- LEC
Ficha de cosechado
Nombre: Kalna, hija de Mánide
Especie: libense, del imperio
Habilidades: Automotivación, nociones de lucha, valor.Personajes :
● Dama Puente/Kaila: Maga logomante austriaca (1.60).
● Kaethe/Dama Sobras: Ghoul nublina (1.46).
● Yttria: Bruja percusionista canadiense (1.53).
● Amira/Cálamo : Valkyria francesa (1.63).
● Kalna : Libense, del Imperio (1.78).
● Nefer : Ammut hijo de luna Levyna. (1.85)
Síntomas : Su sangre adquiere un tono anaranjado y se espesa un poco. Es capaz de intuir con mayor facilidad cómo se van a comportar los animales con los que se encuentre.
Armas :
● Dama Puente/Kaila: Magia, báculo
● Kaethe/Dama Sobras: Daga, fuerza bruta
● Yttria: Arco, hacha, magia, mala leche, cucharillas y otros objetos metálicos.
● Amira/Cálamo: Espada corta, pegaso (shire)
● Kalna : Espada bastarda; lanza y escudo
● Nefer : Lanza, venenos
Status : One flesh, one end
Humor : Permanent resting bitch face
El último día
01/03/23, 11:05 pm
Que hubieran llegado noticias importantes al palacio no era extraño; que estas se las quisiera dar su madre en persona sí. Normalmente se lo decía algún sirviente, especialmente cuando eran menos relevantes. Su madre era una mujer ocupada, y que se molestase en decírselas en persona era algo excepcional. Demasiado excepcional. La curiosidad se la comía por dentro, por lo que el ir a buscarla lo antes posible no era ya solo por educación y respeto, sino por intereses propios.
—Madre —saludó con una inclinación de cabeza. Le daba igual estar en la comodidad de su casa y que fueran familia, debía mantener el respeto que merecía la duquesa.
***
Una vez estuvo sola en su cuarto se mordió el labio con nerviosismo. Era digna, iba a tener el honor de ir a Rocavarancolia, de ver la Luna Roja, de aprender magia. Por supuesto que no merecía menos, después de todo lo que había hecho en su vida, pero aquello era tan repentino que la desbordaba. No iba a demostrarle aquellos sentimientos a nadie, por supuesto, pero podía concederse cinco minutos para emocionarse en su rutina diaria mientras estaba sola. Aquel día no llamó a sus sirvientes, sino que se hizo una trenza simple y un maquillaje básico ella sola: mantener la seriedad y firmeza le costaría horrores, y no pensaba perder la seriedad delante del servicio.
Después, se dirigió a la sala de entrenamiento, con paso firme y casi marcial. Frunció los labios al ver que no estaba vacía, y que su hermana entrenaba con un arco. No dijo nada, sino que se quedó en la puerta mirándola, esperando el mejor momento para hacerse notar. En cuanto su hermana lanzó un par de flechas más, que acertaron en el centro, decidió que era el momento.
—No está mal —dijo con burla, y formó una sonrisa cuando su hermana se dio la vuelta sorprendida —. Aunque no lo bastante bien, has fallado una.
Velia rodó los ojos y volvió a girarse, yendo hacia las dianas para recoger las flechas que había lanzado. Kalna avanzó hacia una de las paredes, en las que se exponían multitud de armas. Eligió una espada y le dio un par de vueltas antes de comprobar el equilibrio. Sabía que todas las armas estaban en perfecto estado, pero era una manía que tenía y que no iba a desaparecer.
—¿Quieres algo o solo vienes a molestarme? —inquirió Velia, mientras la miraba. Había guardado las flechas en el carcaj y sostenía el arco en una mano. Se notaba que quería que su hermana mayor se fuera.
—Venía a retarte a un combate.
—¿Y ese interés tan repentino? Pensaba que te aburría ganar siempre porque eres demasiado buena —rodó los ojos, mientras cargaba toda la frase de sarcasmo.
—Será el último en mucho tiempo. Voy a ir a Rocavarancolia.
El gesto de sorpresa que se formó en la cara de su hermana confirmó a Kalna que su madre no le había dicho nada aun. Tal vez ni siquiera fuera a hacerlo, contando con que ella misma lo hiciera. No tardó demasiado en reaccionar, dejando guardado el arco y el carcaj y cogiendo otra espada. Podían no llevarse bien, pero seguían siendo hermanas, y no iba a morirse por hacerle un favor. Kalna sonrió.
—Espero que te esfuerces, Vel. Quiero llevarme un buen recuerdo.
—No me llames así —espetó la menor—, o tendré que volver a llamarte Kal.
—Ni se te ocurra —clavó la vista en su hermana casi de manera amenazante durante un segundo. Luego ambas se echaron a reír: el pique con los motes era a esas alturas una coña interna que, a diferencia de muchas otras, no iba con segundas.
Se situaron una enfrente de la otra, adoptando ambas poses defensivas. A Kalna le pareció mirarse en un espejo, si es que este la mandase una imagen distorsionada (y menos perfecta) de ella misma. Tenían el mismo pelo negro y los mismos ojos amarillos, herencia clara de su madre, pero fuera de ahí había muchísimas diferencias: Velia tenía formas ligeramente más redondeadas, y había optado por tatuarse el brazo izquierdo con un diseño de filigranas. Kalna no lo admitiría nunca, pero le daba envidia lo mucho mejor que le quedaba el maquillaje en aquellos labios ligeramente más carnosos. La mayor prefería recogerse el pelo en trenzas siempre cuidadas, en las que no quedaba ni un pelo fuera de lugar, mientras que la menor prefería las coletas altas.
Kalna borró la sonrisa de su rostro de golpe, sustituyendola por un gesto de concentración. Daba igual que aquello fuera un duelo amistoso con su hermana, siempre daba lo mejor de sí. Siempre debía ser perfecta, era lo que se esperaba de ella. Y no pensaba ser menos. Se lanzó al ataque en silencio, y ella y Velia combatieron un rato, lanzándose puyas mientras tanto.
—No está mal. Igual esta vez tardo treinta segundos más en ganarte.
—Ya puedo imaginar a Madre: “Kalna, eres una decepción, has tardado demasiado”.
Velia se rio, y Kalna sonrió sutilmente un breve segundo antes de fruncir los labios. Aquella frase tenía mucho más de realidad que de simple broma: al fin y al cabo su madre era la que más le había exigido siempre, y no quería ser una decepción.
El combate no duró mucho más. Kalna posó suavemente la espada en el pecho de su hermana y luego la tendió la mano para ayudarla a levantarse.
—No ha estado mal —se sentó al lado de Velia —pero sigo pudiendo ver cuándo vas a fintar. Tienes que disimular mejor.
—Que te jodan. ¿Tienes que corregirme siempre todo?
—Da gracias que soy yo y no Madre —la miró fijamente.
¿Qué pasaría cuando ella se fuera? La duquesa siempre se había centrado en ella, la primogénita. Aunque había casos en los que las hermanas menores había llegado a heredar el título, lo normal era que fuera la mayor, y viendo que Kalna estaba dispuesta a soportar la presión hasta cualquier límite y a esforzarse, Velia había tenido una vida ligeramente menos tensa: había podido estudiar lo que quisiera, mientras acabase el servicio militar que le era obligatorio, y había decidido dedicarse a la Historia. A Kalna no podía importarle menos no haber tenido elección: heredaría el título, tal vez podría heredar el trono si se daban todas las circunstancias. Y era mejor que su hermana. ¿Optaría su madre por presionar a Velia para que fuese su heredera? ¿Seguiría todo como siempre? «No es problema mío».
—Ya, claro. Tu siempre tan perfecta.
—No es mi culpa que Madre ni lo intentase contigo —aquello iba a herir, y no sintió ni una pizca de remordimientos. Su hermana podía ser noble y mucho mejor que la gran mayoría de gente, pero seguía siendo peor que ella en muchos aspectos, por lo que no iba a tratarla como una igual.
Velia frunció el ceño. Estaba claro lo que pretendía su hermana, y no iba a dárselo. Se retiró en el más completo silencio, y no volvería a hablarla en todo el día. Kalna se quedó sola, sentada en el suelo de la sala de entrenamiento. Iba a estar meses en un mundo desconocido, aprendiendo magia y superando pruebas para hacer sentir orgulloso a su mundo y, por supuesto, a su madre. No iba a sentirse mal, estando a puertas de acceder al principio del camino a la gloria, por ofender a la blanda de su hermana con lo que era la pura verdad.
—Madre —saludó con una inclinación de cabeza. Le daba igual estar en la comodidad de su casa y que fueran familia, debía mantener el respeto que merecía la duquesa.
***
Una vez estuvo sola en su cuarto se mordió el labio con nerviosismo. Era digna, iba a tener el honor de ir a Rocavarancolia, de ver la Luna Roja, de aprender magia. Por supuesto que no merecía menos, después de todo lo que había hecho en su vida, pero aquello era tan repentino que la desbordaba. No iba a demostrarle aquellos sentimientos a nadie, por supuesto, pero podía concederse cinco minutos para emocionarse en su rutina diaria mientras estaba sola. Aquel día no llamó a sus sirvientes, sino que se hizo una trenza simple y un maquillaje básico ella sola: mantener la seriedad y firmeza le costaría horrores, y no pensaba perder la seriedad delante del servicio.
Después, se dirigió a la sala de entrenamiento, con paso firme y casi marcial. Frunció los labios al ver que no estaba vacía, y que su hermana entrenaba con un arco. No dijo nada, sino que se quedó en la puerta mirándola, esperando el mejor momento para hacerse notar. En cuanto su hermana lanzó un par de flechas más, que acertaron en el centro, decidió que era el momento.
—No está mal —dijo con burla, y formó una sonrisa cuando su hermana se dio la vuelta sorprendida —. Aunque no lo bastante bien, has fallado una.
Velia rodó los ojos y volvió a girarse, yendo hacia las dianas para recoger las flechas que había lanzado. Kalna avanzó hacia una de las paredes, en las que se exponían multitud de armas. Eligió una espada y le dio un par de vueltas antes de comprobar el equilibrio. Sabía que todas las armas estaban en perfecto estado, pero era una manía que tenía y que no iba a desaparecer.
—¿Quieres algo o solo vienes a molestarme? —inquirió Velia, mientras la miraba. Había guardado las flechas en el carcaj y sostenía el arco en una mano. Se notaba que quería que su hermana mayor se fuera.
—Venía a retarte a un combate.
—¿Y ese interés tan repentino? Pensaba que te aburría ganar siempre porque eres demasiado buena —rodó los ojos, mientras cargaba toda la frase de sarcasmo.
—Será el último en mucho tiempo. Voy a ir a Rocavarancolia.
El gesto de sorpresa que se formó en la cara de su hermana confirmó a Kalna que su madre no le había dicho nada aun. Tal vez ni siquiera fuera a hacerlo, contando con que ella misma lo hiciera. No tardó demasiado en reaccionar, dejando guardado el arco y el carcaj y cogiendo otra espada. Podían no llevarse bien, pero seguían siendo hermanas, y no iba a morirse por hacerle un favor. Kalna sonrió.
—Espero que te esfuerces, Vel. Quiero llevarme un buen recuerdo.
—No me llames así —espetó la menor—, o tendré que volver a llamarte Kal.
—Ni se te ocurra —clavó la vista en su hermana casi de manera amenazante durante un segundo. Luego ambas se echaron a reír: el pique con los motes era a esas alturas una coña interna que, a diferencia de muchas otras, no iba con segundas.
Se situaron una enfrente de la otra, adoptando ambas poses defensivas. A Kalna le pareció mirarse en un espejo, si es que este la mandase una imagen distorsionada (y menos perfecta) de ella misma. Tenían el mismo pelo negro y los mismos ojos amarillos, herencia clara de su madre, pero fuera de ahí había muchísimas diferencias: Velia tenía formas ligeramente más redondeadas, y había optado por tatuarse el brazo izquierdo con un diseño de filigranas. Kalna no lo admitiría nunca, pero le daba envidia lo mucho mejor que le quedaba el maquillaje en aquellos labios ligeramente más carnosos. La mayor prefería recogerse el pelo en trenzas siempre cuidadas, en las que no quedaba ni un pelo fuera de lugar, mientras que la menor prefería las coletas altas.
Kalna borró la sonrisa de su rostro de golpe, sustituyendola por un gesto de concentración. Daba igual que aquello fuera un duelo amistoso con su hermana, siempre daba lo mejor de sí. Siempre debía ser perfecta, era lo que se esperaba de ella. Y no pensaba ser menos. Se lanzó al ataque en silencio, y ella y Velia combatieron un rato, lanzándose puyas mientras tanto.
—No está mal. Igual esta vez tardo treinta segundos más en ganarte.
—Ya puedo imaginar a Madre: “Kalna, eres una decepción, has tardado demasiado”.
Velia se rio, y Kalna sonrió sutilmente un breve segundo antes de fruncir los labios. Aquella frase tenía mucho más de realidad que de simple broma: al fin y al cabo su madre era la que más le había exigido siempre, y no quería ser una decepción.
El combate no duró mucho más. Kalna posó suavemente la espada en el pecho de su hermana y luego la tendió la mano para ayudarla a levantarse.
—No ha estado mal —se sentó al lado de Velia —pero sigo pudiendo ver cuándo vas a fintar. Tienes que disimular mejor.
—Que te jodan. ¿Tienes que corregirme siempre todo?
—Da gracias que soy yo y no Madre —la miró fijamente.
¿Qué pasaría cuando ella se fuera? La duquesa siempre se había centrado en ella, la primogénita. Aunque había casos en los que las hermanas menores había llegado a heredar el título, lo normal era que fuera la mayor, y viendo que Kalna estaba dispuesta a soportar la presión hasta cualquier límite y a esforzarse, Velia había tenido una vida ligeramente menos tensa: había podido estudiar lo que quisiera, mientras acabase el servicio militar que le era obligatorio, y había decidido dedicarse a la Historia. A Kalna no podía importarle menos no haber tenido elección: heredaría el título, tal vez podría heredar el trono si se daban todas las circunstancias. Y era mejor que su hermana. ¿Optaría su madre por presionar a Velia para que fuese su heredera? ¿Seguiría todo como siempre? «No es problema mío».
—Ya, claro. Tu siempre tan perfecta.
—No es mi culpa que Madre ni lo intentase contigo —aquello iba a herir, y no sintió ni una pizca de remordimientos. Su hermana podía ser noble y mucho mejor que la gran mayoría de gente, pero seguía siendo peor que ella en muchos aspectos, por lo que no iba a tratarla como una igual.
Velia frunció el ceño. Estaba claro lo que pretendía su hermana, y no iba a dárselo. Se retiró en el más completo silencio, y no volvería a hablarla en todo el día. Kalna se quedó sola, sentada en el suelo de la sala de entrenamiento. Iba a estar meses en un mundo desconocido, aprendiendo magia y superando pruebas para hacer sentir orgulloso a su mundo y, por supuesto, a su madre. No iba a sentirse mal, estando a puertas de acceder al principio del camino a la gloria, por ofender a la blanda de su hermana con lo que era la pura verdad.
Regocijaos, pues ahora sois parte de la leyenda de Kalna, hija de Mánide
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