Cementerio

Nero sentía curiosidad real, no obstante, retrocedió de mala gana mientras empuñaba con firmeza las dagas, aun sin sacarlas del todo pero listas para atravesar la carne - o los remiendos - de quien se pusiese a tiro.  El miedo del ratón le resultó encantador.  ¿No veía que si de verdad era Astra, descartaría su cerebro rápido? O quizás produjese música muy interesante. ¿A que suena alguien dividido en varios?




¿Sigue....en?

Archime no estaba asustado, aunque si un tanto molesto por la algarabía de voces que confluían en aquel lugar y lo demostraba con una expresión tan levemente ceñuda que podría pasar por un gesto de molestia debido a la luz solar incidiendo en el rostro.

El lugar le había parecido agradable en un principio ya que en comparación con el resto de la gris y ruinosa ciudad era casi un vergel, especialmente porque para un irrense un cementerio no tenía ninguna clase de connotación negativa o tétrica y generaba en el biomecánico un interés del tipo que despertaba el vestigio de una costumbre casi primitiva, la de enterrar a los muertos y rendirles homenaje de alguna forma. Había realizado fotografías de varias tumbas, incluido el edificio a lo lejos al que estaba a punto de sugerir acercarse cuando les llegó aquel sonido de la flauta.

Indudablemente a todo el grupo le recordó a lo mismo y el ingeniero no puso objeción alguna a la sugerencia de abandonar aquel lugar. Llevaban las protecciones básicas encima como de costumbre, pero sería muy arriesgado no retroceder por mucho que tuviese ganas de explorar más el cementerio e introducirse en aquel edificio de aspecto imponente.

Sigue en la Capilla de los nombres.

Sura sonrió ante las palabras de Marsi.

-No pensarás que te iba a dejar tirada ¿no? - la naga se rió y bajó las escaleras, había puesto especial empeño en subir y bajar escaleras desde aquel accidente que había tenido, por no hablar que quedaría ridícula frente a sus superiores si no supiese bajar una mísera escalera.

Salieron de la Sede a la fresca mañana y Sura se estiró. Tomaron la dirección al cementerio, la ulterana le comentó algunas cosas y por fin llegaron a la verja que servía como entrada al cementerio. Antes incluso de entrar ya oyó las palabras de los muertos, por más que fingiese que no a la naga aquello le seguía dando repelús.

-Bueno, tú guías, yo no tengo ni idea de dónde está ese panteón - le dijo a Marsi dispuesta a seguir sus pasos.

Dejando a Sigrún al cargo de vigilar a Roaxen se sentía un poco más tranquila, pero la sensación de que cuando volviesen pudiesen encontrarse con alguna catástrofe no la abandonó durante todo el trayecto. Además, no habían cruzado la Cicatriz en esa ocasión y la lacustre se relajó inconscientemente en cuanto a mantenerse alerta atravesando las calles, más conocidas para el grupo. Por suerte no hubo ningún incidente ni siquiera cuando se adentraron en un área inexplorada por ellos de la zona norte. El lugar captó su atención irremediablemente desde la distancia: parecía que habían encontrado por fin vida vegetal más allá de las enredaderas de Letargo.

Resultó ser un cementerio, tal y como evidenciaban las lápidas que cubrían buena parte de aquel reducto de vegetación que era probable que se sostuviese debido precisamente a la presencia de materia muerta bajo el suelo. No dejaba de resultar irónico que el lugar que rebosaba más vida, al menos vida que no intentase arrebatarles la suya, estuviese directamente vinculado con la muerte. Irianna se ensimismó durante unos instantes continuando con aquel tren de pensamientos cuyo destino era la forja de una nueva historia en su cabeza mientras contemplaba las espléndidas estatuas, las relajantes fuentes y, por supuesto, el imponente panteón que se presidía el culto a los muertos…
Tal y como si hubiera explotado una burbuja en su mente, la lacustre abandonó bruscamente sus divagaciones cuando escuchó una voz desconocida. Miró hacia todas partes, alarmada y lamentando haber bajado la guardia, pero solo vio a sus compañeros.
—¿Habéis oído eso? —les preguntó. Tal vez se lo había imaginado.
Una nueva voz, que en esta ocasión pudo escuchar claramente cómo se quejaba de que estaba harta de que pisoteasen su cabeza, disipó sus dudas al respecto.
>>¿De dónde… proceden esas voces?
Mientras lanzaba la pregunta hacia nadie en particular, la mirada de la idrina se dirigió hacia el suelo. Por algún motivo que no alcanzaba a comprender, el sonido parecía salir directamente de debajo de la tierra.

Sekk guardó silencio durante la mayor parte del trayecto, absorto en sus pensamientos mientras respiraba el aire fresco. Se mantenía alerta solo por costumbre, pero lo cierto era que estaba empezando a relajarse. En cuanto llegaron a su destino y el intara identificó que era aquel lugar la tensión regresó a su cuerpo. Aquello era un vergel, algo extraño en aquella ciudad ruinosa, pero que fuera un cementerio, un lugar de culto a la muerte, lo hacía aún más inquietante. Había oído hablar de aquellos campos a algunos de sus compañeros, pero la idea de enterrar un cadáver se le antojaba repugnante. ¿Qué morboso consuelo podrías obtener visitando la parcela de tierra bajo la que un ser querido era pasto de los gusanos? No, no tenía sentido, era mucho más lógico cremar a los muertos.

Siguió a sus compañeros al interior de aquel lugar con la mano asida al mango de su sable, intranquilo. Había algo allí que no estaba bien dejando aparte las costumbres para con sus difuntos de aquellas gentes, pero no sabía concretar el que. Le inquietaba tanto la posibilidad de encontrarse algún cadáver a medio sepultar que no estaba prestando atención a los sonidos de alrededor. La pregunta de Irianna, no obstante, le devolvió a la realidad.
—¿Es normal que los muertos hablen después de enterrarlos? —preguntó a la lacustre con el ceño fruncido, desenvainando a medias su arma y dando un giro completo sobre sí mismo para asegurarse de que nadie se les acercaba entre las lápidas. Las voces venían del subsuelo.

El grupo parte sin más preámbulos y yo me sumerjo en un estado de alerta total, con las dagas preparadas en todo momento, y sin parar de mirar hacia atrás. El camino esta vez es nuevo, y el objetivo de la salida también, vamos a explorar, y podríamos encontrarnos con problemas.
Pero para mi sorpresa no ocurre ningún percance, Letargo llega sin problemas y una ligera sensación de alivio me invade cuando empezamos a ver el lugar marcado.

Frunzo el ceño, asombrada al darme cuenta de que realmente estamos en un cementerio. >>¿Entonces se dignan a enterrarnos y todo? ¿O las lápidas son de gente que vive aquí? ¿Pero quién se dedica a hacer esto si no hemos visto a casi nadie desde que empezó la cosecha?.<<
La imagen de Ziack me salta a la cabeza, sobresaltándome, por un momento empiezo a creer que el enderth merecía un lugar mejor en el que recibir su honor, es decir...¿Un nombre en una pared de una torre sucia?, pero no, ni de coña, no lo conocía de nada, pero tengo bastante claro que ninguno de nosotros va a pertenecer a esta ciudad, ni vivo, ni muerto.

Ensimismada en mis pensamientos casi tropiezo y es cuando me fijo un poco más en el entorno, tétrico a más no poder, con muchas tumbas, pero extrañamente decorada de fuentes y estatuas aquí y allá, una vez más me replanteo quién se encarga de todo esto, quien se toma la molestia
de enterrar a tanta gente en una ciudad cuya finalidad es matar. Si cobra, debe de ser millonario, entre Maciel y Letargo somos veinte aproximadamente, y en menos de medio año, la ciudad ya se ha llevado tres vidas.

Sin embargo, no todo podía ser normal, a estas alturas no debería sorprenderme, pero lo hace, es un murmullo al principio, varios ecos de fondo, y luego, claramente se escuchan voces.
Giro la cabeza hacia varias lados, buscando el origen de aquellos ciudadanos, varios de mis compañeros se dan cuenta también y alarmados desenvainan sus armas.
Parpadeo cuando Sekk lanza aquella pregunta
-Tú, no estarás sugiriendo que...- y es cuando caigo en la cuenta, empieza a encajar.
Me arrodillo en el suelo para escuchar mejor, con el corazón pidiendo a gritos querer salir de mi pecho.
-No, no no no, no es posible. -miro al holandés y a la varmana. -Son los muertos...ellos están hablando.
Me levanto sudando y hago una proposición que llevaba varios segundos replanteándola.
-No quiero averiguarlo, ¿Soy la única que quiere volver a casa?, este lugar me está dando escalofríos.

Marchamos otra vez, fuera del torreón y de la seguridad, que aporta. A una ciudad que nos odia, a un lugar que solo existe para matarnos. Voy sumergido en estos pensamientos mientras caminamos. Preparado para cualquier cosa que nos salte encima. Pero irónicamente no nos ocurre nada. Aún así no bajo la guardia, no creo que en Rocavarancolia exista la suerte.  Finalmente llegamos.

Lo que menos me podía esperar de este sitio era un......cementerio. Lo primero que me pasa por la cabeza es : ¿ Los nombres de esas lápidas son de antiguos cosechados? ¿ Acabará alguno de nosotros  en esas tumbas? Me parece ilógico, con lo catastrófico que es todo esto.... y aún así entierran a los muertos. No tiene sentido. Aunque menos sentido tiene lo que escuchamos.

Susurros, para acabar  transformados en voces. Miro a todos lados, intentando buscar el origen. Pero no encuentro nada. Encontramos la fuente de los sonidos. Son los muertos..... enterrados varios metros bajo tierra. Oigo algunas frases, sobre todo quejas, pero otras frases me son incoherentes.

¿Quién demonios es Dama Poda? O más bien ¿Que será? ¡Es todo tan confuso, no dejan de hablar y decir tonterías! Llega un punto en el que no logro descifrar lo que dicen.

-¡Creo que debemos irnos, esto no puede ser bueno!- Digo gritando para que puedan oírme.

Varsai se preparó, se vistió, cogió su arco y en nada estaba en la puerta del torreón esperando por el resto. La niña caminó por las calles atenta a cualquier cosa que se pudiese salir de la norma y estaba preparada para disparar flechas en caso de que fuese necesario. No lo fue y llegaron sin problemas a un lugar con mucha vegetación.

La niña se maravilló con la visión de tantas plantas hasta que empezaron las voces. Al principio pensó que quizás esas personas no fuesen visibles, pero cuando se dieron cuenta de que provenían de las tumbas, más específicamente de los muertos que las habitaban, la varmana se echó a temblar. Se escondió detrás de Sekkeh preguntándose cuantos de ellos serían fantasmas anclados a sus cuerpos por no realizar unos rituales funerarios adecuados.

Con los minutos y viendo que no ocurría nada, que sólo eran voces Varsai se fue envalentonando, poco a poco salió de detrás del ulterano e ignorando las voces decidió quedarse con la belleza de aquel lugar. A la niña le llamó la atención una anciana con capa roja que parecía estar cuidando las plantas, Varsai se quedó quieta esperando a ver si alguno de sus compañeros hacía una pregunta a la mujer.

Kimbra cubrió la retaguardia del grupo cuando este abrió la marcha, mirando siempre en todas las direcciones posibles, en todo momento con el arco cargado en las manos, vigilando que ninguna amenaza los pudiera sorprender. En algunos momentos, la Hija de Lunas se encontraba predispuesta a tomar un camino distinto al de sus compañeros, pero siempre terminaba sacudiendo la cabeza confusa y siguiendo al grupo, sin que la sensación de estar dirigiéndose por el camino equivocado la abandonara. En alguna otra ocasión, ese mismo instinto le hacía querer tomar el camino que ya seguían. Aquellas variaciones en su percepción de la ruta le hacían sentirse incomoda y confusa y se preguntó brevemente si en alguna ocasión tendría la oportunidad de comprobar hacia donde quería llevarle aquel instinto.

Mientras caminaba, Kimbra también se percató, no de forma novedosa, que añoraba a Ámarok y todo lo que él representaba para ella. El kerlax significaba protección, ayuda y transporte, además de ser su objeto de cariño. La engendro esperaba realmente que la tal dama Diurna no mintiera y, llegado el momento, tal y como ella había prometido, Kimbra pudiera volver a por su querida montura.

Al divisar una zona de vegetación cercana, el grupo se dirigió hacia ella, donde comenzaron a oír voces que no parecían salir de ningún sitio. A Kimbra le hubiera gustado poder recoger muestras de toda la vegetación que abarcaba su vista, pues no había visto más que esa en aquel árido lugar fuera de su refugio, pero el no conocer la procedencia de las extrañas voces la inquietaba lo suficiente como para mantenerla alerta y que sus ojos se volvieran rojos. Además, sus compañeros parecían saber la finalidad de dicho lugar, aunque a ella tan solo le parecía una zona con vegetación cualquiera y curiosas formas rocosas repartidas bajo algún tipo de criterio desconocido para ella. En cierto momento, Sekkeh sugirió que las voces podrían prevenir de los muertos, por lo que la krabelinense dedujo que aquel lugar debía de tratarse de alguna zona ritual en la que debían llevarse a cabo los ritos fúnebres o los enterramientos.

Aun con los ojos rojos, Kimbra tensó la flecha en el arco, aunque no apuntó con él y lo mantuvo bajo de forma precavida cuando la mujer se dirigió a ellos. Dirigió una mirada de reprobación hacia el humano cuando este gritó, esperando que no hubiera alertado a ninguna amenaza o que el volumen de su voz no alterara a aquellas voces o a aquella mujer, cuyas intenciones y potencial peligrosidad no conocían.

- Sugiero- susurró hacia sus compañeros pero sin apartar sus ojos de la mujer- una retirada cautelosa con el fin de evitar posibles incidentes desagradables.

Prácticamente no había tenido tiempo de asimilar lo que sugería la pregunta de Sekkeh cuando vieron a aquella anciana a la que parecían dirigirse la mayoría de gritos que provenían del subsuelo. A la idrina le costaba creer que pudiese haber gente enterrada bajo sus pies que estaba hablando, pero no parecía haber ninguna otra explicación para la procedencia de las mismas. Prácticamente todos sus compañeros expresan su deseo de abandonar el lugar cuanto antes, y la idrina no puede negar que aquella es la opción más sensata. No obstante, también aquella era la primera ocasión, descontando al poco colaborativo bibliotecario, que se encontraban con una habitante de Rocavarancolia después de haber recibido aquella especie de críptica bienvenida cuando se despertaron en la ciudad por primera vez. La anciana parecía ocupada con sus arreglos de jardinería y no se había mostrado hostil hacia ellos en ningún momento. A la lacustre en aquellos instantes la inquietaban más las supuestas voces de la gente muerta, algunos incluso pidiendo a gritos que se marchasen.

Irianna observó al resto de sus compañeros, indecisa, mientras meditaba sus opciones.
—Creo que tal vez deberíamos intentar preguntarle algo. No hemos visto a nadie en mucho tiempo, igual perdemos una oportunidad valiosa de conseguir información —comentó en tono bajo para sus compañeros—. Permitidme que hable con ella un instante, no he notado ningún signo de amenaza en sus gestos… —añadió para tratar de que se sintiesen más seguros: a aquellas alturas la mayoría ya era consciente de que sus capacidades para leer las intenciones de la gente eran mayores que las suyas—. Pero al menor signo de que algo no va bien echad a correr. Recurriré a la magia si es necesario.

La lacustre entonces se adelantó un par de pasos, con cierta indecisión pero tratando de ocultar su nerviosismo y de mostrarse más confiada de lo que en realidad estaba.
—Disculpe, señora —llamó la atención de la anciana mientras se apartaba el pelo de uno de los lados de su cabeza—. No quisiera molestarla, pero nos preguntábamos si… Podría decirnos si conoce el motivo por el que nos han traído aquí. O cuando se supone que veremos esa Luna Roja de la que nos hablaron al llegar —según hablaba, Irianna tenía que esforzarse más por evitar que se notase su inseguridad: las voces de los muertos, incansables, no ayudaban en absoluto—. Es usted la primera persona que vemos en mucho tiempo —añadió finalmente, tratando de excusarse por distraerla de sus tareas.

Sekk no compartía con sus compañeros las ganas de marcharse de aquel lugar, pues a pesar de lo raro que resultaba que los muertos hablaran no dejaban de ser cadáveres inútiles enterrados bajo tierra.
—No entiendo cómo puede asustarles algo inerte —masculló para sí, aferrando la empuñadura de su sable con firmeza. Estaba obviando muchas fobias sin darse cuenta, pero en aquel momento no le importaba demasiado. Al percatarse de la presencia de la anciana se tensó, pero al comprobar que no actuaba de forma amenazante enfundó su arma y se puso derecho, cruzando las manos a su espalda y asintiendo hacia Irianna. Era buena idea hacerle a aquella mujer algunas preguntas.

No dejó que fuera sola, sin embargo, y se mantuvo a unos dos pasos a su espalda para salir en su defensa si hacía falta. Trataba de no hacer caso a las voces de los muertos mientras esperaban la respuesta de aquella señora, pero muy a su pesar sentía curiosidad. ¿Qué podía contar alguien que llevaba décadas o siglos muerto? ¿Sabían acaso lo que había al otro lado o ni siquiera habían llegado a cruzar la línea? Eran demasiadas preguntas, pero el intara no estaba seguro de que fuera a obtener las respuestas.

Pego un salto enorme al ver que los muertos realmente se han comunicado.
-!Dios santo! ¿Pero qué coño es esto?. Es decir, estáis escuchando a cadáveres bajo tierra hablar...¿Y no os queréis marchar?.- con la mirada intento buscar el apoyo del holandés, y este parece corroborar mi idea, también Kimbra opina que debemos marcharnos. >>Podemos explorar otra zona, Rocavarancolia no es precisamente pequeña.<<

Sin embargo no lo hacemos, los muertos reclaman un nombre. Dama Poda en concreto, a lo lejos, la figura de una mujer encorvada parece moverse. No hay manera de saber si se refieren a ella o no.
Escucho con verdadera atención a Irianna, a ella se le ocurre la idea de investigar, y he de reconocer que lleva parte de razón. De hecho es por lo único que decido quedarme. La palabra “Tarde” no deja de rondar en mi cabeza, debo hacer que se convierta en una idea estúpida de aquella voz, no puede ser verdad.
La Idrina comienza, acercándose temerosamente, y preguntando varias cuestiones que todos habremos pensado alguna vez, varios por qué. >>Y es cierto, nadie ha tenido el detalle de decirnos el motivo por el que nos quieren aquí, somos especiales, pero eso no significa que pudieran engañarnos tan fácilmente.<<

Aprieto los dientes, insegura sobre si la anciana esconde algo, cualquier cosa que pueda matarnos, pero aparentemente es inofensiva, aún así, no guardo las dagas y no bajo la guardia.
Abro los ojos, asombrada por los términos que aquella mujer usa para referirse a nosotros.
Decido hablarle, a una distancia prudencial, y con toda la educación que mi mente rabiosa me permite.
-¿Savia nueva? -pregunto, quizás encajando algunas cosas, está claro que había más gente ante que nosotros, o al menos es lo que se me viene a la mente cuando pienso en los mensajes que encontré escritos en la pared y el hecho de que use la palabra “nueva”, me obligo a seguir preguntando. -¿Cómo que la ciudad no puede subsistir sin nosotros? ¿Y de qué nos diezma?, creame señora -digo suavizando mucho el tono -de momento esta ciudad solo nos ha traído muerte, nada más.

Con una mirada inquieta espero la respuesta, encogida por que los muertos hablen y al ver que la anciana es bastante extraña.
>>De momento no voy a preguntar por Doce, pero no es algo que descarte<<

El parqio había aterriado en cuanto llegaron a aquel lugar, necesitaba descansar las alas u poco. Hasta que llegaron las primeras voces, Rasqa no pudo hacer otra cosa que escudriñar el lugar. Un sitio tan poblado de vegetación en una ciuad tan yerma debía tener su propios habitantes. Lo que no esperaba (y no supo hasta que escuchó a sus compañeros) era que parte de dichos habitantes eran muertos enterrados.

En fue consciente de lo que significaba el estar escuchando muertos, una sensación desagradable le corrió por la espina dorsal. Rasqa enseñó los colmillos al aire y clavó las garras en el suelo blando con más fuerza a cada paso que daba. El dragoncillo se encontraba tenso, a la espera de cualquier cosa que pasara. Deseando para sus adentros que aquel cementerio les brindara algo de acción.

Lo que no esperaba era encontrarse con una bípeda con aspecto de fruta pasada. <<Tiene ya una pata en el mar>> se dijo. <<¿Será una de las ancianas del consejo de la ciudad? ¿Habrá siquiera un consejo en este sitio muerto?>>. Rasqa dio un par de pasos cauteloso hacia la vieja, asegurándose de no acercarse demasiado, y se sentó. Sin duda, encontrarsela había sido una decepción para Rasqa. Escuchar a una señora que chocheaba no era ni una pizca de emocionante.

—Pffff —Rasqa no pudo hacer otra cosa que resoplar disconforme. No les había contado nada que no supieran: habían poblado la ciudad con ellos y ahora las alimañas (Roaxen incluído en esta categoría) les querían matar. <<¿Piensan darle mucho palique??>>, pensó aburrido. Sería un milagro si lograban sacarle nada a aquella bípeda venida a menos.

Rasqa, además, tampoco tenía especial interés en la jardinería.

Las palabras de la anciana la desconcertaron. ¿A qué se refería con que no vería a nadie aunque estuviese rodeada de gente? Por un instante le hizo pensar que las supuestas voces de los muertos no eran tales y observó a su alrededor con expresión desconfiada. Pero la mujer continuó hablando e Irianna le prestó de nuevo su atención, tratando de encontrarle algún sentido a la respuesta que les proporcionaba a la mayor incógnita que albergaban. La anciana utilizó muchas comparaciones y parecía que trataba de hablar sin decir nada, pero algo se podía sacar en claro de su adornado discurso.
—Quiere decir que… ¿Nuestro único propósito es sobrevivir? —inquirió sin alzar demasiado la voz, hablando más bien para sí misma.
Aquello no era algo nuevo. A su llegada les habían dicho esencialmente lo mismo que la anciana. La lacustre comprendió entonces que era muy probable que preguntase a quien preguntase, iba a recibir la misma respuesta. Darse cuenta le hizo sentirse frustrada.

Ruth también se dirigió a la mujer y la lacustre, perdida en sus pensamientos hasta ese momento, se dirigió a ella.
—A eso se refiere, Ruth —le dijo en un tono calmado, sin dejar traslucir ninguna clase de emoción—. Ya la has oído: la debilidad debe ser eliminada de raíz. Si no sobrevivimos, somos débiles. Ese es el mensaje que nos han trasmitido desde que el primer momento que pisamos esta ciudad. Y sospecho que eso es lo único que vamos a saber hasta que veamos esa supuesta Luna Roja. ¿Me equivoco, señora?
Volvió a girarse hacia la anciana, esperando la confirmación a sus sospechas. Una vez le hubiese respondido, la idrina estaría de acuerdo en irse. Había notado la impaciencia por ello no solo en las palabras de algunos de sus compañeros, sino también en su lenguaje corporal.