Dragones en el horizonte

Había subido como tantos otros días a matar su aburrimiento mirando aquellas ruinas y las caóticas calles que las componían y como siempre estas le devolvían la mirada. De llegada a él le habían parecido burdas creaciones antiguas, diseños que debían ser desechados en pos de aquellos de la nueva era brindada por la tecnología pero cuanto más los miraba más diseños coherentes sacaba de aquel caos, más ideas despampanantes y atrevidas plasmadas en piedra y minerales nunca vistos en su mundo.

Cuanto más miraba a Rocavarancolia más se imaginaba su antiguo esplendor, una obra de arte cimentada en la cultura de cientos, quizás miles de mundos. Caótica, mordaz e incluso cruel pero a la vez hermosa.

Sin casi darse cuenta, en pasos lentos y pequeños se acercaba al borde para contemplar mejor el cadáver mutilado de aquel milagro espantoso.

Se perdía imaginando los mundos de cada edificio y sus gentes, las culturas, las civilizaciones... A su vez la culpa se hacía notar en su pecho de nuevo sabiendo que pese a todo estaba disfrutando con creces de haber venido a aquella maravilla. Culpa que se acentuaba al recordar sus propias atrocidades, o la indignación de muchos de sus compañeros, o la pena que mostraba a veces Maila en su cara.

El borde le devolvía la mirada de la misma manera que la ciudad. Advirtiéndole, pero como si le esperase. Su mano se extendió hacia él con duda, de una manera mucho más lenta de la que había realizado sus inconscientes pasos. Y antes de que se posara en la templada piedra un movimiento en el horizonte hizo que la retirara con miedo.

Observó como una bandada pequeña de dragones se alzaban de aquel cadáver para surcar los cielos vacios de aves, insectos o siquiera nubes. Cielos tan muertos de día como la propia ciudad.

¿Sería así siempre?

No podría evitar preguntarse aquello mientras contemplaba con cierto desasosiego aquel espectáculo tan increíble, enmarcado en tan triste paisaje.