Primer sueño de Irenneil

Neil no podía creer lo que estaba pasando. Era Adru. Realmente era Adru. Estaba ahí. Estaba muerta. Y por su culpa. Aquello no podía estar pasando realmente.

- ¡NO!- gritó cuando Nora le agarró levantándolo. El fuerte agarre hace jadear al niño de dolor y nuevas lágrimas se unen a las que no han dejado de correr por su cara-. ¡No! ¡Yo no soy un monstruo! ¡Yo no quería que esto pasara! ¡Ella estaba bien la ultima vez que la vi! ¡Pero luego nos separamos! ¡Me perdí!- gemía y se retorcía de dolor y angustia intentando que Nora le soltara para poder lanzarse a abrazar el cadáver de su edeel-. ¡Adru!- lloriqueó en dirección al ataúd a medio camino entre no querer creer su muerte y querer morir con ella-. ¡Adru, no me dejes! ¡Adru!

En cuanto Nora le soltó, Neil se abalanzó a la carrera hacia el ataúd. El aurva llegó a tocar lo suficiente la piel de su edeel para comprobar que estaba gélida como el hielo antes de que la piedra le diera y el negro le envolviera.

Primero las luces. Están altas y parpadean, lo que las hace extrañamente bonitas. Luego, el suelo. Y así, poco a poco, toda la plaza. El cielo es oscuro, aunque no bonito, pero realmente a Neil eso le importaba poco. Su cabeza dolía, daba vueltas y casi no podía oir sus pensamientos por encima de aquel pitido.

Neil tardó algo de tiempo en poder levantarse y enfocar los ojos sin marearse, pero cuando lo hizo deseó no haberlo conseguido. Adru está prácticamente a sus pies, rodeada de sangre y Neil no puede hacer otra cosa que arrojarse sobre ella y tratar de incorporarla. No tiene pulso, pero, a diferencia de la Adru del ataúd, su cuerpo aun está caliente.

- ¿Adru?- pregunta asustado con las lagrimas desbordando sus mejillas. Sin perder tiempo, Neil arrancó la espina del cuello de su edeel y trató de tapar el agujero con una mano, a pesar de que en algún lugar de su mente sabía que esto era por completo inútil-. Adru, no. No puedes hacerme esto, Adru. Por favor, por favor. Seré un buen aurva, lo prometo. Dejaré de darte en la mano con la cuchara de madera. Te dejaré ayudarme aunque te hagas daño. Te haré más comida rica. Tallaré más lagartos y pájaros para ti. Por favor, Adru. Por favor. No te mueras. No me dejes- suplicó entre llanto y mocos.

Neil no podía dejar de llorar abrazado a su edeel, pero fue capaz de escuchar los gruñidos de las bestias sobre su llanto. Terriblemente asustado, Neil se levantó arrastrando el cadáver de Adru, en ningún momento pasándole por la mente la idea de abandonarlo ahí, y comenzó a retroceder buscando una salida de aquel lugar, un camino que los alejara de aquellos animales, pero sin darles la espalda.

- Tran... Tranquilos... yo... yo no os voy... no os haré daño... yo... nosotros no molestaremos más... no tenéis... nosotros... no... no queremos... yo...- balbuceó, intentando que su voz saliera calmada entre los sollozos e intentando enfocar entre las lagrimas. Si fuera por él, prácticamente podría dejarse morir ahí al lado de su edeel, pero algo dentro de él le decía que no podía permitir que aquellas bestias devoraran a su Adru.

Los colaespinas no entienden a Neil; entienden el hambre insaciable en sus estómagos, fruto del robo constante de comida por parte de los cosechados. Y aquel cadaver fresco es su oportunidad para resarcirse (sin ser conscientes de ello) y para comer. Tanto es así, que las ratas gruñen a Neil varias veces, especialmente cuando habla.

Al ver que sigue tirando de Adru, las ratas acaban por atacar. Sus colas restallan en el aire y tantos pinchos como monstruos se clavan con fuerza en la piel de Neil. Esta vez el mundo no se vuelve negro, sino rojo, debido a la cortina de sangre que mana de una de sus heridas en la frente. Antes de perder de vista el mundo, el sueño le permite ver a Adru, siendo devorada explícitamente por los roedores de la plaza.

El dolor fantasma de la pedrada de Nora se suma al dolor real producido por las múltiples espinas clavadas y el escenario se desvanece para dar paso a uno nuevo. En esta ocasión, Neil está recostado sobre la mesa de la cocina. El sol se cuela amenazador por las ventanas del torreón e ilumina todo lo que toca. A su alrededor, todo el mundo desayuna.

Nime le da un par de sacudidas suaves para despertarlo, como si se hubiera dado cabezadas y ella tratara de devolverle a la tierra. No hay huellas de las heridas, de ninguna, pero Neil las siente como si estuvieran recién hechas. Está cansado.

Sus compañeros hablan entre ellos.

—Chicos, se me ha acabado la miel.
—Yo también me quedé sin hierbas. ¿Hay algún plan para reabastecernos?
—No sé si habíamos decidido salir hoy, pero si hace falta, se va.

Adru es la última.

—¡Sí, vayamos! ¡VIENTO EN POPA A TODA CESTA! —hace una pose que no es de su mundo y añade—. Y así vemos a los colaespinas. ¿Cómo creeis que estarán?

En ese momento, Neil sabe que se encuentra a escasas horas del incidente que ha vivido previamente.

Las ratas comenzaron a gruñirle y Neil tembló de miedo. Nada impresionadas por sus balbuceos, los colaespinas se arrojaron hacia él atacándole y devorando el cuerpo de Adru. Neil gritó, lloró y se aferró al cuerpo ya casi desviscerado de Adru, pero solo consiguió que el dolor le hiciera desmayarse mientras las lágrimas se mezclaban con la sangre que cubría su vista.

Cuando abrió los ojos de nuevo el escenario había cambiado, pero el cuerpo le dolía como si no lo hubiera hecho. La luz entraba con fuerza por la ventana, lastimándole los ojos y apenas podía distinguir las voces de sus compañeros entre la bruma del dolor y el pitido de su oído. Estaba en la cocina del torreón mientras todos desayunaban y hablaban, como un día cualquiera desde que estaban en Rocavarancolia. Nime le sonrió al ver que había conseguido despertarlo y él le devolvió la sonrisa algo confundido y adolorido.

Neil había comenzado a respirar hondo intentando que el dolor remitiera, cuando oyó a Adru. En ese momento tuvo la absoluta certeza de que lo que acababa de vivir iba a pasar.

- ¡NO!- gritó claramente desesperado y alterado-. ¡No podéis salir! ¡No puedes salir, Adru! ¡Morirás! ¡Las ratas te comerán!

- ¡No! ¡No, no, no, no! ¡No lo entendéis! - gritó, histérico y comenzando a hiperventilar. Su cabeza dolía como nunca y solo quería desmayarse, pero tenía que evitar que salieran, tenía que evitar perder irremediablemente a Adru-. ¡No lo estáis entendiendo! ¡Lo he visto! ¡Las ratas la devoraban! Por favor, por favor, no salgáis. Salid mañana, por favor. No hoy, por favor. Moriréis-. Neil ya casi no podía vocalizar, el llanto y la falta de aire le ahogaba.