Primer sueño de Lorenzo

Poco a poco las piezas de aquel rompecabezas ibanse juntando, más no al ritmo que permitiese al diestro hacer gran descubrimiento de tal entuerto.
—¿¡Pero quienes son!?—exclamó. Los pronombres causales parecianle suficientemente sospechosos junto a su petición de suicidio para desconfiar. Miró a la otra niña, la que recien habia llegado. Quizás era buena gente y de veras necesitaba ayuda. Quizás el era el malhechor despues de todo.
Pero un hombre habia de tomar una decisión. Las palabras de la primera dejaronle la garganta seca. Lo que sabia, era que una de ellas mentia y otra decia la verdad. ¿O lo era? Puede que ambas mintiesen y tan solo fuese una maligna treta conjurada contra su persona. Aquel entuerto iba a volver loco al español.

Sin duda, el contenido de la caja importaba. Aquella voz resonó con estrepito, una bestia suponia, sin duda conjurada por una de las dos. O Ambas. Si la bestia era de la que decia que la caja era una trampa y queria que se suicidase, significaba que la bestia era o una treta para arrendarle con menos tiempo o era una argucia de la segunda, pero dudaba que hubiese trampa alguna dentro, que aunque podria llegarle a matar, la segunda no parecia muy opuesta a que la abriese. Si acaso, le parecia un desperdicio.
Si la segunda decia la verdad entorno a la caja, ¿que mejor que usarla ahora, cuando todos los valores estaban en duda poseidos por una siniestra y temible maldad? La segunda era sospechosa, así como la primera. Aquello non acabaria bien. Pero la caja le diria quien mentia, si una u otra, pero, ¿Y si las dos lo hacian? ¿Que habria en la dichosa caja? ¿Que habria en la caja sin duda? ¿Su muerte? Impelaba a Cristo Rey por un buen desenlace y hombre era, y así debia tomar una decisión.

Santiguose.

—Non importame no tenerlo al futuro. Deseo acabar con esto una vez por todas...—exclamó, alzando punta de nuevo y amenazando la caja en su mano siniestra, mientras empujaba la tapa abierta con un cauteloso pulgar.
—Ahora... muestrame... la verdad...—susurró con voz con antelación a flor de piel.

Ante aquel fogonazo, el español cubriose con la manga, cayendosele el sombrero, pero nunca bajó punta y nunca lo haria aun sin ver. Cuando todo disipose, una voz resonaba aun en su cabeza. Si aquella habia sido una elección y encomendabanle por la suya, no tan mal deberia estar haciendo el diestro. Pero pronto vió que no acabasen sus preocupaciones. Si acaso, habian ido a peor.

Tamaña bestia, de escamas escarlatas y ojos bañados en sangre, teñidos de rojo tinto, el español, tan solo tomó una honda respiración y quedose inmovil ante tal bestia. Habló, y aquella voz helabale el alma, una gota de sudor frio resbalabase por su espalda cuando aquella voz habló.
A su pausa, aprovechó a recolectarse y agachose a coger el sombrero.
—Si tan solo haceis eso, mal trabajo teneis, amiga mia. Habeis escogido un trabajo con la peor de las competencias, el Tiempo.—dijo mientras poniase el gorro de ala sobre la testa de nuevo.—Y si acaso non sabiais, nada gana el tiempo. Acero corroese, animales y pasto mueren, imperios desmoronanse y leyendas se olvidan.—

A su cinto, estaba Reyerta entonces. Non recordabale haberla envainado. Aquella bestia mitica, el dragon, carnaza de historias tan prosas y legendarias como la de San Juan o la de los míticos Caballeros de antaño, era tan centímetro imponente como aterrado hallabase el español en esos momentos. Quizas, por pura terquedad orgullosa, el diestro no mostrolo a la bestia y asin no darle el placer.
Temblabanle las manos. Una de ellas, sujetaba un extraño ladrillo negro. Casi pareciale demasiado ligero ahora. Raro como ninguna otra cosa habia sido aquella aventura pero el diestro bien sabia que acercabase al fin, podia intuirlo. Agarró el ladrillo negro con mayor presa y dió unas palmadas ligeras y cariñosas a la cazoleta de Reyerta.
—No estes celosa querida mia. Hay trabajos que el acero non puede solucionar.—poco a poco iba dandose cuenta de que aquella podia parecerse a Reyerta, pero no lo era. Pues era el gañan de Doce Punto quien habiasela arrebatado. Y sin embargo ahí estaba. Tan fiel como una mujer cristiana, votada en sangre y gloria.
—Pronto recuperare lo que es mio por derecho. Pero ahora...—
Dio dos pasos que se hicieron tres, luego cuatro, cinco y seis. Andaba el diestro hacia aquel dragon que tildabase "Luna Roja".
—Y sin embargo, he de confesaros, siento alivio. Si vos sois la temible Luna Roja. Si vos sois aquello que piensa cambiar y destruir todo, vos sois por quien los inocentes mueren a manos de aquellos sin moral, si vos sois tan terrible y con tanto poder, siento alivio. Siento alivio porque, por un momento, pensaba que seriais de veras un astro, pendiendo del cielo y que jamás podria alcanzar a tal cosa, a tanta distancia de persona tan pequeña que soy. Y, sin embargo, aqui estais. Un dragon, de todas las criaturas que podriais haber escogido, escogeis la única a la cual se ha probado exinta gracias al coraje de los hombres valientes.—pesaba el ladrillo en su mano, lanzandolo en el aire unas palmas para luego agarrarlo de nuevo y volver a repetir.—Y a mi coraje sobrame.—declaró desafiante. Dejaronle de temblar las manos. Listo estaba.
—¡Ven y destruyeme, Luna Roja! ¡Si acaso podeis lograr tan pequeño hito! ¡Venid que tan solo vais a matar a un hombre con honor y reputación!—
Ya estaba listo. Arrojaria aquel ladrillo negro en cuanto la bestia movierase con un solo ápice de amenaza.

Y no funcionó. Vaya churra, pensó. Sus esperanzas habianse desvanecido junto al ladrillo, inutil. ¡Habialo jurado como mágico! ¿Si acaso non era lo que mataba a dragones en novelas? Por muy abyecto que fuera, el español contaba de veras con que funcionase aquello. Y sin embargo, mantuvose en el sitio, sin retroceder un palmo ante el furioso ataque de la bestia contra la torre. Parpadeaba lentamente, como si todo lo demás se estuviera moviendo demasiado rápido. Cubriose con el capote cando la polvareda golpeole, haciendo lo posible por no toser, dirigiose a la bestia cando esta incitole a huir.
―Siento que non podre satisfacer ninguno de vuestros antojos, animal. Soy un diestro de la corona del Imperio español. Nunca huyo, aun con situaciones tan injustas como estas...―

Pronto cayose, non por su propia acción, sino que con el nuevo envite de la criatura, llegaronle imagenes. Visiones podria no llamarlas, de lugares y eventos cuya clarividencia escapabasele al diestro. Ojos desorbitados volvia a la su realidad.
―¡Por San Pedro! ¿Que fue eso?―exclamó. Intentaba recordar con claridad lo que habia visto en instancias.

Fue como en un abrir y cerrar de ojos. La bestia habiale tragado entero. Apenas podia creerse en vida, colgabanle las piernas con un deshilachado macabro. Sus luceros como platos, el diestro sintio que dabanle arcadas, quiso alcanzar a tocarlas, pero no las sentia. La falta de sensación, de dolor... aquello era demasiado alienigena. Otra arcada.

Las paredes carnosas palpitaban, a medida que adentro de aquella extraña caverna dentro de las faces de la criatura era, inequivocadamente, un corazón batiente. Forzó con la mandibula, aquello le sobreponia. ¿Que esperaba de aquello? Sin embargo, a tanta siniestra situacion, la adrenalina le impelia a intentar cobrarse venganza contra la serpiente.
-Veras tu retribucion ahora...-comenzó a arrastrarse por el tunel.-...Ahora via darte semejante indigestión...-le sonaban los dientes. Su conciencia iba y venia, pero no paraba de arrastrarse.

Voces que iban y venian, algunas familiares otras no. ¿De donde venian? Salian de las paredes, pero, al otro lado o dentro de estas, el diestro no discernia. La cabeza dábale mil vueltas y asi que seguia arrastrandose. ¿Habia perdido el juicio? ¿Iba a morir, desangrado, sin tener la cabeza en sitio justo?

Esta pregunta carcomiole, mientras, sin descanso, se arrastraba hacia lo que pareció una obertura. Las paredes chillaban, se movian, latian y estrujian a estrambóticos rítmos. Aquella desesperación se vió acallada en cuanto logro topar con el origen primordial de aquellos latidos. Desenvainó a Reyerta con algo de dificultad y jadeante, colocó punta sobre el palpitante músculo.
—Deberias dejar de comer Españoles, bestia. No son buenos para la tu salud.—tosió, mirando a sus piernas con un último horror.—...Tienen demasiado ferro.—

Y dicho esto, puso todo su peso al final de su hoja y, en un lastimoso atajo, atravesó la carnaza aun palpitante de la sierpe.