El octavo rey trasgo

Rad no era, y dudaba que fuera a ser nunca, un aficionado a las plantas, la botánica o los invernaderos. Aun así los Jardines de la Memoria eran uno de sus lugares favoritos de Rocavarancolia. Claro que teniendo en cuenta que la mayor parte del resto de la ciudad estaba formada por ruinas aquello no era difícil. A pesar de ello el astrario esperaba que el gobierno de la ciudad se pusiera alguna vez a reconstruir aquel estercolero. Tenía más interés por las maravillas arquitectónicas que por aquellos jardines.

Había otra cosa buena de aquel lugar. Ya desde que se acercó a la entrada empezó a mirar interesado las esculturas que se podían ver. Ahora sabía mucha más historia que la última vez que había estado en aquel lugar, bastante más que lo que había podido contarles el escueto libro que habían encontrado durante la criba. Debería poder reconocer mejor las distintas estatuas.

Enredo paseaba por el jardín con toda la tranquilidad del mundo. Aquel lugar le resultaba sumamente relajante por la cantidad de vegetación. El cementerio estaba bien, pero el efecto relajante lo estropeaban las voces de los muertos. Y el bosque fantasma era muy bonito pero no era real, era una verdadera pena que no hubiera un lugar como ese realmente en la ciudad.

Las estatuas le daban un aspecto mágico al lugar y un aire de historia viva. Distintas épocas de la ciudad conviviendo en un mismo lugar, historia terrible e historia increíble. Héroes y villanos. Luz y Oscuridad. Lo mejor y lo peor de Rocavarancolia. Claro que todo dependía de la persona a la que le preguntases, Enredo estaba seguro de que un vampiro tendría la reina Irina y su dragón vampiro Balderlalosa como auténticos héroes a pesar de todas las atrocidades que pudieran haber cometido.

Andando por el jardín vio una figura no muy lejos y se acercó tranquilamente. No conocía al astrario pero eso estaba a punto de cambiar.

-Hola - saludó al chico cuando llegó a su lado.- Creo que no nos conocemos, me llamo Enredo. Un placer. ¿Qué te trae por aquí?

Sox se había acostumbrado a evaluar los lugares desde las alturas. Había saltado, con las alas completamente desplegadas como le había enseñado Obel para suavizar el descenso, desde el tejado de un edificio al lomo de un dragón de piedra antes de darse cuenta de que no estaba solo.

—Rad —reconoció con sorpresa, llamándole en voz alta desde allí. Relajó las alas. No le veía mucho últimamente y le sorprendió haberse topado con él ahora, aparentemente indolente. Sox había hecho un esfuerzo por mapear la ciudad en sus salidas, pero pese a que la extensión de Rocavarancolia era fija, no podía decirse lo mismo de su profundidad. ¿Dónde habría estado metido?

Antes de poder preguntar un extraño entró en su campo de visión, antes fuera de su vista por la estatua de la jinete del dragón. Los rasgos del desconocido eran semejantes a los de Tay. Tras la Luna era difícil discernirlo en ocasiones, pero éste apenas parecía cambiado.

No parecía hostil en absoluto, pero en todo caso Sox planeó del lomo del dragón de piedra al suelo para reunirse con su compañero, en una declaración de intenciones.

El astrario alzó la mirada hacia la cabeza del dragón vampiro, Balderlalosa. Sonrió de lado (de ese lado libre de cicatrices, esa parte de su cara que no se desfiguraba terriblemente al mover cualquier músculo) al contemplar al ángel negro. Y alzó una mano en saludo.

—Ey, Sox —últimamente alternaba la estancia en Rocavarancolia con acampadas en Ormivas, y eso le había hecho difícil ver a sus amigos. No pudo decir nada más, sin embargo, porque pronto le salió alguien al paso.

Rádar parpadeó un momento ante el chico que se presentó. Un rápido vistazo le dijo que parecía humano, y probablemente fuera un mago o, quizás, algún tipo de brujo. Se mantuvo muy sutilmente en guardia, desconfiando de un rocavarancolés que pareciera tan genuinamente amable.

—No, no nos conocemos. Soy Rádar, astrario —su transformación era evidente, sí, pero solo si la conocías. Acompañado a su saludo hubo una leve inclinación de cabeza—. ¿Honestamente? Este es de los pocos lugares de Rocavarancolia que no me provoca pesadillas.

Era verdad, en parte. Sin embargo, era sobre todo una prueba. Había muchas formas de contestar a esa frase, y solo algunas agradarían a Rad.

Sentir a Sox a su lado también le hizo sentir más seguro.

Un ángel negro se unió al astrario y Enredo no pudo evitar una sonrisa. Ambos tenían la piel oscura y brillantes en la piel, desde luego podía ser el inicio de cualquier chiste "Un astrario, un ángel negro y un brujo entran al Jardín de la memoria..."

Asintió con calma a las palabras dichas por Rádar. Si la ciudad aún le producía pesadillas quería decir que no estaba tan corrupto como otros o que era de la última cosecha.

-Si lo deseas puedo darte una lista de lugares que evitar en la ciudad, para no tener más pesadillas de las necesarias - comentó frotándose la barbilla.- O si lo prefieres puedo recetarte algunas hierbas para que tengas sueños plácidos. Soy médico y estoy capacitado para ello.

>>Es una pena ¿sabes? - comentó con algo de melancolía.- En este lugar se dan la mano pasado y presente y por lo que he oído antiguamente la ciudad era bella, terrible sí, pero bella. Ahora solo quedan las ruinas y poca gente interesada en reconstruir los milagros, solo quedan las pesadillas y cada vez menos sueños - murmuró más para sí que para los dos chicos.- Disculpad el estado de los jardines, antes tenían un cuidador pero murió hace un tiempo y mi trabajo me impide dedicarles todo el tiempo que necesitan para estar más bonitos.

Le chocó oír a Rad presentarse por su transformación pero en retrospectiva advirtió que no debería. El astrario había abrazado sin reservas lo que era.

—¿Qué sitios? —quiso saber, irrumpiendo en la conversación. Había pretendido mantenerse al margen pero era precisamente lo que llevaba tiempo buscando, aunque todavía no tuviese claro si quería evitarlos o enfrentarse a ellos.

Miró de reojo a Rad. Sabía que no la necesitaba, su compañero no era estúpido, pero la advertencia estaba clara. Que no aceptase ni agua, mucho menos hierbas desconocidas, de un rocavarancolés del que no supieran nada.

No se le escapó la elección de palabras, pese a la nostalgia en la voz del hombre.
—No la viste entonces —señaló, una pregunta encerrada en la afirmación a su pesar—. Cuando era bella.
Tenía sentido. Pese a ser mayor que ellos, el desconocido parecía a todas luces joven todavía. O quizá no. Las apariencias engañaban tras la Luna, a fin de cuentas.  

¿Cuidaba de los jardines? Sox no daba crédito. Después de todo lo que habían visto y oído, ¿y había gente en Rocavarancolia que se dedicaba a mantener vivo un lugar hermoso porque sí?
—¿Y lo harías a cambio de nada? —inquirió—. ¿O tiene que ver con lo que tú eres?

Rocavarancolia le había enseñado a esperar lo inesperado, y aun así siempre lograba sorprender al astrario. Rad había esperado muchas respuestas, pero no la que recibió. Todavía no había decidido si Enredo no había captado la metáfora o simplemente se estaba fingiendo obtuso cuando contestó, después de asentir a la petición del ángel negro. Información sobre los peligros de Rocavarancolia siempre era algo que agradecía. La criba había terminado, sí, pero eso no significaba que ahora estuviera a salvo. En muchos sentidos era al revés.

—No me hacen falta hierbas, gracias —el tono fue una fracción más seco de lo necesario. Todavía no sabía si creía que él era tan inocente o si, por el contrario, el inocente era su interlocutor.

El astrario contempló las estatuas a su alrededor ante la mención del pasado y el presente. La historia completa de Hurza (o, al menos, las partes más importantes) ya la había conocido la última ocasión que había visitado el lugar. Otras, sin embargo… Ahora sabía más sobre dama Irhina (aterradora y monstruosa, pero Rad le debía un respeto a regañadientes), sobre Maronet el hechicero, sobre dama Ribera, Borrasca y Cisma… Y otros de la veintena de conjuntos (no todos completos) que veía por allí.

Se había acercado a la estatua de dama Escalofrío, envuelta en un chal de seda y pedrería mientras pedía clemencia a alguien, cuando se volvió hacia Sox y Enredo al escuchar la sorpresa en la voz del ángel negro.

A Rádar no le sorprendía que un rocavarancolés se dedicara altruistamente a conservar belleza. Lo que le parecía de verdad sorprendente es que, en aquella ciudad, hubiera belleza que también sería considerara como tal en los mundos vinculados. Y, a la vez, resultaba, hasta cierto punto, predecible.

Rocavarancolia podía ser muy incongruente consigo misma.

Ante la pregunta del ángel negro y la expectativa del astrario Enredo rebuscó en su zurrón hasta dar con una libreta, pluma y tintero. Lo hizo levitar todo y una parte de su mente se dedicó a manejar los utensilios y a escribir en la hoja de papel lugares peligrosos de los que el brujo tenía conocimiento, tales como: la casa de los dulces, los subterráneos, el bastión palpitante...

-Por desgracia nunca llegué a verla - respondió.- No hace muchos años que me trajeron a mí a Rocavarancolia, mucho después de la guerra que arrasó la ciudad. He visto pinturas, dibujos e imágenes de la ciudad tal como eran antes, pero nada podría compararse con verlo en persona, desgraciadamente ninguna de las transformaciones que conozco tiene la facultad de moverse en el tiempo.

Terminó de escribir la lista y acercó la hoja levitante al ángel negro. Asintió con la cabeza ante la negativa de Rádar respecto a las hierbas y guardó la libreta y el resto del bártulos.

-Soy un brujo - respondió a Sox con media sonrisa,- y aunque mi dominio entra dentro de las plantas no lo hago solo por eso. Este lugar es uno de los pocos lugares de toda la ciudad que tiene vegetación, personalmente me parecería una pena que terminasen muriendo las plantas por falta de cuidados. Hago lo que puedo por este lugar cuando tengo tiempo. Y si pudiera hacer más lo haría, por desgracia no tengo conocimientos para reparar las estatuas, solo mis conocimientos de medicina que no surten efecto alguno sobre la roca.

>>Decirme, ¿cuál de las estatuas del jardín os gusta más? - preguntó el brujo haciendo un gesto que abarcaba todo el espacio.

Recogió la hoja flotante con el agarre vacilante de quien anticipaba un calambre. No sucedió tal cosa, por supuesto, y Sox se encontró con la información que había estado buscando entre las manos y a cambio sólo ruido blanco en el cerebro. Las letras flotaron frente a él sin que el ángel negro lograse hilarles significado. Aferraba inconscientemente lo que era para él a la vez botín y bomba.

Asintió lentamente sin advertirlo a las palabras de Enredo. Él también los había visto por todas partes: tapices, cuadros, mosaicos, ilustraciones. La Rocavarancolia de tiempos pasados ocultaba las piezas de su rompecabezas en mil lugares, mil dedicatorias a habitantes nostálgicos o novatos con los ojos bien abiertos.

¿Brujo de las plantas? Parecía… normal. Parecía tener sentido. Sox se relajó un tanto. Rad merodeaba entre las estatuas y no había señales de alarma.
—Así que… ¿puedes moverlas? ¿Cuidarlas mejor? —no tenía muy claros cuáles eran los límites de los brujos. Hacerlas aparecer parecía absurdo.

Sox no había tenido tiempo de ver la mayoría de estatuas, y ordinariamente se habría negado a emitir un juicio hasta entonces, pero pese a ello esta vez la decisión se le presentó diáfana.  
—Ésta —la reina de colmillos afilados era la cumbre del conjunto, la simbiosis aterradora de jinete y dragón claramente la intención del escultor. Pero toda la fascinación de Sox era para Balderlalosa, la conjunción perfecta entre lo libre y lo terrible. Sus alas se desplegaban arrogantes sin arrepentirse un ápice del espacio que ocupaban; la escultura, negra como la noche, no albergaba la menor duda de su ingravidez. Parecía a punto de sacudirse la piedra de encima y emprender el vuelo.

El astrario solo prestaba atención a medias a la conversación de Enredo y Sox. Su mirada vagaba por las estatuas. Le apenaba fuertemente la pérdida de muchas esculturas. Entendía, apoyaba e incluso agradecía las acciones de la Alianza para liberarse del yugo de Rocavarancolia, pero jamás entendería qué necesidad había habido de destruir aquellos testimonios de la habilidad y la historia.

Miró de reojo al brujo al escuchar sobre su transformación. Se preguntaba con cierta frecuencia sobre el alcance de la influencia de la Luna Roja, en especial en ocasiones como esta. ¿Le importaría igual el jardín de la Memoria si fuera un trasgo o un piromante? ¿Importaba acaso?

Iba a contestar cuando sus ojos encontraron otro conjunto. No lo recordaba, y estaba tan incompleto que tardó un instante en darse cuenta de qué representaba.

—Joder.

Era un hombre (un demiurgo, a juzgar por un par de criaturas posadas en sus hombros) arrodillado, escoltado por dos espantos, dos transformados más feos que el delirio más enloquecido de un íncubo de las pesadillas. Suplicaba algo a... quien hubiera estado en la otra parte de la plataforma. Imaginaba qué personaje había sido.

Le sorprendía mucho que la escultura no hubiera sido reducida a escombros, aunque... imaginaba que tenía sentido que hubieran mantenido precisamente a ese demiurgo. Sin su traición Mascarada no habría tenido tiempo suficiente para enviar a miles de sus ciudadanos a otro planeta. Solo había querido salvar el alma de Ataxia, pero inadvertidamente también había salvado el mundo que había estado en guerra contra Rocavarancolia.

Bajó su mirada. Solo quedaba la mitad de la placa. Rezaba «a Varago Tay».

Enredo respondió a las preguntas del ángel negro llevándose una mano al cinturón donde tenía sus esferas con semillas. Rompió una y ante los ojos del neotransformado una vid comenzó a crecer a una velocidad desorbitada, enrollándose entorno al brazo del brujo y posteriormente dirigirse hacia el chico con suavidad. Brotó una flor y de ella una fruta que ofreció.

-Puedes comerla si lo deseas, está perfectamente madura - dijo con una sonrisa amable.- No puedo controlar todas las plantas, solo las enredaderas. Pero sí, supongo que eso me hace más afín a las plantas en general y soy más consciente de lo que necesitan.

Se apoyó en su báculo y se movió siguiendo a los jóvenes. Miró la estatua que señalaba Sox y asintió con la cabeza.

-Dama Irhina, reina vampira de Rocavarancolia y su dragón vampiro Balderlalosa - comentó dejando que su mirada vagara por la forma de la antigua gobernante de la ciudad.- Ciertamente los antiguos escultores de la ciudad eran unos virtuosos que podían hacer maravillas hasta con la fría piedra.

Desvió la mirada hacia el astrario cuando escuchó su exabrupto. No pudo evitar fijarse en la estatua que había elegido él.

-Varago Tay... - el brujo suspiró,- una pena que no se haya conservado toda la estatua. Dime astrario, ¿conoces la historia de este antiguo custodio de Altabajatorre?