Primer sueño de Adrunelia

No se había sentido tan confusa en su vida, ni siquiera en sus peores caídas. Al principio no era capaz de procesar nada de lo que estaba sucediendo, pero la voz de Neil le hizo centrarse en su aurva.
—¿Dónde estás, Neil? No…
El zarandeo la interrumpió, comenzando a percibir por fin dónde se encontraba. Con la visión borrosa vio las manos de su parte clara y se aferró a ellas para levantarse. No le extrañaba estar en el suelo: eso no era ninguna novedad para ella. Pero sí le extrañaba encontrarse en el suelo sin saber por qué, ni qué hacía en medio de la calle para empezar… Todo aquello importó poco cuando Neil le hizo notar algo bastante más apremiante: el torreón estaba ardiendo… Y de repente parecía tener vida propia.
>>¿Cuándo pasó eso? ¡No recuerdo nada! Me he debido de dar un golpe muy fuerte en la cabeza… —Se frotó la coronilla mientras recuperaba del todo la verticalidad. Cuando su hermano le insistió en que tenían que salir corriendo su expresión se volvió de auténtica preocupación: algo inusual en ella—. ¿Pero y los demás? ¿Dónde están? ¿No seguirán allí? —Preguntó mirando frenéticamente a su alrededor y señalando la torre envuelta en plantas ardiendo.

—¿Por qué no? —Su rostro delataba una enorme confusión ante las palabras de su aurva, y la niña no comprendía por qué era mejor que no supiera qué había pasado.
Aun así estaba dispuesta a seguir a Neil en cuanto detectó urgencia en sus súplicas, hasta que hizo referencia a sus compañeros.
>>¡Pero entonces están ahí! Lo siento, Neil, pero tengo que volver a buscarles —le dijo con tono y expresión determinados, deshaciéndose de su agarre con un movimiento seco—. Espérame aquí.
Su intención a continuación sería echar a correr en dirección al desbocado torreón.

Adrune había esprintado en dirección al torreón con los gritos de Neil a sus espaldas. Ya le había explicado a su aurva que tenía que volver y no podía detenerse, aunque le dolía escuchar la desesperación en su voz. Se frenó en seco al ver que las enredaderas en llamas se agitaban hacia ella, y evaluó la situación. Fue durante esa parada cuando vio a la libense atrapada en lo alto del torreón. Se mordió el pulgar mientras decidía qué debía hacer, pero estaba claro que no tenía muchas opciones.
—¡Nime está en peligro, tengo que subir a la azotea! —Se giró para dirigirse a su parte clara, gritando más o menos según cuánta distancia hubiese acortado entre ambos—. ¡No te acerques más, Neil!
Lo siguiente que intentaría sería la conclusión a la que había llegado: necesitaba ser más rápida que las enredaderas. Se dirigiría hacia la puerta si se encontraba abierta, y sino treparía por el muro del patio.

Para su suerte la puerta estaba abierta de par en par y en ningún momento las llamas estuvieron a punto de rozarla. El incendio del interior, aunque esperable, la cogió por sorpresa debido al hecho de que no recordaba cuándo ni cómo había sucedido. Lo primero que reconoció fue un mechón de cabello de un tono azul reconocible, asomando por el lateral de la cabecera de un sillón cubierto de enredaderas.
—¡Eitne! ¿Puedes…?
Se había acercado al sillón mientras hablaba y no pudo sino enmudecer una vez tuvo a la vista el rostro del daeliciano… O lo que quedaba de él.
—N… No. ¡No! —Exclamó con desesperación mientras, sin detenerse a pensar, trataba de arrancar las lianas que mantenían fuertemente agarrado el cadáver—. No es posible… Este no es Eitne. ¡Es un engaño! —Su tono se tornó airado y arrojó las plantas que hubiese podido arrancar con furia al suelo.

Se giró hacia su aurva cuando este volvió a suplicarle que se fueran, después de que hubiese comprobado que el acceso a las plantas superiores estaba completamente tapiado.
—Neil, no puedo irme. Nime está ahí arriba, y tal vez el resto también. No puedo abandonarles a su suerte —Miró de reojo hacia el sillón donde se encontraba el cadáver calcinado. No quería dejar que el chico lo viese. Colocó sus manos sobre los hombros de su aurva— .Te dije que me esperases fuera. Aléjate de aquí. Yo… Volveré enseguida.
A continuación echó a correr por el único sitio que tenía sentido: escaleras abajo, en dirección a la armería. Su intención era buscar un hacha e intentar abrirse paso hacia los pisos superiores.

No se detuvo a pensar en lo extraña que resultaba la calma en el sótano, completamente ajena al caos que se había desatado en el resto del torreón. Tan solo tenía en mente el objetivo que se acababa de marcar. La repentina aparición de Neil la sobresaltó, pero tampoco tenía tiempo para pensar cómo la había alcanzado tan rápido.
—¿Todos muertos? ¡No! Eso no es posible. Nime… Nime está  viva. La vi. La oí gritar. Y a lo mejor los demás también están ahí arriba atrapados. Eitne también tiene que… —Negó con la cabeza: no quería pensar en el cadáver de la primera planta, aferrándose a la idea de que tenía que tratarse de un engaño—.  No voy a morir, Neil, te lo prometo —le dijo con una confianza en el tono de voz que empezaba a no estar tan segura de sentir—. Y tú tampoco sufrirás ningún daño si me haces caso y esperas fuera. Ponte a salvo. Yo volveré enseguida y rescataré a Nime y a los demás.
Tenían que seguir ahí arriba, necesitaba creer eso. La edeel tan solo se imaginaba hachas enormes que pudieran cortar aquellas enredaderas hechizadas, por lo que, junto a otras armas corrientes que estaban en la armería desde el principio, encontró justo lo que buscaba: un hacha de gran tamaño, afilada y en buen estado. Ni siquiera se preguntó desde cuando tenía tanta fuerza, simplemente sujetó el arma y volvió escaleras arriba, ignorando por completo el dolor de las quemaduras al sujetar el mango de la herramienta.

La edeel ya estaba lista a replicarle a su aurva acerca de quedarse allí, pero el chico la sorprendió tomando una resolución que no habría esperado de él. Aun así, había algo completamente erróneo en lo que había dicho.
—Tú nunca has sido mi parte débil —le aseguró con una sonrisa mientras apoyaba una mano en el hombro de Neil, sujetando con una sola el hacha sobre su propio hombro—. Los salvaremos juntos.
No perdió un solo segundo más y subió las escaleras a toda prisa, todavía inconsciente del extraño hecho de que la herramienta no ralentizaba su avance ni le ofrecía peso extra alguno.
—¡Ah!
El fuerte calambrazo le hizo saltar en el sitio y soltar el mango del hacha, que de todos modos habría perdido igualmente entre la rebelde maleza.
>>Estoy bien —le aseguró a Neil incluso antes de que preguntase—. Vamos a… ¿Qué es…? ¿El brazo… De Rena o…?

La sinhadre tiró fuertemente del brazo hasta que consiguió aflojar el entramado de lianas que lo mantenían sujeto. Y no solo el brazo, tal y como estaba empezando a temer.
—¡Milo! ¡Milo, despierta! —Exclamó una vez se recuperó de la sorpresa inicial de ver como el cuerpo del irrense se descubría colgado de las ramas. Adoptó un semblante serio y añadió en tono firme:— ¡Milo, te lo ordena la Capitana!
En aquella ocasión no había duda: se trataba del irrense. Pero su cuerpo no se encontraba en el mismo estado que el de Eitne, por lo que la edeel conservaba la esperanza de que tan solo estuviese inconsciente. Se apresuró a tratar de bajar el cuerpo cortando las ramas para después zarandear al irrense.

—¡Milo, tienes que despertar…! ¡Milo!
Su tono de voz había pasado del firme y autoritario que había empleado anteriormente para dar “la orden” a uno de súplica. Con el cadáver del irrense en brazos, observó de reojo el sillón en el que asomaba la cabellera de Eitne. Se frotó los ojos, que empezaban a picarle, incapaz de enfrentarse a la situación. Dejó caer a Milo al suelo y le dio la espalda, para después dirigirse a Neil sin darse la vuelta en ningún momento.
>>Nime necesita nuestra ayuda.
A continuación seguiría abriéndose paso como fuese a través de la maleza. Si todavía no había abierto un agujero suficiente para continuar, trataría de usar sus propias manos, recuperar su hacha o bajar a por otra: tenía que subir allí arriba. Durante todo el proceso no volvería a mirar hacia ninguno de los dos cadáveres.