Investigando la demiurgia

La Luna que flotaba en las alturas seguía haciendo que la sangre le hirviera. Sentía que podría arrancar las montañas de cuajo, volar hasta el astro que le había dado aquellas facultades, desecar el océano entero. Sentía que, si hubiera querido, podría haber destruido al Consejo entero, doblegado la ciudad y habérsela entregado a Carabás, su mundo natal. Sabía que sus pensamientos eran meros delirios, claro, pero eso no hacía aquella sensación más irreal.

En cualquier caso no creía que aquellos fueran sus deseos. Volvió a acariciar su bufanda viva, henchido de una sensación que desconocía. Cuando pensaba en su facultad, cuando su mente volaba hacia aquello que se posaba sobre sus hombros le invadían cosas que desconocía. No tenía relación con el caudal de poder al que ahora podía acceder, sino con la maravilla al saberse dador de vida. Estaba pletórico, y su único deseo era profundizar más en sus conocimientos sobre el ser que era. Por ello se había trasladado a la biblioteca.

Paseaba por uno de los pasillos repletos de libros cuando llegó. Llegó de forma repentina: un lacerante dolor se instaló de un momento para otro en su tripa. Era inmenso, mucho peor que el de dar vida. Su cuerpo dio contra el suelo, desde donde no se dio ni cuenta del alarido que había soltado. Aquello duró sólo un momento, pero había sido tan inesperado que tuvo que quedarse allí tumbado, recobrando el aliento, Giró la cabeza, preguntándose qué había pasado.

A su lado estaba la bufanda, y su repentina apariencia inerte le extrañó. Sólo tuvo que tocarla para saber que había vuelto a su verdadero ser: un montón de hilos muertos. El repentino conocimiento de comprender que sólo le había dado una vida falsa, temporal y tremendamente corta fue demasiado, haciéndole estallar una vez más en un llanto desconsolado.

El carabés se deshacía en unas disculpas, indescifrables por su gimoteo, hacia su bufanda, desgarrado por su muerte. De haberse mirado se había extrañado de aquella reacción tan irracional y visceral, pero en aquellos momentos no era capaz de analizar su comportamiento.

Para Tap, la salida de la luna equivalía este año a un escopetazo de salida para poner en marcha planes nuevos. Los venenos que vendía eran de la mejor calidad, pero sus clientes eran un grupo muy selecto (y pequeño) y la preparación alquímica no le robaba tanto tiempo. Sobre todo si se tenía en cuenta que su conversión en poltergeist le había ahorrado un montón de minutos malgastados en necesidades terrenales de gente triste con cuerpo tangible.

Por esto mismo, el poltergeist vagaba por la biblioteca en busca de un grimorio de magia negra. Tap había tenido la suerte de leer sobre un hechizo de esta especialidad mágica que casaba estupéndamente con sus venenos y quería estudiarla a fondo. Ese era su primer propósito de fin de ciclo lunar. El segundo sería contactar con el grupo de espías del ejército y descubrir si su trabajo era lo suficientemente apetitoso como para entretener a alguien como él.

Tap estaba poseyendo un libro sobre una mesa cercana, para leerlo desde dentro, cuando un gigante pasó de cerca. Normalmente tan solo le habría dedicado una mirada reprobadora y habría seguido con lo suyo, pero en esta ocasión se percató de la bufanda viva y le vino a la cabeza uno de los pocos gigantes especiales que había conocido. El poltergeist abandonó su libro y decidió seguirle usando su forma incorpórea, pues no había traído su cuerpo consigo aquel día.

Cuando el extraño se echó a llorar, lo primero que vino fue una carcajada silenciosa que no hizo sentir mal a Tap en ningún momento. <<Este es nuevo>>. Tap sabía de sobra lo ridículos que eran los días posteriores a la luna. Y aún sabiéndolo, a pesar de todo, al final acabó sintiendo la urgencia de ayudar al gigantón.

>>¡Tú! —el poltergeist proyectó su voz de lleno en la cabeza del muchacho. Las ganas de ayudar no se traducían mágicamente en buenos modales, pero Tap hacía lo que podía con los suyos—. Tu bufanda volverá a moverse. Y muchas más cosas si dejas de lloriquear. ¿Necesitas algo?

Tap conjuró una llama tenue a su espalda para que el novato pudiera verle a contraluz.

Se sobresaltó cuando escuchó una voz desconocida en su mente. La luz que apareció cerca le permitió ver algún ser a contraluz. Parecía un fantasma, aunque mucho más transparente de lo que solían ser. La curiosidad le hizo mirar analíticamente al ser que había delante. Fuera lo que fuera.

Sus palabras le provocaron tanta vergüenza que inmediatamente sintió cómo se agolpaba la sangre en su cara, ennegreciéndola. Se limpió las lágrimas con los puños riendo con nerviosismo. Le asaltó el deseo de poder desaparecer o ser tan invisible como su interlocutor desconocido.

—Ya. Yo... Siento l-la escena —se levantó con rapidez, frotándose la frente y cogiendo su bufanda sin mirar hacia la sliueta casi invisible—. Sólo buscaba algo sobre demiurgia, no estoy muy seguro de cómo se ordenan los libros en este lugar, la verdad es que con todas las cosas hacía tiempo que no venía y bueno, nunca pude investigar demasiado ni adentrarme todo lo que quería, con eso de ser cosechado y demás era peligroso y eso.

La rapidez de sus palabras (y que se trabase con algunas) era un buen indicio de lo nervioso que se sentía el carabés.

El poltergeist sonrió translúcidamente. Un gigante que pedía disculpas era un gigante exótico que vivía dentro de un pequeño porcentaje de gente salvable. Aquello le gustó, por supuesto. <<Por esto me gustan los demiurgos>> pensó divertido. Sin embargo, también le hizo sentir algo de pena y Tap se vio obligado a ayudarle. Se alejó sin decir palabra y escasos segundos más tarde una silla llegó volando hasta el pasillo en el que se había caído el demiurgo.

—Siéntate y respira hondo, si puedes —sonaba a orden, pero era un consejo lo más amable que el repoblador sabía dar—. Hace un tiempo conocí a una giganta que era como tú, demiurga—le explicó con cierto matiz de añoranza que pasó de su cabeza a la del chico—. Era muy buena —añadió, para sí mismo. <<Tanto que se acabó matando>> se calló con cierta amargura.

Esperaba que la pizca de información que estaba compartiendo reconfortara de alguna manera al novato. Quería que sus palabras le ayudaran a entender que compartía un don con dama Hálito, pero en ningún momento tenía intención de hacerle creer que compartía también con ella su destino.

>>Soy Tap, el mejor poltergeist de la ciudad —se presentó—. ¿Qué te parece si traigo también una mesa y te ayudo a entenderte con este sitio? —<<O con tus nuevas dotes>> acabó mentalmente.

Hal se sentó, sorbiendo por la nariz en un gesto bastante infantil.No dejaba de acariciar su bufanda, con el labio inferior temblando. Quería volver a dotarla de vida, ¿pero otra vez algo falso? ¿Temporal? Tampoco quería eso.

Quiso preguntar qué le había pasado a la demiurga, aunque se contuvo. «¿Y si le molesto»? se le ocurrió pensar. Si hablaba en pasado de ella y mostraba esa añoranza significaba que estaba muerta. Si le interrogaba sobre lo que le había pasado quizás lo molestara, o se pusiera triste, o se enfadaba. Era posible que considerara que se entrometía en asuntos que no eran de su incumbencia. Así que se calló, aunque no pudo enterrar su curiosidad.

—Oh, eh, encantado Tap —respondió de manera nerviosa—. Yo soy Hal —«por qué no puedes simplemente saber hablar con la gente»—. ¿De verdad me ayudarías? ¡Muchísimas gracias!

Su cara pasó de la alegría más radiante cuando escuchó la proposición de Tap a una profunda vergüenza por haber mostrado tanto entusiasmo a alguien a quien quizás molestaba.

Tap daba gracias a que su risa fuera muda o tal vez le habría incomodado aún más (realmente era una lástima no hacerlo). Ver a gigantes comportándose como animalitos en apuros le parecía tierno y honesto a lo que realmente eran. Mucho más fáciles de tratar, sin lugar a dudas. El poltergeist desapareció brevemente, dejando solitaria la llama que había invocado para hacerse ver y poco después llegó volando una mesa, que descendió con aparente poco cuidado pero gran precisión. Una vez en tierra firme, parecía que Hal hubiera estado sentado en la mesa desde el principio.

—¡Ahí tienes! —exclamó mentalmente—. Dame un segundo de nuevo.

Poco a poco, libros de diferentes tamaños, grosores y portadas volaron hasta la mesa del demiurgo. Algunos eran poco más que enciclopedias, otros compendios sobre los diferentes dones que otorgaba la luna y, los menos, los más valiosos, se especializaban por completo en el arte de la demiurgia. Si le interesaba la historia de Altabajatorre, Tap también le había dejado algún ejemplar interesante.


El poltergeist desconjuró la llama anterior y creó una nueva sobre la mesa para hacerse ver de nuevo. El repoblador se acercó al muchacho flotando y le señaló la bufanda.

—Vivirá de nuevo, ya lo verás —trató de consolarlo—. Es lo que hacéis los vuestros —no todo lo que vivía en Rocavarancolia gozaba de la suerte de volver— ¿Sabes cómo hacerlo de nuevo?

De pronto comenzaron a suceder un montón de cosas que, Hal sabía, eran acciones de Tap. Una parte de su cerebro comenzó a trabajar a toda prisa, elaborando teorías sobre las habilidades del poltergeist. ¿Era alguna clase de mago traslúcido, quizás? ¿Tenía alguna clase de habilidad de invisibilidad, como él podía dar vida? ¿O su habilidad era más bien una especie de control mental de los objetos?

Se quedó bociabierto ante la pila de libros que comenzó a cubrir la mesa. Tenía claro que iba a dedicar muchísimo tiempo a partir de ese momento para leer. De hecho, a medida que aumentaba la cantidad de libros, comenzó a temer que tuviera que dedicar tanto tiempo a leerlos como el que había pasado desde su cosecha.

—Gracias, y perdón por la molestia —susurró con una sonrisa algo nerviosa mientras se rascaba la nucaLevantó su bufanda hasta sus ojos cuando escuchó la pregunta de Tap—. Bueno... sí y no. Sé cómo dar vida, pero... Ni sé ni siquiera cómo hacer que dure más. Y estoy convencido de que puedo. Bueno, creo.

Estaba pensando en los escarabajos de dama Puntada. Estos no habían muerto, y a juzgar por las palabras de la demiurga no morirían. ¿Todos los demiurgos podían dar vida "eterna"? ¿Él podía?

Otra carcajada silenciosa. Este demiurgo novato estaba siendo una sorpresa agradable.

—Perdón y gracias en la misma frase, ¡tú sí que sabes, Hal! —aquello era un intento de elogio por parte del poltergeist.

El repoblador fue poseyendo un libro tras otro y los hizo un montón en una esquina de la mesa, dejando vacía la superficie frente a Hal. Acto seguido mandó un "Trae" mental y le robó la bufanda, la cual dejó caer en el espacio libre que había creado.

—Va, tócala, concéntrate y aprieta los ojos —Tap tenía cero idea de cómo funcionaba aquello, pero le pareció la mejor forma de intentarlo—. Luego imagina que tienes un dardo en la punta del dedo y ¡sopla con el cerebro!

El rostor del carabés volvió a "ennegrecerse" por el halago de Tap. En realidad le daba bastante vergüenza atraer así el interés ajeno, y con la desrregularización emocional provocada por la Luna Roja se hacía mucho peor. Apretó y aflojó la bufanda repetidas veces, en un intento por calmarse.

Cuando el poltergeist atrajo su prenda comenzó a usar sus pantalones como nueva improvisada prenda antiestrés. El proceso, otra vez, salió solo. Una vez más llegó el mordisco, aunque en esta ocasión se lo esperaba. Por un instante su cara fue un rictus de color, para verse seguido en segundos por una expresión de felicidad absoluta al verla viva, y luego por otra de profunda desazón al darse cuenta de que volvería a morir.

«Dar vida duele» pensó con expresión distraida, abrazando a su bufanda resucitada.

El poltergeist no cabía en sí de gozo. Ojalá las lunas fueran todas así de divertidas. Era consciente de que para otras personas la primera luna había sido mucho más horrible que para él, pero era eso, otra gente. Además él tuvo que viajar metido en el pantalón de Pablo. Si había algo más horrible que eso, Tap no lo sabía.

—¡Así se hace! —exclamó mentalmente en la cabeza del demiurgo. El poltergeist ni se había planteado que aquello no fuese emocionalmente bueno para él—. ¿Por qué no lo intentas ahora con la silla? ¿O con la mesa? ¿O con algún libro? ¡Si quieres chatarra en mi casa hay bastante!

¿Estaba Tap frivolizando sobre el tema por falta de empatía hacia algo tan remotamente extraño para él? Probablemente. Sí.

Cuando Hal escuchó las palabras de Tap una expresión de horror se dibujó en su rostro. Comenzó a negar con la cabeza, con tanta energía que si no tenía cuidado acabaría descoyuntándose el cuello.

—No, no, no, no, no. Dar vida... Dar vida duele —susurró, mirando hacia su regazo con el ceño levemente fruncido—. Y antes, cuando la sentí morir... bueno. Sentirla morir también duele. Duele mucho más, de hecho.

El repoblador hizo un mohín casi imperceptible, debido a su aspecto, y cruzó los brazos. Los cuatro, de dos en dos. Siendo intangible aquella pose perdía parte de la magia. Pero no iba a quejarse. Pero era tan aburrido si no lo intentaba con más cosas...

—Oh... —la desilusión del poltergeist pasó directamente a la mente del demiurgo—. Seguro que te acabas acostumbrando, no puede ser tan malo. A dama Hálito no se le notaba siquiera —Tap no era la mejor opción a la hora de animar a gente. Tampoco a la hora de tratar a gente con dolores de cuerpo vivo—. No sé mucha magia para aliviar el daño... ¿Necesitas alguna cosa más, aparte?

Tap esperaba que recapacitase repentinamente y acabase convirtiendo la mesa en un caballo. No podía ser tan difícil, ¿no?