- Naeryan
Ficha de cosechado
Nombre:
Especie:
Habilidades: Personajes :- CLICK:
- ● Shizel/Desidia: idrino transformado en skrýmir, albino y de ojos azules. Tiene buenas dotes sociales y una gran pasión por la magia; es embajador para el castillo.
● Taro: cosechado carabés, cabello negro y ojos amarillos. Practicante de parkour y siempre con unos discretos auriculares, le encanta la música y suele dudar de sus capacidades.
● Sox: (imagen pre-Luna) ángel negro carabés, rubio y de apariencia llamativa. Competitivo y racional, aspira siempre al rendimiento más alto y posee mucha determinación.
Unidades mágicas : DENIED
Armas :- CLICK:
- ● Shizel/Desidia: magia y esgrima idrina, con amplia preferencia por la primera.
● Sox: según la salida, ballesta simple con torno o sable. Al cinto siempre un puñal.
Status : Traumaturga
Humor : Productivo (lo intento)
Gajes del oficio (pre-6ª cosecha)
10/04/15, 02:04 am
[Postear esto en Serpentaria quedaba feo, dado que ya había posteado mucha gente en una temporalidad más adelantada]
Fueron silenciosos, y certeros. No detonaron ninguna alarma y fueron directos a la habitación del idrino, y Shizel se daría cuenta más tarde de que conocían la contraseña de Serpentaria. Uno de ellos era un cambiante y se había disfrazado de novato recién mudado desde la Sede, y el skrymir maldeciría mil veces aquel fallo flagrante en la seguridad. Podía habérsela dado él mismo sin darse cuenta, maldita sea.
Shizel no sabía cómo era un infarto, pero sospechaba que no podía ser muy diferente a lo que había sentido al girarse en el escritorio donde había estado trabajando hasta la madrugada, y ver a tres personas en su habitación que no deberían estar ahí.
Sus reflejos de duelista le salvaron la vida. Su escudo de hielo rebotó con contundencia el hechizo de desmayo que le lanzó uno de ellos a bocajarro, y solo las protecciones que el lanzador llevaba puestas impidieron que le tumbase su propio encantamiento.
Les reconocía. Había trabajado para ellos dos días antes, limpiando un asunto muy desagradable que habría dado con sus cabezas en lo alto de una pica de Altabajatorre de haber llegado a oídos del Consejo. Habían pagado excepcionalmente bien, y a Shizel no se le había ocurrido desconfiar de aquello entonces. No se le había ocurrido pensar que pensaban recuperarlo más tarde.
—¿Qué significa esto?- siseó.
El que fuese uno de los dos brujos escindidos el que contestase, al estar sus rasgos ocultos tras una máscara triangular completamente en blanco, hizo la respuesta más escalofriante.
—Sabes demasiado, Desidia. Y los novatos tienen la lengua más larga de lo que les conviene.
Shizel desvió una llamarada con un hechizo. El calor lamió los bordes de su escudo, debilitándolo, y anticipando el siguiente movimiento dibujó a sus pies un rápido campo de contención de un embrujo térmico que mantuviese su cuerpo frío.
Hubo un breve y frenético intercambio de balizas mágicas, en el que Shizel aprovechó el estrecho espacio de la habitación para que los hechiceros no pudieran arriesgarse a conjurar nada mortal por temor a herir a sus compañeros. Sabiendo que le superaban en número utilizó los muebles como estorbo para provocarles puntos ciegos y su escudo para cubrir los deslices, intentando igualar las tornas. Pero no cometieron ningún error del que pudiera aprovecharse estando tan arrinconado, y se vio arrastrado a una contienda que se alargaba al tiempo que disminuían sus posibilidades.
El idrino maldijo el embrujo de insonorización que siempre tenía anclado a la habitación. Por muy ruidosa que se volviera la refriega nadie acudiría en su ayuda, y eran uno contra tres.
Intentó desplazarse hacia la puerta una vez más pero el cambiante extendió a propulsión un tentáculo engrosado en su dirección del tamaño de un tronco, cortándole la salida y reduciendo el escritorio a astillas. Evitar que le golpeara le costó concentración y unos preciosos segundos. Se le vinieron encima dos hechizos de alta potencia conjurados con simetría perfecta, y su capa de hielo estalló en pedazos, por fin, en pleno espacio abierto.
Con la desesperación de quien sabe atrapado Shizel intentó escapar intangible, y aquél fue el movimiento que le perdió. Los muy malnacidos habían trazado cuidadosamente en torno a la habitación antes de entrar una barrera mágica, anticipando que querría escapar a través del suelo o una pared. Unos segundos después un cuchillo invisible rodeaba su garganta, en un anticipo del hechizo de corte que le abriría el cuello al capricho de sus captores.
Shizel respiraba agitadamente tras la pelea, y un hilillo de sangre resbaló por su garganta cristalizando lentamente al contacto con su piel.
—Nada de esto es necesario -dijo, sin embargo-. Largaos.
—Difícilmente estás en posición para dar órdenes, Desidia- señaló el otro brujo escindido.
Los zarcillos de la mente de Shizel se deslizaron muy lentamente para que no se diera cuenta, como una mano oculta tras la espalda, en dirección a la mente del primero de ellos. No era capaz de sudar frío, pero sentía que sus volutas lo expresaban igual.
Puede que llevasen detectores. Puede que fuesen ya protegidos contra sus trucos. Pero era su última esperanza.
—No soy idiota. No voy por ahí hablando de mis clientes.
—¿Cuánto tiempo aguantarías una tortura por información, cachorro?
Shizel se lamió los labios. Su última esperanza avanzaba lenta, necesitando más tiempo a falta de concentración.
"Seguid hablando. Por favor, por favor, seguid hablando."
—Para eso tendrían que cogerme primero.
—Bien, pues ya te tenemos. ¿Te gustaría averiguarlo antes de morir?
—No seas imprudente y remátale antes de que lo haga yo, hermano -habló con desdén el primer brujo escindido-. No creas que nos engañas, niño. Estás intentando ganar tiempo.
Se acabó. Iba a morir.
Solo conocía los rudimentos más básicos de hipnotismo, nada de la sutileza necesaria para lo que constituía aquella verdadera subrama del mentalismo. Pero aquella situación demandaba todo lo contrario a delicadeza: Shizel dio una orden mental, potenciada por su propia desesperación, y la oyó rebotar en las paredes de la cabeza del brujo que controlaba el hechizo de corte, desconcentrándole.
La mente del escindido fue fácil de volcar en la dirección que quería, inclinada por naturaleza a la enemistad mortal con su hermano. Como un gatillo suelto el hechizo de corte se desató en dirección a su otra mitad, desviado con violencia en el último segundo por el comando de Shizel, y en el breve momento de confusión el skrýmir halló el tiempo justo para enviar un pulso mental y descubrir que no estaban protegidos contra mentalismo.
Aferró fuertemente el nivel de conciencia más superficial de sus mentes y lo manipuló con violencia, y aunque las máscaras cubrían las caras de dos de ellos impedían que viera su expresión el cambiante sí contrajo la cara en un gesto que evidenciaba una migraña incapacitante, todos sus sentidos mezclados a la vez.
>>"Intentad cualquier otra cosa y os dejo a cada uno como a un vegetal distinto" les amenazó Shizel mentalmente, y su voz telepática sonó fría y templada.
Se miraron mutuamente. Estaban en tablas. Si ellos hacían cualquier movimiento, era posible que el mentalista lograse que al menos uno de ellos terminase inutilizado. Si él intentaba matarles se arriesgaba a perder las riendas de la situación otra vez ante el más mínimo desliz.
—Buen movimiento- apreció con frialdad el brujo de la máscara triangular.
>>"Ni una palabra más", comandó Shizel hirviendo de ira gélida. No quería arriesgarse a que conjurasen algo. "Marchaos, y no quiero volver a veros por aquí."
El cambiante fue el último en abandonar la habitación.
—Si nos enteramos de cualquier cosa extraña volveremos a hacerte una visita -dictaminó. Luego pareció cambiar de idea, y los oídos del idrino vibraron de puro mareo cuando volvió a hablar-. O quizá a alguno de tus amigos.
La perspectiva le heló la sangre.
>>"Marchaos", repitió con una breve vibración mental de advertencia. Les siguió con niebla mágica para asegurarse de que no hacían nada sospechoso a la salida.
Y cuando por fin se fueron Shizel tuvo que sentarse en el primer sitio que encontró al notar que le temblaban las piernas, porque nunca había pasado tanto miedo en su vida.
Nada más rayar la mañana se presentó en casa de RR, muy pálido y enfatizando que era urgente. Contárselo a cualquiera de sus amigos en Serpentaria o la Sede equivalía a admitir que habían estado en peligro por su culpa, y Shizel solo sabía de una persona que supiera de la importancia de guardar aquel secreto y al mismo tiempo pudiese ayudarle. Si había alguien que hubiese averiguado en tan poco tiempo todas las formas a su alcance de protegerse, ése era el pelirrojo.
Tras los exabruptos que eran de esperar el foner le sorprendió ofreciéndole pasar unas noches en su casa hasta que estuviese seguro de que habían fortificado su cuarto en Serpentaria, y Shizel estaba tan intranquilo que estuvo a punto de aceptar. Solo el recordar que era sótano le disuadió de lo contrario.
RR visitó muchas veces Serpentaria esa semana, y nadie llegó a saber nunca exactamente por qué.
Algunos de sus clientes oían voces, y a veces, en el silencio de la noche en el que estaban solos la madrugada y él en una cama demasiado vacía para ser cómoda, Shizel creía que le han seguido hasta el interior de su cabeza.
En el peligroso umbral que separaba vigilia de duermevela a veces podía reproducirlas perfectamente, pues al fin y al cabo había estado dentro de las mentes que las albergaban. Y en las noches intranquilas éstas cobraban vida propia, guiadas por miedos que de día mantenía sofocados al tratar con sus propietarios.
“Niño bueno”, le canturreaban. “Niño bonito, niño bondadoso, niño guapo, nos gustas, nos encantas, te queremos tanto que te haríamos pedazos. Vuelve a buscarnos a la oscuridad. Persíguenos y trae tu cuchillo de mentes, corta, saja, destroza, matamatamata, destrúyenos y haznos chillar como si estuviéramos en el matadero, haznos picadillo hasta que no seamos más que jugo de sesos y hayas vomitado tus propios intestinos. Ven, niño de luna, ven, copo de nieve, nos preguntamos si el hielo vivo también chilla cuando se rompe...”
Y Shizel siempre despertaba gritando basta. Y racionalmente sabía que esas voces no eran suyas, y que esos pensamientos no eran más que sueños. Y buscaba en los libros y se aplicaba hechizos somnífero y sabía que todo eso estaba dentro de su cabeza pero seguía teniendo miedo, miedo de que por recordar demasiado se perdiese a sí mismo entre toda esa locura que veía diariamente. Todo lo que reprimía con brutalidad al hacer su trabajo de día volvía para pisarle los talones por la noche. Se preguntaba si era posible volverse loco por contacto.
A veces se planteaba emborronar lo que recordaba con demasiada claridad pero no se atrevía, porque sabía que tarde o temprano volvería a llamar otro lunático a su puerta y esa vez sería peor, porque sería experimentarlo de nuevo como si fuera la primera. También se planteó dejar de atender esa clase de encargos, y tampoco lo hizo porque la perspectiva de que aquella gente siguiera suelta era todavía peor.
De modo que acudía. Hacía su trabajo. Cobraba.
Y por las noches perseguía voces fuera de su cabeza.
Tomó precauciones. Envió hechizos alarma tras sus allegados. Protegió su habitación en Serpentaria tras todos los candados mágicos que halló. Adoptó la costumbre de borrar su cara y sus atributos de la memoria de aquellos clientes a los que percibía más inestables. Hizo norma el fingir que no les reconocía cuando se cruzaba con cualquier antiguo cliente por la calle, en una muestra más de discreción. El presentarse ante ellos con el escudo de escarcha alzado, a la vez en una declaración de intenciones y para disimular su juventud.
La siguiente ocasión en que el grupo de Daga requirió de sus servicios les dijo que su deuda quedaba saldada si acababan con los que habían intentado matarle, y que dejasen claro que se trataba de un mensaje para todo aquel que albergase las mismas intenciones.
El hielo era frágil. Shizel no pensaba cometer el mismo error.
Sigue en los Jardines de la Memoria.
Fueron silenciosos, y certeros. No detonaron ninguna alarma y fueron directos a la habitación del idrino, y Shizel se daría cuenta más tarde de que conocían la contraseña de Serpentaria. Uno de ellos era un cambiante y se había disfrazado de novato recién mudado desde la Sede, y el skrymir maldeciría mil veces aquel fallo flagrante en la seguridad. Podía habérsela dado él mismo sin darse cuenta, maldita sea.
Shizel no sabía cómo era un infarto, pero sospechaba que no podía ser muy diferente a lo que había sentido al girarse en el escritorio donde había estado trabajando hasta la madrugada, y ver a tres personas en su habitación que no deberían estar ahí.
Sus reflejos de duelista le salvaron la vida. Su escudo de hielo rebotó con contundencia el hechizo de desmayo que le lanzó uno de ellos a bocajarro, y solo las protecciones que el lanzador llevaba puestas impidieron que le tumbase su propio encantamiento.
Les reconocía. Había trabajado para ellos dos días antes, limpiando un asunto muy desagradable que habría dado con sus cabezas en lo alto de una pica de Altabajatorre de haber llegado a oídos del Consejo. Habían pagado excepcionalmente bien, y a Shizel no se le había ocurrido desconfiar de aquello entonces. No se le había ocurrido pensar que pensaban recuperarlo más tarde.
—¿Qué significa esto?- siseó.
El que fuese uno de los dos brujos escindidos el que contestase, al estar sus rasgos ocultos tras una máscara triangular completamente en blanco, hizo la respuesta más escalofriante.
—Sabes demasiado, Desidia. Y los novatos tienen la lengua más larga de lo que les conviene.
Shizel desvió una llamarada con un hechizo. El calor lamió los bordes de su escudo, debilitándolo, y anticipando el siguiente movimiento dibujó a sus pies un rápido campo de contención de un embrujo térmico que mantuviese su cuerpo frío.
Hubo un breve y frenético intercambio de balizas mágicas, en el que Shizel aprovechó el estrecho espacio de la habitación para que los hechiceros no pudieran arriesgarse a conjurar nada mortal por temor a herir a sus compañeros. Sabiendo que le superaban en número utilizó los muebles como estorbo para provocarles puntos ciegos y su escudo para cubrir los deslices, intentando igualar las tornas. Pero no cometieron ningún error del que pudiera aprovecharse estando tan arrinconado, y se vio arrastrado a una contienda que se alargaba al tiempo que disminuían sus posibilidades.
El idrino maldijo el embrujo de insonorización que siempre tenía anclado a la habitación. Por muy ruidosa que se volviera la refriega nadie acudiría en su ayuda, y eran uno contra tres.
Intentó desplazarse hacia la puerta una vez más pero el cambiante extendió a propulsión un tentáculo engrosado en su dirección del tamaño de un tronco, cortándole la salida y reduciendo el escritorio a astillas. Evitar que le golpeara le costó concentración y unos preciosos segundos. Se le vinieron encima dos hechizos de alta potencia conjurados con simetría perfecta, y su capa de hielo estalló en pedazos, por fin, en pleno espacio abierto.
Con la desesperación de quien sabe atrapado Shizel intentó escapar intangible, y aquél fue el movimiento que le perdió. Los muy malnacidos habían trazado cuidadosamente en torno a la habitación antes de entrar una barrera mágica, anticipando que querría escapar a través del suelo o una pared. Unos segundos después un cuchillo invisible rodeaba su garganta, en un anticipo del hechizo de corte que le abriría el cuello al capricho de sus captores.
Shizel respiraba agitadamente tras la pelea, y un hilillo de sangre resbaló por su garganta cristalizando lentamente al contacto con su piel.
—Nada de esto es necesario -dijo, sin embargo-. Largaos.
—Difícilmente estás en posición para dar órdenes, Desidia- señaló el otro brujo escindido.
Los zarcillos de la mente de Shizel se deslizaron muy lentamente para que no se diera cuenta, como una mano oculta tras la espalda, en dirección a la mente del primero de ellos. No era capaz de sudar frío, pero sentía que sus volutas lo expresaban igual.
Puede que llevasen detectores. Puede que fuesen ya protegidos contra sus trucos. Pero era su última esperanza.
—No soy idiota. No voy por ahí hablando de mis clientes.
—¿Cuánto tiempo aguantarías una tortura por información, cachorro?
Shizel se lamió los labios. Su última esperanza avanzaba lenta, necesitando más tiempo a falta de concentración.
"Seguid hablando. Por favor, por favor, seguid hablando."
—Para eso tendrían que cogerme primero.
—Bien, pues ya te tenemos. ¿Te gustaría averiguarlo antes de morir?
—No seas imprudente y remátale antes de que lo haga yo, hermano -habló con desdén el primer brujo escindido-. No creas que nos engañas, niño. Estás intentando ganar tiempo.
Se acabó. Iba a morir.
Solo conocía los rudimentos más básicos de hipnotismo, nada de la sutileza necesaria para lo que constituía aquella verdadera subrama del mentalismo. Pero aquella situación demandaba todo lo contrario a delicadeza: Shizel dio una orden mental, potenciada por su propia desesperación, y la oyó rebotar en las paredes de la cabeza del brujo que controlaba el hechizo de corte, desconcentrándole.
La mente del escindido fue fácil de volcar en la dirección que quería, inclinada por naturaleza a la enemistad mortal con su hermano. Como un gatillo suelto el hechizo de corte se desató en dirección a su otra mitad, desviado con violencia en el último segundo por el comando de Shizel, y en el breve momento de confusión el skrýmir halló el tiempo justo para enviar un pulso mental y descubrir que no estaban protegidos contra mentalismo.
Aferró fuertemente el nivel de conciencia más superficial de sus mentes y lo manipuló con violencia, y aunque las máscaras cubrían las caras de dos de ellos impedían que viera su expresión el cambiante sí contrajo la cara en un gesto que evidenciaba una migraña incapacitante, todos sus sentidos mezclados a la vez.
>>"Intentad cualquier otra cosa y os dejo a cada uno como a un vegetal distinto" les amenazó Shizel mentalmente, y su voz telepática sonó fría y templada.
Se miraron mutuamente. Estaban en tablas. Si ellos hacían cualquier movimiento, era posible que el mentalista lograse que al menos uno de ellos terminase inutilizado. Si él intentaba matarles se arriesgaba a perder las riendas de la situación otra vez ante el más mínimo desliz.
—Buen movimiento- apreció con frialdad el brujo de la máscara triangular.
>>"Ni una palabra más", comandó Shizel hirviendo de ira gélida. No quería arriesgarse a que conjurasen algo. "Marchaos, y no quiero volver a veros por aquí."
El cambiante fue el último en abandonar la habitación.
—Si nos enteramos de cualquier cosa extraña volveremos a hacerte una visita -dictaminó. Luego pareció cambiar de idea, y los oídos del idrino vibraron de puro mareo cuando volvió a hablar-. O quizá a alguno de tus amigos.
La perspectiva le heló la sangre.
>>"Marchaos", repitió con una breve vibración mental de advertencia. Les siguió con niebla mágica para asegurarse de que no hacían nada sospechoso a la salida.
Y cuando por fin se fueron Shizel tuvo que sentarse en el primer sitio que encontró al notar que le temblaban las piernas, porque nunca había pasado tanto miedo en su vida.
-
Nada más rayar la mañana se presentó en casa de RR, muy pálido y enfatizando que era urgente. Contárselo a cualquiera de sus amigos en Serpentaria o la Sede equivalía a admitir que habían estado en peligro por su culpa, y Shizel solo sabía de una persona que supiera de la importancia de guardar aquel secreto y al mismo tiempo pudiese ayudarle. Si había alguien que hubiese averiguado en tan poco tiempo todas las formas a su alcance de protegerse, ése era el pelirrojo.
Tras los exabruptos que eran de esperar el foner le sorprendió ofreciéndole pasar unas noches en su casa hasta que estuviese seguro de que habían fortificado su cuarto en Serpentaria, y Shizel estaba tan intranquilo que estuvo a punto de aceptar. Solo el recordar que era sótano le disuadió de lo contrario.
RR visitó muchas veces Serpentaria esa semana, y nadie llegó a saber nunca exactamente por qué.
-
Algunos de sus clientes oían voces, y a veces, en el silencio de la noche en el que estaban solos la madrugada y él en una cama demasiado vacía para ser cómoda, Shizel creía que le han seguido hasta el interior de su cabeza.
En el peligroso umbral que separaba vigilia de duermevela a veces podía reproducirlas perfectamente, pues al fin y al cabo había estado dentro de las mentes que las albergaban. Y en las noches intranquilas éstas cobraban vida propia, guiadas por miedos que de día mantenía sofocados al tratar con sus propietarios.
“Niño bueno”, le canturreaban. “Niño bonito, niño bondadoso, niño guapo, nos gustas, nos encantas, te queremos tanto que te haríamos pedazos. Vuelve a buscarnos a la oscuridad. Persíguenos y trae tu cuchillo de mentes, corta, saja, destroza, matamatamata, destrúyenos y haznos chillar como si estuviéramos en el matadero, haznos picadillo hasta que no seamos más que jugo de sesos y hayas vomitado tus propios intestinos. Ven, niño de luna, ven, copo de nieve, nos preguntamos si el hielo vivo también chilla cuando se rompe...”
Y Shizel siempre despertaba gritando basta. Y racionalmente sabía que esas voces no eran suyas, y que esos pensamientos no eran más que sueños. Y buscaba en los libros y se aplicaba hechizos somnífero y sabía que todo eso estaba dentro de su cabeza pero seguía teniendo miedo, miedo de que por recordar demasiado se perdiese a sí mismo entre toda esa locura que veía diariamente. Todo lo que reprimía con brutalidad al hacer su trabajo de día volvía para pisarle los talones por la noche. Se preguntaba si era posible volverse loco por contacto.
A veces se planteaba emborronar lo que recordaba con demasiada claridad pero no se atrevía, porque sabía que tarde o temprano volvería a llamar otro lunático a su puerta y esa vez sería peor, porque sería experimentarlo de nuevo como si fuera la primera. También se planteó dejar de atender esa clase de encargos, y tampoco lo hizo porque la perspectiva de que aquella gente siguiera suelta era todavía peor.
De modo que acudía. Hacía su trabajo. Cobraba.
Y por las noches perseguía voces fuera de su cabeza.
-
Tomó precauciones. Envió hechizos alarma tras sus allegados. Protegió su habitación en Serpentaria tras todos los candados mágicos que halló. Adoptó la costumbre de borrar su cara y sus atributos de la memoria de aquellos clientes a los que percibía más inestables. Hizo norma el fingir que no les reconocía cuando se cruzaba con cualquier antiguo cliente por la calle, en una muestra más de discreción. El presentarse ante ellos con el escudo de escarcha alzado, a la vez en una declaración de intenciones y para disimular su juventud.
La siguiente ocasión en que el grupo de Daga requirió de sus servicios les dijo que su deuda quedaba saldada si acababan con los que habían intentado matarle, y que dejasen claro que se trataba de un mensaje para todo aquel que albergase las mismas intenciones.
El hielo era frágil. Shizel no pensaba cometer el mismo error.
Sigue en los Jardines de la Memoria.
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