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Kanyum
Kanyum

Ficha de cosechado
Nombre: Nohlem
Especie: Varmano granta
Habilidades: Puntería, intuición, carisma
Personajes :
Jace: Dullahan, humano americano. 1’73m (con cabeza 1’93m)
Rox: Cambiante, humano australiano/surcoreano. 1’75m
Kahlo: Aparición nocturna varmana granta. 1’62m
Nohlem: varmano granta. 1’69m
Xiao Taozi: Fuzanglong carabés. 1’55m

Unidades mágicas : 5/5
Síntomas : Mayor interés por acumular conocimiento. A veces, durante un par de segundos, aparecerán brillos de distintos colores a su alrededor.

Status : Prrrr prrrrr

Invisible Empty Invisible

16/02/23, 02:26 pm
Los rumores empezaron a circular por la casa despacio, al ritmo denso de una historia que no merece ser contada. El protagonista era un simple dejà vu colectivo, una silueta, a veces solo la inquietante sensación de movimiento captada fuera de ángulo. El primer barullo se formó entre un pequeño grupo de sirvientes que no tardaron en ser chistados por otros más escépticos, o bien por aquellos que no querían el malfario que esas habladurías arrastrasen.

Los encuentros cambiaban de una boca a otra, tan esporádicos y tan extraños que a veces ni siquiera podían considerarse como tal. Una imagen borrosa, un hueco en la consciencia, las historias se cobraban la paranoia de quienes intentaban recordar si les había pasado algo similar. El fantasma, si es que alguno se atrevía a llamarlo así, se aparecía sin importar el reloj. A veces durante la hora dorada en los pasillos más cálidos de la casa, otras en el jardín bajo el manto de la noche, pero independiente del cuándo lo más común era el dónde, las habitaciones de los señores.

Los rumores no viajaban más de lo que debían, pues si tales cosas llegaban a oídos de los dueños más de uno perdería el trabajo, algo que irremediablemente terminó pasando cuando empezaron a faltar joyas y los más agobiados culparon a un espíritu. No a una silueta, no a un movimiento ni un dejà vu intenso, sino a una mujer que muy pocos aseguraron estaba hecha de oro y porcelana. Una que, según aún menos, se parecía a la señora Serihna.

Con el tiempo y la ida y venida de empleados, el fantasma y sus robos calleron en el olvido. No porque las joyas dejasen de desaparecer, sino porque hasta ese detalle perdió importancia en la mente de sus padres.



Con el dinero que sacaba de venderle parte de su herencia a Tacuaral en el mercado, Dama Efímera iba por buen camino a saldar su deuda con Krono. No había escatimado en gastos con su brazo, e incluso si la cifra era vertiginosa hasta para sus estándares no se arrepentía lo más mínimo de haberlo encargado así. Blanco, con dibujos y detalles en oro, anillos incrustados en los dedos y totalmente funcional. Parecía la pieza de una muñeca muy cara. Era una verdadera obra de arte, de modo que verlo cada día no convertía su pérdida en un recuerdo amargo, sino en una profunda alegría. A veces perdía el tiempo admirándolo, cuando no olvidaba que no era sino una prótesis por lo natural que se sentía su uso y el tacto que había recuperado.

En la privacidad de su habitación en Serpentaria, su mesa de trabajo estaba repleta de joyas desmontadas, libros de magia y runas abiertos por distintos sitios. No quería desperdiciar las joyas más bonitas vendiéndolas como materiales sin más, así que había decidido aprender a modificarlas con magia para hacerlas realmente valiosas. En una ciudad donde por norma todo era mágico, hasta el diamante más bonito caía en lo sencillo. Era pronto para pensar en un negocio, así que mientras tuviera otras deudas y la boutique le pagara bien por ellas, así continuaría.

Kahlo se abstrajo todo ese tiempo en el trabajo, en retomar la magia y cobrar su herencia, algo que la obligaba a mejorar con su transformación. Cuando sus padres reforzaron la seguridad se coló en casas vecinas a robar, sin apenas remordimientos al ser familias que precisamente pobres no se iban a quedar. Total, nadie la recordaría allí, ni como espíritu ni como varmana.
Soltó las pinzas y la amatista que entre ellas sujetaba, se quitó las gafas para descansar la vista y vagó hasta la foto que decoraba una esquina de su mesa. Quizás no debería haberla robado. El cristal estaba roto a un lado, pues lo había presionado con demasiada fuerza la primera vez que la había visto. La atrajo para observarla mejor, acarició la superficie agrietada y suspiró. Recordaba el día que se habían hecho esa foto. Tenían unos seis o siete años, su hermano y ella se habían pasado la mañana tirando barquitos de papel al estanque de casa. En la foto su padre tenía uno muy arrugado, apenas un triangulito blanco que asomaba de su bolsillo, el mismo que les había quitado para que no salieran con él en las manos. Nohlem tenía una sonrisa radiante a pesar de la riña. Ella también la había tenido, claro que ya no aparecía en la foto. Las manos de su padre descansaban en los hombros de su hermano y nadie más.

Aún así le gustaba. Según como la mirase hasta parecía que su madre estaba sonriendo. La dejó bocabajo y volvió a enterrarse en sus libros.

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