Tienda de artefactos rúnicos

Asentí complacido cuando la chica gato tomó su decisión, probablemente con una pizquita de orgullo por haber conseguido que mi diseño fuera el elegido por mi cliente. Nunca sentaba mal que tus ideas fueran valoradas.
–Funcionará, tienes mi palabra –respondí cuando la chica habló, luego la conversación pasó a concretar la fecha de entrega.
Cuando me reveló que se estaba preparando para hacer las pruebas de acceso al ejército mi interés en el encargo creció rápidamente. La chica no parecía a primera vista como el tipo de criatura que cuadrara entre sus filas, pero no juzgaba las capacidades de nadie por su apariencia, y en esa ciudad todavía menos. Después de todo, una de las criaturas más temibles con las que había tenido que lidiar podía ser descrita como el fantasma de una planta.
En cualquier caso, aquello era una oportunidad para expandir el negocio. En general no tenía clientes que formasen parte del ejército, probablemente porque ya suministraban a sus filas los de arriba, pero si aquel encargo causaba una buena impresión podría atraer nuevos clientes a la tienda, y con lo regular que me iban las cosas me vendrían bien un par de caras nuevas por el lugar, especialmente si dejaban dinero.
–Por eso no te preocupes –Sonreí. –Tú tan solo dime la fecha para la que los necesites terminados y ese día los tendrás.

Pasé los siguientes minutos elaborando un presupuesto para la chica y tras decidir la fecha cerramos el trato.
Una vez la Varmana se hubo marchado volví a la trastienda para comenzar a diseñar y fabricar los guantes que me había pedido.
“Tenerlos a tiempo no debería ser ningún problem...“
Me paré en seco al ver delante de mí el otro “proyecto importante” que tenía a medias y que de hecho me estaba yendo mal. Con las ilusiones que me había hecho con lo de traer clientes del ejército a la tienda me había olvidado por completo de que también tenía pendiente de terminar aquella monstruosidad, que también tenía que entregar por las mismas fechas que el otro encargo.
De repente me encontraba hasta arriba de trabajo. Tener todo eso acabado para el día que le había dicho a la chica seguía siendo posible, pero a costa de pasar una cantidad de horas sin dormir durante varios días y acabar con ojeras, de mal humor… esas cosas.

“Oh… Mierda”

Rad entró en aquella tienda con un mínimo poso de tensión en sus entrañas que apenas se traspasaba a su postura. Sabía que la regentaba un vampiro. Sabía que el vampiro era de fiar y no se comía a sus clientes. Y sabía que sería su primer encuentro real con uno de los monstruos que necesitaban alimentarse de otras personas para no enloquecer. Ya no juzgaba tan rápido como hacía unos meses. Y, por tanto, ya no era lo suficientemente estúpido como para pensar que preferir matar al sfrumiento eterno de la sed convertía a aquel vampiro en un simple monstruo de pesadilla con una maldad ilimitada. Pero…

Pero el mero hecho de hablar como si tal cosa con alguien que mataba personas para alimentarse de ellas seguía enviándole escalofríos por la columna. No era esa una de las facetas de Rocavarancolia a las que se hubiera acostumbrado.

El astrario se obligó a relajar su postura y esperó a que apareciera el dueño de la tienda.

El cordón de alarma de la entrada me avisó de que tenía visita. De momento estaba siendo un día tranquilo, algo que parecía repetirse desde hacía ya unas semanas, asi que no estaba muy ocupado en aquel momento y aquel era el primer cliente del día así que no tardé en asomarme a la tienda a recibirle.

Era un astrario, y el primero que veía en circunstancias… no hostiles. Busqué en mi memoria por si recordaba algo sobre el tipo de habilidades que pudiera tener pero no sabía mucho de aquella transformación más allá de su apariencia ya que el único que conocía no había hecho nada, salvo el ridículo. Tendría que preguntar directamente si lo que buscaba eran encantamientos a medida, pero tampoco era como si esperara problemas. Con que fuera más inteligente que el otro que había conocido me bastaba, y el listón para cumplir con eso estaba muy bajo.

–Bienvenido –saludé, un poco de manual por la costumbre. –¿En qué puedo ayudarte?

—Buenos días —la voz de Rad era completamente neutra. Podía incomodarle estar justo al lado de un vampiro (y, por definición, de un asesino seguro), pero eso no significaba que fuera a cometer la descortesía (y la estupidez) de demostrarlo—. Me interesaba adquirir un par de amuletos. Uno de levitación y otro de defensas —dudó un segundo antes de volver a hablar—. No… defensas demasiado potentes. Su finalidad no sería defenderme de los peligros de Rocavarancolia, sino de peligros que puedan sorprenderme en incursiones más o menos largas en mundos vinculados.

En cada visita que hiciera a ellos no pensaba estar más que tres o cuatro días seguidos, pero ese tiempo era más que suficiente para necesitar dormir varias veces. Y Rad sabía que daba igual cuánta fuerza le hubiera concedido la Luna Roja: mientras dormía no tenía forma de evitar que una serpiente venenosa le mordiera, o que un depredador intentara comérselo. Para aquello necesitaba magia.

Asentí tras escuchar lo que el astrario estaba buscando y señalé rápidamente a las vitrinas situadas al lado de la puerta de entrada.
–Las tres vitrinas de la izquierda. Ahí tienes artefactos centrados en sortilegios defensivos. De derecha a izquierda: colgantes, pulseras o anillos, según preferencia. Están etiquetados según potencia y usos antes de descargarse.
Los amuletos defensivos eran, con diferencia, lo que más se vendía de la tienda, así que prácticamente tenía una sección de la tienda dedicada a ellos. Los diseños eran más bien genéricos, pero eran baratos, tanto de fabricar como de precio. No iba a complicarme la vida con diseños complejos ahí, para eso hacía encargos personalizados, aunque alguna vez me venía la inspiración y fabricaba alguna cosa curiosa. No era el caso esta vez.
>>Los que ofrecen protecciones físicas están en los niveles inferiores de las vitrinas, y los mágicos en los superiores–añadí para facilitarle la búsqueda (y que acabara antes). 
Lo de la altura no era al azar, sino más el resultado de ensayo-error. La mayor parte de clientes con transformaciones físicas eran altos, y ese tipo de clientes suelen buscar protecciones mágicas para lidiar con magos. Ya había tenido algún caso de algún guerrero orgulloso que le molestaba tener que agacharse, por alguna razón, pero independientemente de la estupidez de algunos individuos mi interés es tener a la gente contenta y cómoda, de ahí la distribución.

De levitación no tenía nada expuesto, no había tanta demanda y los pocos que tenían se agotaron el otro día pero todavía tenía un par recién terminados en alguna parte del mostrador. –Ahora te saco los de levitación, que los tengo guardados. Dame un minuto.
Mientras sacaba los amuletos de los cajones y los iba colocando en el mostrador me di cuenta de que tenía algo recién fabricado que tal vez pudiera interesarle también, pero necesitaba estar seguro antes.
–¿Cómo de largas planeas que sean las incursiones? ¿Varios días? –Le pregunté. Buscando sacarle si planeaba pasar las noches al raso o no.

El astrario se acercó a las vitrinas conforme aquel vampiro le explicaba dónde estaba lo que deseaba. No se fijó mucho en el diseño: eran perfectamente aceptables y, de todas formas, no se sentía capaz de llevar encima alhajas notables. Rad todavía no deseaba llamar la atención sobre sí mismo, no en Rocavarancolia. Y muchísimo menos en un mundo vinculado.

Acabó escogiendo uno que se fijaba bien a sus necesidades y su presupuesto. Y, por si acaso, se agenció también una protección mágica. No sería tan útil si un auténtico monstruo rocavarancolés decidía intentar matarlo, pero en algunos mundos vinculados también había practicantes de magia. Y aunque Rad planeaba no acercarse a ningún poblador nativo sabía que nunca se estaba demasiado preparado. Era una de las cosas que le había enseñado la criba.

Una vez escogidos los que deseaba se acercó al mostrador. La pregunta del vampiro provocó una vibración casi imperceptible que apenas duró un instante: desde el «¿Por qué quieres saberlo?» hasta el «No seas idiota, si te quisiera comer lo haría ahora» cruzaron por su mente en apenas un único momento. No, aquel vendedor, quizás, solo intentaba ser cordial. O venderle más cosas.

Rad odiaba el delicado equilibrio entre paranoia y confianza que había que mantener en Rocavarancolia.

—En principio serían varias visitas de varios días a cada mundo, sí. Menos Carabás y la Tierra, claro —hubo una extraña y fugaz sonrisa cruzando su cara. Claro que no visitaría esos mundos, y menos Carabás. El planeta que le vio nacer era uno al que jamás podría regresar.

–Si ese es el caso, puede que tenga algo que te interese –le dije. –Dame un segundo –y salí de la tienda por la puerta que daba a la forja. No tardé en encontrar lo que buscaba porque acababa de darle los últimos retoques aquel mismo día y, aunque pensaba usarlo yo para mis propias incursiones, nada me impedía hacer otro.

Cuando volví a la tienda llevaba en un brazo un cordel plateado enrollado, bastante largo y con enganches en ambos extremos para poder hacer un circuito cerrado. 
–Esto es algo que terminé hace poco y creo que podría servirte exactamente para lo que buscas. –empecé mientras colocaba el rollo en el mostrador frente al astrario para que pudiera examinarlo. –Es un cordel encantado para funcionar como sistema de alarma, que puede llegar a cubrir un radio de hasta cinco metros. –Dejé que le echara un vistazo y luego atraje su atención a los cierres de los extremos:
>>Cuando se cierra se liga a la mente del quien ha cerrado el circuito. A partir de ese momento, y hasta que vuelvas a abrirlo, si algo cruza el cordel recibirás una alarma en tu mente. No es lo bastante preciso como para distinguir entre aliados y enemigos, o como para decirte por donde vino el intruso, eso sí, pero es suficiente para anticipar un peligro. Además, si estás dormido el aviso te despertará.

No añadí que una versión tan compleja probablemente estaba fuera de su presupuesto, por no hablar de que tampoco tenía algo así fabricado. Quizás en el futuro, si acababa siendo un cliente regular podía mirar de hacer una versión con más detalles.

Al astrario casi le brillaron los ojos al escuchar el funcionamiento de aquella cuerda. Un elemento así era tremendamente útil, y no solo en los mundos vinculados, claro.

—Me lo llevaré, entonces. Junto a estos amuletos —presentó los que había escogido, de defensa y levitación—. ¿A cuánto sale todo?

Iba a ser un buen pellizco en sus ahorros, lo sabía, pero en los meses anteriores no había gastado casi nada de lo que ganaba. Todavía no estaba del todo cómodo mezclándose con los monstruos que poblaban Rocavarancolia, y aquello tenía su lado positivo.