más allá de eso.

Suspiró. Ahora que estaba sola, aprovecharía la sala para seguir entrenando con la espada, pero no se le iba a olvidar lo divertido que había sido bailar.