El peso de la indiferencia

La falta de distracciones hacía que pocas cosas escaparan a ojos de Kahlo. Puede que no siempre fuera consciente de su propio carácter, pero sí del de los demás. Y Adam había estado especialmente rancio desde el incidente.

No se metía con que cada cual llevase las penas a su manera, ella misma era un terrible ejemplo de las suyas, pero el gélido vacío del ruso era algo que no podía pasar por alto. Estaba siendo un pasota con todos, pero con ella el cambio de trato era exagerado. Incluso si se dirigía a él la ignoraba a posta, y eso hizo que saltasen sus alarmas. Setenta y siete entre otras cosas le había arrebatado la paciencia.

Le buscó por el torreón. Le daba igual que hubiera otros presentes, si tenía que montar un numerito lo montaría. Estaba harta del ruso. Dio con él en la cocina, y colocándose aposta donde entorpeciera cualquier intento de huida le enfrentó.

—¿Cuál es tu problema conmigo? —preguntó sin florituras, con las pupilas rasgadas y una expresión que, de verse en el espejo, le habría recordado demasiado a su madre.

Adam estaba en la cocina tomando un poco de agua producto de la sed. Soltando un suspiro de alivio dejó el vaso y se dispuso a ir de vuelta a encerrarse arriba, casi dominaba el hechizo de levitación.

Allí estaba de nuevo. La mujer gato parecía querer hablar con él y el ruso intentó esquivarla, en vano. Le pilló de sorpresa que Kahlo fuese tan insistente, cruzando miradas por primera vez en días. La escuchó preguntar por motivos, parecía más enfadada de lo normal y esta vez Adam no esquivó la mirada, es más, le devolvió la expresión con creces arrugando la frente con sus ojos verdes fijos en las rayas afiladas de Kahlo.

—Lo que me pasa es que quiero que estés en paz, ¿no es lo que tu quieres? No busco molestarte, déjame —respondió de forma áspera encerrando enfado. Con lo que sucedió en el palacete descubrió que a él no le caía demasiado bien la varmana. Desde el primer roce le tuvo respeto pero ahora fue a peor desde que lo insultó, ¿quien era ella para decidirlo? Él era el primero en admitir la estupidez que dijo pero hay maneras y maneras. Ella no era la única dolida por todo cuando Adam estaba todos estos días de un humor particularmente malo, harto de la monotonía y de los sentimientos negativos.

Los humanos no le parecían guapos. Esa nariz y esas orejas arruinaban las facciones más agradables. Luci tenía colores vistosos, Chromsa morro, Lethe y Kradko eran muy diferentes como para ser comparadas, pero los humanos estaban en un punto demasiado intermedio. Y ahí, devolviéndole la mirada, Adam se le antojó malcarado.
Lejos de amedrentarse levantó el labio sin llegar a enseñar los dientes.

—Pues felicidades, no lo estás consiguiendo. Muy considerado por tu parte no querer molestarme ignorándome como a la misma mierda —ella, que no era malhablada, sintió la garganta arder por sus palabras—. En serio Adam. Qué demonios te pasa conmigo.

Todos habían pasado por lo mismo, con el plus de que ella y Alec habían perdido mucho más, que el escocés, Amira, Lethe y Kolja se habían encargado de asesinar a un asesino, que Luci y Kradko eran pequeños. Si Adam tenía un motivo para su actitud ya podía ser bueno.

La respuesta de Kahlo era coherente, lógica si se veía desde otro punto de vista que no fuese el de Adam. El ruso chasqueó la lengua, no tenía ganas de hablar. En particular no tenía ganas de absolutamente nada pero en ese momento la varmana no lo estaba dejando. En el fondo se negaba a cruzar media palabra por miedo a perjudicar a nadie más, no quería formar parte de nada, de ningún plan, de ninguna charla, deseaba apartarse y ni siguiera el mismo Adam se estaba dando cuenta de eso como si lo estuviese haciendo inconscientemente.

Sentirse así le cansaba y el agotamiento mental pasaba a ser malos humos, unos que estaban creciendo peligrosamente y que estuvo a punto de liberarlos desahogándose con el que sea que tuviese delante. Por desgracia no pudo mas y le tocó a Kahlo.

—¿Sabes que me pasa? ¿Sabes lo que me está pasando? Que estoy harto. Harto de todo y tú no me estas ayudando —Adam soltó un bufido nasal que parecía más una burla a su propia mala uva que estaba por reventar, sonando inclusive sarcástico—. No, no. ¡Pensándolo mejor soy yo el que necesita algo de espacio! ¡Agradece que no os esté dando más malas ideas, paso ya de… de hacer nada me cago en dios! ¡No era precisamente contigo mis problemas pero mejor no me busques, pesada! —mintió, la tirria y el rechazo que le dio su comentario en el palacete seguía ahí. La ignoraba ya a malas y ya habría momentos de sentirse mal pero ahora estaba en un descontrol muy caótico, gritando ya de frustración. Apretó los dientes y apretó los puños, dejando ir ya todo lo negativo de su interior. Gritaba ya a un volumen que nunca logró en su faceta de taciturno, notándose su voz rasgada del esfuerzo—. ¡¿TE PIENSAS QUE ES FÁCIL ASUMIR QUE SOY EL RESPONSABLE DE OTRA MUERTE KAHLO?! ¡¡LA MATARON POR MI CULPA, IGUAL QUE LO QUE LE PASÓ A TU PUTO BRAZO!! —ese "otra" se le escapó por completo, dejándolo ir mientras asestó un fiero golpe a la encimera a puño cerrado que entumeció un poco su mano.

Estaba rojo de rabia. Si bien le estuvo gritando a la mujer gato en retrospectiva se estaba gritando a sí mismo. En mitad del lamentable espectáculo tensó las comisuras y sacó sus dientes apretados, su cara no hacía más que mostrar pura frustración. Ya pensaría después sus acciones pero para Adam él era el incomprendido y Kahlo la niña pesada y desagradable que no lo dejaba en paz, entrándole ganas de mandarla a la mierda.

La expresión de Kahlo dejó de ser de sutil asco a completa estupefacción. Si sus pupilas hubieran podido afilarse más habrían desaparecido del todo. Adam estaba mal de la cabeza, no había más. Necesitaba espacio y espacio era lo único que había tenido. Además... ¿¡hacer qué, si era el que menos estaba haciendo de todos!? Cuando el ruso empezó a gritar las cuerdas que sujetaban las acciones de la varmana reventaron.

Una bofetada llenó la sala tanto como los gritos, tan fuerte que le dejó la mano ardiendo. Podría haber sido más bestia, pero iba con la zurda. Adam eran mucho más grande que ella y después de comportarse como el simio que era estaba claro que podía matarla de un golpe si quería, pero a Kahlo no le importaba.

—Qué te follen Adam. Que te follen —escupió las palabras con odio, tan sincero que le asustó tanto como el ruso. Le brillaban los ojos por las incipientes lágrimas—. Piensa lo que quieras. Así te vas a quedar solo.

Le podría haber dicho que nada de eso era culpa suya, quitarle el peso de sus temores, y así se habría sido de no haberle dado un golpe a la mesa o llegado a las voces. Escondiendo el temblor de sus piernas la varmana se dio media vuelta y subió a su cuarto con la velocidad del rayo. No se preguntó que “otra” muerte decía, demasiado abrumada para pensar.

No volvería a dirigirle la palabra a Adam.

Todo estaba fatal. En mitad de su círculo vicioso de rabias y pataleas infantiles no paraba de pensar que él era el que tenía la razón y nadie iba a hacerle creer que…

Y la bofetada vino. El tremendo guantazo le paralizó por completo, quedando en shock por no esperarlo para nada. La cara le ardía mucho, dolía demasiado el latigazo en el rostro notando toda la zona como si hubiesen tirado de su piel. La inevitable respuesta vino y, a diferencia del palacete, las aceptó. Perdió la compostura y gritó e insultó a quien no se lo merecía.

Estaba claro que se estuvo comportando como un niño y como un completo imbécil, como si no hubiese aprendido nada de su patético yo del pasado.

Antes de que tuviese tiempo para decir media palabra Kahlo se fue escaleras arriba.

—Mierda, no… —miró a su alrededor, intentando no cruzar miradas con quien estuviese mirando. Se marchó a paso rápido del lugar, marchando a un rincón apartado del patio del torreón y avergonzado de haber gritado a alguien. Ya era tarde para subir y pedir perdón, sabía que no era buena idea.

Quería paz y soledad pero, ¿no estaba obteniendo lo contrario a paz? No quería acercarse a nadie pero la mujer gato tenia razón: se quedaría solo y… no paraba de pensar en los demás, con los que se labró confianza, amistad, y con el que tenía una relación romántica.

No quería que eso desapareciese.