Primer sueño de Irenneil

Neil puso una mano a modo de visera sobre su frente y entrecerró los ojos en un intento de evitar que toda aquella luz le diera de lleno. Aun así, el aurva no era capaz de enfocar con claridad y el miedo a toda aquella luminosidad no ayudaba precisamente. Siempre le había tenido pavor a la luz, tanto que por regla general le era inevitable echarse a temblar en cuanto la luminosidad era demasiada. Con resignación se había logrado acostumbrar a la luminosidad del día en aquella horrible ciudad, ya que si quería convivir con el resto de sus compañeros se veía obligado a vivir de día, pero aquella luz era más intensa, más potente, más horrible. Pero, por increíble que pareciera, aquello no era lo peor: se encontraba en aquella horrible ciudad y su edeel no estaba con él. Adru había desaparecido y él estaba completamente solo. Únicamente del pensamiento sus temblores aumentaron.

Neil se apresuró a acercarse a una de esas velas apagadas que parecían absorber la luz permitiendo tener a su alrededor un redil de oscura paz. Acurrucado junto a una de ellas pudo enfocar mejor la calle y lo que había en cada uno de los extremos, pero ni la oscuridad bajo la que se había hecho bolita había conseguido que sus temblores cesaran. Él solo quería a Adru a su lado.

Neil miraba a ambos lados de la calle, decidiendo qué hacer, por dónde empezar a buscar a quien fuera que le llevara hasta Adru, pero, por otro lado, tampoco quería alejarse de la seguridad que otorgaban las velas. El único camino posible, si es que pensaba moverse, era ir hacia la multitud de gente, por mucho miedo que le diera. Adru, de estar en algún lado, sería seguramente rodeada de gente y alborotando mucho. Dudaba enormemente que estuviera en su escuela, más teniendo en cuenta el estado en el que esta se encontraba. “Aunque, pensándolo bien, sí que podría estar ahí. Se ven como unas ruinas que ella querría explorar.” Neil sacudió la cabeza. “No, ella tiene que estar con la gente. No entraría en mi escuela en ruinas, cerraría la puerta y me dejaría aquí sin decirme nada. Dru no es así.” Se dijo a sí mismo intentando convencerse de ir en la dirección contraria a las ruinas. Pero todo su debate mental fue absurdo, pues realmente no se movió de su sitio. Él realmente quería encontrar a Adru, pero también realmente no quería salir de la seguridad que la oscuridad le otorgaba.

Neil jadeó asustado cuando la vela se encendió y no dudó en correr hacia la más próxima, la cual también se encendió poco después. Asustado al verse privado de su preciada oscuridad, Neil miró frenéticamente a todas partes buscando un refugio mientras seguía escondiéndose bajo las velas apagadas, acercándose cada vez más a la plaza. De repente, gracias a la oscuridad de la última vela y la proximidad con la plaza, pudo ver que reconocía a tres de las personas que ahí había. Y, aunque los colores con los que iban vestidos le hicieron sentir triste, no dudó en acercarse a ellos, cogiendo la mano de Nora en cuanto estuvo lo suficientemente cerca.

- ¡Papás! ¡Estáis aquí!- exclamó, aunque no demasiado alto, ya que el ambiente y los susurros a su alrededor le indicaban que no se trataba de un lugar para gritar-. Estaba muy asustado. Toda esa luz, esas ruinas, todos esos niños. ¡Y luego Adru desapareció! Y no sé dónde está y tengo miedo porque no puedo encontrarla. No me gusta estar sin ella, pero vosotras sabéis dónde está, ¿verdad? ¿Dónde está Adru, Nora?- dijo frenéticamente para terminar preguntando a la vez que daba leves tirones de la mano de la aurva.

Neil se sorprendió tanto de que Nora le soltara la mano con brusquedad, que no se percató de la mirada de rabia y tristeza de la gente hasta que recibió la bofetada. Las lagrimas se acumularon en sus ojos sin poder contenerlo y sus manos se fueron a su mejilla magullada. Nora, la dulce y maternal Nora, acababa de darle la bofetada más dura que nunca le habían dado. Neil estaba en shock. Cien cuchillas afiladas en su corazón hubieran sido más suaves que las palabras que recibió.

¿Qué había pasado? ¿Por qué Nora le había pegado? ¿Por qué le estaba diciendo esas crueles palabras? ¿Dónde estaba Adru? Neil no entendía nada y no podía parar de llorar. Su mejilla había dejado de doler aplacada por el dolor que la mirada de Nora le producía.

- No… no… yo… yo no… ¿qué…?- balbuceó confuso y llorando.

Neil se sentía atacado por todo aquel que le rodeaba. Ni siquiera quería mirar a la cara de Yaiza e Yrdel, con la rabia de uno de sus padres era suficiente. Asustado y acorralado, miró hacia todos los lugares buscando una salida, una explicación o incluso a Adru. Lo único que encontró fue un ataúd gris que hizo que, junto a las palabras de Nora, algo hiciera clic en su mente.

Con los ojos desorbitados y el terror desbordando, se acercó corriendo hacia el ataúd, tropezando por el camino.

- ¡No, no, no, no, no, no!

Neil no podía creer lo que estaba pasando. Era Adru. Realmente era Adru. Estaba ahí. Estaba muerta. Y por su culpa. Aquello no podía estar pasando realmente.

- ¡NO!- gritó cuando Nora le agarró levantándolo. El fuerte agarre hace jadear al niño de dolor y nuevas lágrimas se unen a las que no han dejado de correr por su cara-. ¡No! ¡Yo no soy un monstruo! ¡Yo no quería que esto pasara! ¡Ella estaba bien la ultima vez que la vi! ¡Pero luego nos separamos! ¡Me perdí!- gemía y se retorcía de dolor y angustia intentando que Nora le soltara para poder lanzarse a abrazar el cadáver de su edeel-. ¡Adru!- lloriqueó en dirección al ataúd a medio camino entre no querer creer su muerte y querer morir con ella-. ¡Adru, no me dejes! ¡Adru!

En cuanto Nora le soltó, Neil se abalanzó a la carrera hacia el ataúd. El aurva llegó a tocar lo suficiente la piel de su edeel para comprobar que estaba gélida como el hielo antes de que la piedra le diera y el negro le envolviera.

Primero las luces. Están altas y parpadean, lo que las hace extrañamente bonitas. Luego, el suelo. Y así, poco a poco, toda la plaza. El cielo es oscuro, aunque no bonito, pero realmente a Neil eso le importaba poco. Su cabeza dolía, daba vueltas y casi no podía oir sus pensamientos por encima de aquel pitido.

Neil tardó algo de tiempo en poder levantarse y enfocar los ojos sin marearse, pero cuando lo hizo deseó no haberlo conseguido. Adru está prácticamente a sus pies, rodeada de sangre y Neil no puede hacer otra cosa que arrojarse sobre ella y tratar de incorporarla. No tiene pulso, pero, a diferencia de la Adru del ataúd, su cuerpo aun está caliente.

- ¿Adru?- pregunta asustado con las lagrimas desbordando sus mejillas. Sin perder tiempo, Neil arrancó la espina del cuello de su edeel y trató de tapar el agujero con una mano, a pesar de que en algún lugar de su mente sabía que esto era por completo inútil-. Adru, no. No puedes hacerme esto, Adru. Por favor, por favor. Seré un buen aurva, lo prometo. Dejaré de darte en la mano con la cuchara de madera. Te dejaré ayudarme aunque te hagas daño. Te haré más comida rica. Tallaré más lagartos y pájaros para ti. Por favor, Adru. Por favor. No te mueras. No me dejes- suplicó entre llanto y mocos.

Neil no podía dejar de llorar abrazado a su edeel, pero fue capaz de escuchar los gruñidos de las bestias sobre su llanto. Terriblemente asustado, Neil se levantó arrastrando el cadáver de Adru, en ningún momento pasándole por la mente la idea de abandonarlo ahí, y comenzó a retroceder buscando una salida de aquel lugar, un camino que los alejara de aquellos animales, pero sin darles la espalda.

- Tran... Tranquilos... yo... yo no os voy... no os haré daño... yo... nosotros no molestaremos más... no tenéis... nosotros... no... no queremos... yo...- balbuceó, intentando que su voz saliera calmada entre los sollozos e intentando enfocar entre las lagrimas. Si fuera por él, prácticamente podría dejarse morir ahí al lado de su edeel, pero algo dentro de él le decía que no podía permitir que aquellas bestias devoraran a su Adru.