Primer sueño de Mónica

Mon despertó estirándose como un gatito, abriendo los ojos con pereza. Qué raro. ¿Por qué estaba tirada sobre cemento? Se restregó los ojos sin incorporarse y, fijándose más, se estremeció del asco al descubrir que había dormido en el suelo de lo que parecía… ¿la Gran Vía?

-¡Arg! ¡Qué asco!- la chica se levantó de golpe y se sacudió la ropa (la misma de la excursión en la que había muerto Zana) y las manos, meneando la cabeza con mucho aspaviento, sorprendiéndose de lo poco tensa que estaba a pesar de haber dormido en el suelo. Después miró boquiabierta a su alrededor. Esto no parecía Madrid. No parecía nada más que una calle fantasma, y casi esperaba ver a muertos vivientes salir tambaleándose de las tiendas. Mónica se abrazó sintiendo frío de repente, e iba a abrir la boca para decir alguna chorrada cuando un canturreo infantil resonó por la calle.

La risa de Nad creó eco y Mon casi se cayó al suelo de la impresión, palideciendo y comenzando a temblar, agarrando con fuerza la chancla que llevaba en la cintura.

-¿¡Nad!?- gritó. -¿¡Nad!?

Mónica retrocedió en cuanto la niña salió de donde estuviera, con un zumbido en los oídos y elevando la chancla ante su rostro. Esa cosa que se revelaba no era la cría que había conocido. Eso que tenía delante era el ser de una pesadilla, gigante, tan grande como los edificios que la rodeaban, o más. La rima le puso la piel de gallina, de nuevo, mirando hacia esa cosa con los ojos como platos sin poder moverse.

-Maldita psicópata- masculló tratando de obviar la lágrima solitaria que le bajaba por la mejilla.

Cuando la mano enorme de la pequeña aterrizo con fuerza a pocos metros de la española esta se olvidó de su inmovilidad y echó a correr con un grito, parapetándose tras una farola que parpadeaba vacilante en su tarea de iluminar la calle.

-¡Tú no eres ella! ¡Ella es bajita!- aulló la chica sin mucha lógica hacia esa cosa que se hacía pasar por la belga, acordándose de algo de pronto. -¡Ella está muerta! ¡Estás muerta! ¡Tú no eres!

Mon se dirigió a toda prisa a la puerta de un comercio, tratando de abrirla sin ver demasiado lo que sucedía por los fallos de las luces, con una sensación indefinible recorriendo su cuerpo.

-¡Puta mierda de red eléctrica, joder!- exclamó, desesperada.

La puerta se abrió sin problemas y la chica estuvo a punto de caer de bruces, aunque logró recuperar el equilibrio a tiempo. Al mirar alrededor, docenas de Mónicas le devolvieron la mirada.

“Qué mal rollo” pensó, amparada por un momento en el silencio del lugar. Era un centro comercial como uno cualquiera, pero estaba tan vacío, tan quieto… que resultaba antinatural. “Como salgan zombies adiós muy buenas” se dijo a sí misma mientras daba un paso hacia delante.

La voz de Nad la sobresaltó de nuevo haciendo que el corazón le palpitara a mil por hora: aunque ahora sonaba más grave, más de pesadilla, seguía teniendo la resonancia de la voz de la pequeña.

-¡Joder con la cancioncita!

Un relámpago, como dando gravedad a su exclamación, iluminó de golpe el comercio mostrando a la chica su propia imagen. Esta se movía, negando con la cabeza mientras señalaba al interior, con una mueca de terror en la cara. Mónica, encontrando cierta lógica en esa imagen, se acercó al cristal y apoyó la mano en él, mirando tanto al interior de la tienda como al exterior, donde la esperaba el monstruo con la cara de Nad. En cuestión de segundos tomó una decisión, mirando a los ojos de su reflejo.

-Si no puedo confiar en mí misma no puedo confiar en nadie- se dijo con tono animado, tratando de ocultarse a sí misma su propio miedo. –Además, todas esas películas dicen que es mejor no meterse sin protección en sitios que no conoces…- masculló mientras volvía a acercarse cautelosamente a la entrada. Se asomó a la salida tratando de ocultar su cuerpo agazapándose sobre sí misma y dirigiendo al interior del edificio una última mirada entre nostálgica y dubitativa.

Mónica casi se cayó al suelo cuando el edificio comenzó a temblar y de inmediato salió de allí a toda carrera, tratando de cubrirse la cabeza con las manos y de no respirar el polvo que caía desde arriba. Por suerte no estaba demasiado lejos de la entrada, porque no habría podido aguantar la respiración tanto tiempo. Salió a la calle de nuevo justo para ver cómo la cosa con la cara de la belga trataba de abrir el centro comercial como quien abre una caja de bombones, todavía cantando esa cancioncita que ponía a la madrileña los nervios de punta.

“Maldita sea” se dijo mientras corría todavía más rápido, sin saber qué hacer. “Daría lo que fuera por que se callara, joder”.

La chica se parapetó para coger aire en una esquina relativamente oscura, tratando de no hacer ruido y de no toser, abrazándose con fuerza y mirando a todas partes con los ojos como platos, sintiéndose como un animalito atrapado.

“¿Dónde están todos? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué está pasando?”.

La madrileña observó sin moverse lo que pasaba, temiendo respirar incluso, limpiándose la cara con las manos y dejándose churretes húmedos por donde había lágrimas creando caminos entre el polvo de sus mejillas. Daba igual que la cosa Nad estuviera haciendo ruido suficiente como para ocultar el que ella pudiera hacer: Mónica se había clavado al suelo y no podía moverse.

Miró de nuevo a su alrededor en un silencio angustiado, justo a tiempo para ver, en un restaurante cercano, a su reflejo: una imagen que, con el rostro deformado por el dolor, acabó rompiéndose. Un sonido parecido al que haría un ratón escabulléndose de un gato salió de la garganta de la chica sin su permiso mientras de nuevo comenzaba a temblar. Y en ese momento el monstruo comenzó a hablar. De nuevo con la voz suplicante de la pequeña. Y después a cantar esa horrible canción infantil.

Mónica no lo aguantó más y, todavía sin hacer ruido, se agazapó en el suelo abrazándose a sus rodillas, convirtiéndose en una mera bolita temblorosa escondida en una sucia esquina oscura.

-Por favor…- susurró tan bajito que casi no se escuchó ella misma. –Basta…

La madrileña gritó desgañitándose cuando el monstruo la descubrió, tratando desesperadamente de ponerse en pie y salir de allí. La mano enorme de la cosa, que por fin había desvelado su cara de pesadilla, se acercaba a Mónica y esta, en un arranque de desesperación, la saltó.