Primer sueño de Mónica

Mónica casi se cayó al suelo cuando el edificio comenzó a temblar y de inmediato salió de allí a toda carrera, tratando de cubrirse la cabeza con las manos y de no respirar el polvo que caía desde arriba. Por suerte no estaba demasiado lejos de la entrada, porque no habría podido aguantar la respiración tanto tiempo. Salió a la calle de nuevo justo para ver cómo la cosa con la cara de la belga trataba de abrir el centro comercial como quien abre una caja de bombones, todavía cantando esa cancioncita que ponía a la madrileña los nervios de punta.

“Maldita sea” se dijo mientras corría todavía más rápido, sin saber qué hacer. “Daría lo que fuera por que se callara, joder”.

La chica se parapetó para coger aire en una esquina relativamente oscura, tratando de no hacer ruido y de no toser, abrazándose con fuerza y mirando a todas partes con los ojos como platos, sintiéndose como un animalito atrapado.

“¿Dónde están todos? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué está pasando?”.

La madrileña observó sin moverse lo que pasaba, temiendo respirar incluso, limpiándose la cara con las manos y dejándose churretes húmedos por donde había lágrimas creando caminos entre el polvo de sus mejillas. Daba igual que la cosa Nad estuviera haciendo ruido suficiente como para ocultar el que ella pudiera hacer: Mónica se había clavado al suelo y no podía moverse.

Miró de nuevo a su alrededor en un silencio angustiado, justo a tiempo para ver, en un restaurante cercano, a su reflejo: una imagen que, con el rostro deformado por el dolor, acabó rompiéndose. Un sonido parecido al que haría un ratón escabulléndose de un gato salió de la garganta de la chica sin su permiso mientras de nuevo comenzaba a temblar. Y en ese momento el monstruo comenzó a hablar. De nuevo con la voz suplicante de la pequeña. Y después a cantar esa horrible canción infantil.

Mónica no lo aguantó más y, todavía sin hacer ruido, se agazapó en el suelo abrazándose a sus rodillas, convirtiéndose en una mera bolita temblorosa escondida en una sucia esquina oscura.

-Por favor…- susurró tan bajito que casi no se escuchó ella misma. –Basta…

La madrileña gritó desgañitándose cuando el monstruo la descubrió, tratando desesperadamente de ponerse en pie y salir de allí. La mano enorme de la cosa, que por fin había desvelado su cara de pesadilla, se acercaba a Mónica y esta, en un arranque de desesperación, la saltó.

-Joder, joder- Mónica jadeaba y sollozaba al tiempo. No estaba acostumbrada a tanto esfuerzo físico y estrés combinados.

“Mierda, estoy muy floja. Juro que si sobrevivo a esta mierda comenzaré a hacer ejercicio” se dijo algo irracionalmente mientras seguía corriendo.

-Pies… para qué… os quiero- barbotó mientras, por el rabillo del ojo volvía a ver a su reflejo. A la derecha. Mon asintió.

Derrapó al tiempo que viraba.

La chica se levantó a toda prisa, todavía fuera del alcance del monstruo, y salió a la calle, que todavía estaba sumida en una oscuridad rota sólo esporádicamente por algún que otro parpadeo. Miró frenéticamente a su alrededor y sonrió al ver a su reflejo hacerle señas pero esa sonrisa se transformó en una mueca. Había más reflejos, y se contradecían. Se acercó rápidamente al escaparate de un casino hasta que se vio morir aplastada, momento en que trastabilló hacia atrás. Demasiadas Mónicas, demasiadas opciones, demasiado peligro.

Entrecerró los ojos notando el latido de su corazón en los oídos, escudriñando toda superficie reflectante. Uno de sus reflejos no tenía advertencia, y señalaba a lo que parecía su torreón. La chica dio un paso hacia allí, aunque volvió a mirar a su alrededor. No había mucho más, el mundo se desdibujaba más allá de una fuente normal y corriente.

-Mierda- masculló, todavía dubitativa.

La cosa que se parecía a Nad volvió a aparecer.

-¡Mierda!- repitió Mónica, dando un salto.

El factor de la familiaridad, junto a la sensación de apremio y el miedo que la embargaba, jugó a favor del hotel-torre. Mónica corrió hacia allí, escurriéndose dentro como un ratón, sintiéndose atrapada. Tal vez debería de haber corrido hacia ese fin del mundo…

La puerta se cerró tras ella haciendo que la chica diera un salto involuntario y ahogara un gritito ridículo. Se acercó a ella y la tocó: parecía sólida a pesar de no haber estado allí hacía unos instantes, y Mon no pudo evitar sentirse un poco más atrapada.

Contrayendo la cara con angustia se enfrentó a ¿su torreón? No parecía el mismo exactamente… Caminó lentamente admirando el lugar, estremeciéndose cada vez que las voces de su archienemiga gigante la alcanzaban aunque estas sonaban ya lejanas.

Sin emitir un solo sonido se escabulló hacia el piso que en su torreón estaba destruido. La curiosidad estaba ganando a la precaución y, aunque todavía estaba asustada y caminaba cuidando de no llamar la atención, comenzó a sentirse segura al estar en lo que ahora consideraba su casa a pesar de los temblores del suelo.

“Vamos, Mon. Tú puedes, ¡joder, claro que puedes!” se dijo mientras observaba una de las puertas, tratando de darse ánimos. “A lo mejor Doce Punto está detrás y por fin consigues esa cita que te debe”.

Alargando la mano giró el pomo y abrió la puerta.

Mon gritó, con un grito agudo, desesperado, cuando una mano enorme la arrastró en cuanto abrió la puerta y se encontró cara a cara de nuevo con el monstruo con cara de Nad… que ahora, tras una mirada que podría haberla matado, lloraba.

-¡No! ¡No tiene sentido! ¿Qué haces aquí?- Mónica se agarró con las manos a las orillas de la mano que la aferraba con fuerza, tratando inútilmente de liberarse, y de paso haciéndose más daño al no poder retorcerse bien.

El monstruo comenzó a hablar. Y la madrileña paró de forcejear y escuchó. Le estaba diciendo lo que ella misma pensaba. Que Nad había muerto por su culpa. Una lágrima resbaló por la cara de Mónica, que abrió la boca para decir algo, no sabía el qué. Sin embargo la cara del monstruo se arrugó en una fea mueca sin que ella pudiera haber dicho nada, y la presión con la que la sostenía se hizo más y más dolorosa. En vez de las palabras, un alarido de dolor escapó de la boca de la chica, justo en el momento en que un chasquido estremecedor sonó, inmediatamente seguido de una quemazón espantosa. Y la sensación de que ahora algo le faltaba. Mónica puso los ojos en blanco al comenzar a acusar el dolor de cada una de las roturas que la gigante estaba provocando, notando cómo el borde de su visión se teñía de negro.

El monstruo reclamaba perdón a gritos y Mon comenzó a convulsionar ante el shock recibido.

-Tú no eres Nad- se esforzó en decir la chica entre espumarajos de saliva, lágrimas y sudor. –No te voy a pedir perdón a ti. Tú eres un monstruo.

Mónica dejó caer la cabeza hacia atrás esperando desmayarse. No lo consiguió: por desgracia siguió consciente.