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Isma
Isma

Ficha de cosechado
Nombre: Damian
Especie: Humano itaiano
Habilidades: Agilidad, dibujo, espontaneidad
Personajes :
Síntomas : En ocasiones se desconcentra con más facilidad. Sufrirá de vez en cuando migrañas con aura.

Armas :
  • Adam: Cimitarra y cuerpo de caballo. La incomodidad
  • Damian: Dientes
    Daga

Status : muñonesmuñonesmuñonesmuñonesmuñonesmuñonesmuñonesmuñonesmuñonesmuñonesmuñonesmuñonesmuñones
Humor : ajjaj

En vasija rota las grietas que resaltan no sanan Empty En vasija rota las grietas que resaltan no sanan

29/04/22, 01:58 pm
Sangre. Miradas. Silencio abrupto. El único sonido presente fueron los lamentos desesperados del homicida agarrando un cuerpo carente de vida en sus ojos. Su voz, de pronto, cesó, allanando el camino a una sensación absoluta de irrealidad. Era como si la negación fuese tan grande que su cerebro no quiso aceptarlo, siquiera procesarlo. Por unos largos minutos en los que la policía tardó en llegar y todos los miembros de su banda marcharon Adam simplemente se quedó quieto, inerte, mirando a un punto fijo.

No opuso algún signo de resistencia. Le pitaban los oídos y nada de lo que decían lo llegaba a comprender. Uno de los policías logró captar la atención de Adam y el detenido hizo el intento de hablar pero físicamente no era capaz de emitir sonido, tuvo un shock demasiado grande para comunicarse o moverse. Dentro del coche y esposado no hizo sino temblar sin parar. Ninguna de las personas en servicio nocturno esperarían todo lo que pasó.

Después de aquello pasaron los días, las semanas de eventos desagradables. Su familia, la policía, los interrogatorios, los encierros, los juicios, todo pasó como si Adam estuviese viendo todo fuera de su cuerpo, como si su propia alma quisiera abandonarlo.

En las múltiples preguntas que le hicieron contó todo acerca de la banda. Le prometieron bajar una severa condena a solo tres años de reformatorio si soltaba absolutamente todo sobre su negocio clandestino: contactos, lugares y ventas realizadas. El ruso lo hizo y todo estuvo bien dentro de lo que cabía, arrastraría con él a los demás que obraron tan mal o incluso peor que él.

Vale. Todos los datos que nos has dado son coincidentes a nuestra investigación —el hombre que lo interrogó intentó ocultar asombro de su parte por la memoria que Adam demostró y lo conocimientos que manejaba para su edad—. Tienes suerte Adam, me han dicho que ésta será tu última sesión. Gracias por toda esta valiosa información.

El hombre quiso devolver el gesto con un simple agradecimiento pero por primera vez en semanas Adam despertó del shock, alzando su mirada de confusión.

… ¿Qué? —preguntó con un hilo de voz. No entendía el agradecimiento, no comprendía la amabilidad.

Has sido sincero y eso es muy valiente por tu parte.

Adam abrió los ojos. ¿Sinceridad? ¿Por qué? No lograba recordar. Se sintió mal y se le veía en la cara conforme la ansiedad se iba apoderando de él. El investigador se percató de ello e hizo uso de su experiencia al tratar con numerosos casos similares a Adam.

Tranquilo hijo. Dentro de poco vendrán a recogerte. Me aseguraré de que te lleven a un buen sitio para reformarte.

El hombre no quería presionarlo con palabrería dura y se notaba en su tono de voz, intentando transmitir en lugar de eso una salida para el joven que tuvo delante. Adam agachó de nuevo el rostro, con la mandíbula dolorida de la tensión y los hombros agarrotados. No quería compasión y el silencio por su parte lo dejó bien claro, compartiendo una breve mirada con el investigador.

El hombre no quiso presionarlo, intentando entender la posición del niño. Sin hacer demasiado ruido para no sobresaltarlo avisó a la policía para que se lo llevasen de allí y, de nuevo, Adam no mostró signo alguno de resistirse ante la ley. El agarre de los dos adultos en sus doloridos hombros siquiera lo sintió, teniendo esa sensación de entumecimiento que no lo dejaba ni siquiera un segundo. De nuevo las visiones esporádicas de su ida al centro de menores se daban, casi como si la mitad del tiempo estuviese inconsciente. La burbuja no quería romperse, ni siquiera un poco.


* * *

Vamos a ver… Adam Petrov. ¿Tienes 15 años?

Adam asintió a la pregunta del director del reformatorio, siendo su turno en la cola de otros de similar edad. El hombre mayor no paraba de mirar el tatuaje de su cuello y, de hecho, todos se lo miraban. El agobio era intenso y lo hizo sudar.

¿De donde vienes? —formuló la pregunta mirando al otro hombre que estuvo a su lado, tomando apuntes.

Rostov del Don —contestó en voz baja, asustado.

Bien, bien —el director se puso sus gafas, mirando con el ceño fruncido a los ojos entreabiertos de Adam—. Durante los primeros meses estarás recluido en el centro, luego se te permitirá pisar el exterior para tomar un poco el aire. Tendrás acceso a zonas específicas y todos los horarios están apuntados en los carteles de la habitación comunal —aclaró señalando al sitio, una amplia sala llena de camas pequeñas. No se veían demasiado cómodas—. Siguiente, por favor.

Adam se apartó, acumulándose en la gran bola de otros jóvenes que pasaron la inspección. Las miradas eran variadas. Unos estaban asustados, otros indiferentes y otros tan solo se limitaban a sonreír, como si no les afectase demasiado. Algunos incluso se animaron a hablar por lo bajo. Uno le habló a Adam sin éxito, no obteniendo ninguna reacción como tal de su parte.

Era un periodo nocturno por lo que la ropa ya estaba encima de las camas y los encargados del lugar los dirigieron a sus respectivas. No lo dejaron dormir con la ropa puesta y, por obligación, tuvo que cambiarse al pijama e intentar dormir tapado hasta arriba en cuanto apagaron las luces. El sueño no lo acogió.

Los despertaron bastante temprano y Adam, por suerte o por desgracia, ya estaba despierto para ese momento. Parecía que iba a tener una rutina y para iniciar la mañana lo hacían con estiramientos y ejercicio básico. Según ellos la disciplina y el ejercicio ayudan pero las caras largas de sus compañeros no ayudaban en lo absoluto. Eran días largos, días en los que profesores los ayudaban a hacer tareas y ejercicios mentales. Debían estudiar y hacer ejercicio. Día. Tras día. Tras día.

Tras día.
Tras día.
Tras día.

En ocasiones hacían actividades, talleres para fomentar la creatividad. A Adam simplemente no le salía ser creativo, lo repudiaba con todas sus fuerzas y en uno de esos rechazos una profesora se animó a hablar con él.

Adam, deberías hablar más a menudo —la mujer dijo mirando al niño, comprensiva.

N-No es que esté muy animado a ello —aclaró gacho y esquivo.

Por otro lado, la mujer no quiso rendirse.

¿Cuántos años tienes? ¿Dieciséis?

Lleváis un registro, todos saben mi edad y tuve mi cumpleaños la semana pasada —se molestó en alzar su mirada cansada. No dormía bien y se le notaba.

La mujer agarró la mano de Adam, esperando llamar su atención.

Solo quiero que sepas que no estás solo, todos buscamos ayudarte. Te vendrá bien distraerte y despejar un poco tu mente —su agarre fue afectuoso y miró el lienzo en blanco del joven, se estaban secando las acuarelas de la paleta.

Lo siento, soy malísimo dibujando —se dio cuenta de que no hizo nada, lamentándolo.

¿Y hay algo que se te de bien? ¿Algún hobby?

Adam, para sorpresa de la mujer, lo pensó. Por primera vez mostró interés en una pregunta.

Si tengo que decir algo, nunca se me dio mal la música.

Ella alzó la mirada, sorprendida por la genuina respuesta del chico. Al fin encontraron algo con lo que trabajar y trasladaron a Adam a un ambiente más adecuado para su talento.


* * *

Pasaron cerca de dos años y Adam creció bastante. Demostró tener un curioso don para la música, estando adelantado para su edad. Si bien no era un genio la propia actividad lo ayudaron a no estar permanentemente en un estado de cierre mental, siendo más abierto al diálogo. El piano fue uno de sus mayores entretenimientos pero aun le quedaba una pequeña reserva: su tatuaje. Los psiquiatras no recomendaron al resto del elenco que intentasen ofrecer tratamiento láser para retirar la tinta de su cuello, su estado mental seguía algo inestable y pasar por ello sería un golpe duro para los buenos avances que Adam estaba demostrando.

Pensaron en una alternativa de emergencia y decidieron finalmente ofrecer al joven una bufanda roja para protegerlo tanto del frío como de las miradas a su cuello. Gracias a ello su comportamiento mejoró. Seguía ahí ese lado taciturno pero en comparación a la rota cáscara que fue al entrar al reformatorio, su avance le otorgó una pequeña chispa de calidez y un recién desarrollado impulso por ser amable con todos. El extremo rechazo al conflicto era lo más característico en Adam.

Finalmente cumplió los dieciocho, la mayoría de edad. Se graduó en estudios y debido a ello todos lo celebraron con una gran tarta. El propio Adam sonrió un poco por ello bajo la gruesa tela de la bufanda pero no por el alivio de finalmente salir del reformatorio, sino por sentir cercanía con el resto.

Después de grandes cantidades de papeleo, Adam estaba listo para volver a su vida cotidiana y horas antes de que sus padres lo recogiesen decidió recoger sus cosas.

¡Que envidia Adam!

¿Volveremos a vernos? ¡Se te echará de menos por aquí!

Algunos compañeros de su edad le pillaron cariño a Adam y no se resistieron en expresar lo que sentían por su partida.

Os echaré de menos, chicos —dijo Adam finalmente con un breve sonrojo de la vergüenza, no estaba acostumbrado a ser sentimental.

Cuando marchó por el pasillo algunos empleados del centro se despidieron de Adam y una corta sonrisa fue lo que recibieron del agradecido joven. Sus padres estaban en la entrada y ahí estaba, la dura realidad. Sus miradas eran distintas, distantes, frías. Era normal y Adam lo aguantó, agachando su vista al suelo.

El regreso a su vida no fue como él esperaba. Se mudaron de ciudad, bien lejos de Rostov del Don, vieron necesario el cambio para alejarse de todos los problemas de su hijo. Adam por su lado necesitaba cariño y amor de sus padres pero ellos simplemente lo temían, lo miraban como si tuviesen enfrente a un… monstruo. Adam, en una de las noches silenciosas y oscuras, susurró algo.

Desearía que me olvidasen todos… y escapar de todo

Echaba de menos el reformatorio.
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