Torreón Letargo (Archivo I)

Me desperté hace rato, pero todavía sigo en cama, aprovechando el calor de las mantas. Hace rato que debería levantarme, tengo bastante hambre, pero encontré el libro de hechizos sobre una cama vacía y he seguido mirándolo y moviendo las manos para aprender hechizos mientras me escaqueaba de levantarme. Pero tal vez ya va siendo hora, sí.
Retiro las mantas preparado para sentir el aire frío de fuera y tras calzarme doy una carrera rápida hasta el baño. Llevo un poco de ropa más abrigada para cambiarme. Debí de coger un poco de catarro, supongo que no es extraño viviendo en un torreón de piedra. Vuelvo a la cama para dejar sobre ella la ropa que usaba de pijama y devuelvo el libro al lugar donde lo cogí. Después de dejar la cama en orden, bajo a la cocina. Allí me encuentro a un buen grupo reunido, listo para salir. Vac ya tiene la puerta abierta.
-¿Váis a por comida? -pregunto muy bajito. Miro a todos los presentes... ¿qué estaba pasando aquí? Sin embargo parece que tienen prisa, así que asiento rápidamente cuando veo que me esperan y bajo a la armería a por mi vara, mi daga y algunos amuletos y cristales cargados que me meto en el bolsillo.
Ya arriba salgo tras ellos por la puerta y me despido con la mano de los que se quedan en la habitación.

(Continúa en la Cicatriz de Arax).

Llegamos corriendo al torreon, cada uno con una cesta. No he mirado atrás ni un momento, por miedo a rezagarme. La cesta pesa y creo que estoy a punto de romperme. Cuando por fin nos paramos ante la entrada, siento un alivio enorme. Dejo la cesta y las armas en el suelo y apoyo las manos en las rodillas, jadeando. Alguien abre la puerta y hago un último esfuerzo para por fin dejar la cesta dentro, en el suelo. Me siento en una silla a recuperar mi respiración normal. Tengo que bajar las armas y los amuletos a la armería, pero cuando me encuentre uno poco menos cansado. Pongo los amuletos sobre la mesa y dejo la vara en el suelo. Antes de nada, decido poner a cargar los cristales con mi sangre, esta vez controlando mejor cuánto corto. Me da pereza también levantarme para ir a por un trapo que pueda romper para hacerme una venda, así que lo dejo sangrar, ya se cerrará.
-Ahora ordeno todo esto -digo entrecortadamente y señalando lo que dejé sobre la mesa.

Elliot de pronto levanta la camiseta. Me sonrojo hasta que veo que tiene una cicatriz. Vaya... no sabía que tuviese semejante tajo. No quiero hacer preguntas, de pronto el ambiente se vuelve muy sombrío. Aún cansado me levanto a llevar a la armería todas las cosas que he usado durante la salida de ese día, aunque me quedo un talismán para cargarlo. Después subo y veo que Vac ya se ha puesto a cocinar. Me acerco sonriente a ver de qué se trata.
-Huele bien -le digo-. Oye, sobre una cosa que dijiste antes...
En ese momento llega Nia y no termino la frase. No importa, supongo que era una tontería después de todo, no viene a cuento preguntar.
-Creo que no hay pescado en las cestas -le respondo con timidez a Nia-. Mira a ver...
Entre tanto Vac fue sirviendo la cena, así que tomo asiento en la mesa.
-¡Que aproveche! -digo empezando a masticar.

Todos parecen estar demasiado agotados, porque enseguida empiezan a marcharse de la cocina para irse a dormir. Supongo que todos han tenido un día muy largo mientras yo remoloneaba en cama. Qué vergüenza.
Sin embargo cuando todos se van Nikolas baja a cenar, así que espero para acompañarlo mientras tanto.
―Bueno... no me puedo quejar. Y bueno, no sé por qué están preocupados... antes de irnos quizá pasó algo, pero es que cuando fuimos a por las cestas también. Nos ata... bueno, no nos atacó. Se acercó un mono que sabía el nombre de Vacuum, y decía que se llamaba así, pero luego para distraerlo le dimos nuestros nombres y salimos corriendo con las cestas. ―Me doy cuenta de que estoy liando un poco la historia haciéndola difícil de comprender, pero mis propias palabras me van hipnotizando y dando sueño―. Lo... lo siento, estoy demasiado cansado. Voy a ir subiendo... a dormir. Buenas noches.
Mientras digo esto último me voy acercando a las escaleras, y después desaparezco por ellas agitando la mano. Con cada escalón me siento un poco más agotado. Parece mentira, sí que me cansó de verdad la carrera. Alcanzo mi cama sintiéndome para el arrastre y me meto en ella con la ropa que llevo puesta. Tengo tanto sueño que me da todo igual. Me duermo en cuanto me tapo hasta la nariz con las mantas.