- Kanyum
Ficha de cosechado
Nombre: Nohlem
Especie: Varmano granta
Habilidades: Puntería, intuición, carismaPersonajes :
● Jace: Dullahan, humano americano. 1’73m (con cabeza 1’93m)
● Rox: Cambiante, humano australiano/surcoreano. 1’75m
● Kahlo: Aparición nocturna varmana granta. 1’62m
● Nohlem: varmano granta. 1’69m
● Xiao Taozi: Fuzanglong carabés. 1’55m
Unidades mágicas : 5/5
Síntomas : Mayor interés por acumular conocimiento. A veces, durante un par de segundos, aparecerán brillos de distintos colores a su alrededor.
Status : Prrrr prrrrr
No hace falta que respondas
12/10/23, 01:27 pm
Kahlo era adepta a escribir cartas. Había empezado a hacerlo en Silente, su torreón, durante los momentos más huecos de la criba, expresando un amor ficticio por un brujo de las flores al que apenas conocía. No buscaba que él las leyera pero se esforzaba en hacerlas lo más bonitas posibles, para sí misma, un desahogo en el que solo cabían palabras delicadas y sentimientos puros que de alguna forma se volvían reales mientras, y solo mientras, la pluma arañaba el papel.
Escribió tres cartas. Una para su madre, una para su padre y una para su hermano, todas demasiado largas y demasiado cortas. Las dos primeras estaban cargadas de noticias y añoranza, de buen presente y futuros livianos, una suerte de diario. Me va bien. Tengo mucho trabajo. Estoy aprendiendo el oficio. La casa está preciosa. Gracias por las fotos. Me pasaré a visitaros dentro de unos días. No había nada que detallase Rocavarancolia, nada fuera de lo normal, solamente una hija independizada que ahora vivía en las afueras de Bermellón en vísperas de formar su propia familia.
La tercera era diferente. Más vaga, más personal, más indiferente. Hablaba del pasado, muy poco del presente y nada del futuro. Había cariño y rencor.
Le pidió perdón y le echó la culpa. Le dijo que le echaba de menos y que había abandonado a sus padres. Que estaban solos, que estaban juntos. Que se alegraba de verle, que no debería de estar ahí. Que era un idiota. Que esperaba que sobreviviese.
A su lado, igual de accesible que la botella de vino dulce que se había acabado ella sola, yacía un pequeño espejo. Era un artilugio hermoso, con bordes de ónix, reluciente como plata, un rectángulo en el que apenas cabría una taza y una cuchara. Lo había comprado en el mercado en busca de herramientas para su estudio. Podría haberlo robado como tantas otras cosas, pero no lo hizo. No entraba en su presupuesto y el precio había sido alto hasta para sus estándares, pero no era un espejo ordinario. Su superficie no devolvía lo que se veía, sino lo que se había vivido. En esa minúscula ventana uno podía adentrarse al pasado, y según la explicación del vendedor aquella no era tarea fácil. La magia reflectiva muestra lo que guarda la mente, mas la mente puede inventar casi cualquier cosa, a veces sin querer (recuerdos reescritos, reinterpretados por las opiniones y el paso del tiempo), de modo que un espejo podía ser engañado para mostrar fábulas y no la verdad. Éste sin embargo reflejaba los hechos tal y como habían sido, no como se recordaban. Un hechizo complicado, de ahí su valor. Nadie era inmune al olvido, ni siquiera ella con su mente prodigiosa, pues todo tenía una influencia. El espejo era un capricho, un remedio a sus poderes, una incriminación.
“¿Recuerdas cuando…?” escribía al revivir momentos dulces, tristes y ácidos, momentos por los que ahora, mucho más tarde, pedía perdón. Su hermano y ella, más bajos que la mesa sobre la que ahora escribía, jugando y riendo sin preocupaciones. La espalda de Nohlem, ancha por la madurez, dejándola atrás en un cuarto lleno de voces que no necesitaban alzarse para ser hirientes. Años caminando por una sinuosa línea entre mentiras rotundas y verdades por omisión, atrapados en un punto muerto sin la menor intención de vaciar las manos. Las numerosas peleas, las escasas paces, los silencios y sus motivos, las alegrías compartidas, los boicots y las alianzas. Las veces que había fallado, las veces que le habían fallado a ella. Imágenes que resultaban en palabras tiernas, palabras duras, contradictorias.
“¿Recuerdas cuando…?”, excusas para una pregunta que no tenía el valor de hacer.
¿Te acuerdas de mi?
No firmó la carta.
Conocía la forma en la que su corazón se tambaleaba cuando estaba siendo perseguida y la fortaleza que ganaba cuando perseguía a alguien, una diferencia que cada vez que iba tras Nohlem se volvía imposible de distinguir. Como venía haciendo desde el primer día, siempre y cuando estuviera él, se convirtió en la sombra del grupo, oculta en los tejados más altos que la protegían de ser vista. Más que depredador Kahlo se notaba una presa y lo odiaba. Se repetía a sí misma que aunque Nohlem fuese mayor por cinco minutos ella le sacaba un año de ventaja, pero ni con esas hallaba comfort. Seguía sintiéndose pequeña a su lado. Impotente. Que absurdo, cuando una tenía acero, alas y magia y el otro solo incertidumbre y un arco maltrecho.
“Mira arriba” rogaba a la vez que se escondía, sus nuevos colores camuflados en la ceniza. “Mírame, por favor”. Quería una señal, así fuera por error. Quería que sus ojos se encontrasen, ver la sorpresa en su rostro, no de quien ve a un monstruo sino de quien reconoce a alguien después de mucho tiempo.
Ni ella tenía muy claro porqué le seguía. ¿Para martirizarse? ¿Para ver si le sucedía algo? Y en tal caso, ¿qué? ¿Ser espectadora de la muerte de su hermano? No podía protegerle. Es más, a veces en su imaginación era ella quien atacaba primero. “Vete”, decía. Desenvainaba su espada e iba hacia él, alas abiertas como un animal que aparenta ser mucho más grande. “Vete de aquí. Sal de mi mundo.” Entonces él huía y Kahlo se sentía todavía más hueca.
Arrugó el papel entre sus dedos mecánicos. Podían matarla por ello. La carta no contenía pistas, no contenía ayuda, ni siquiera nombres pues los había omitido todos, solo los recuerdos de la aparición y sus ganas de pelea, de tregua. Pero el Consejo no tenía forma de saberlo y ella no estaba dispuesta a arriesgarse. Sacó la carta de su bolsillo, maltrecha por los pasos y la fuerza con la que la había presionado. Con la espalda contra los ladrillos de una chimenea vieja y el corazón martilleando en el pecho, sus ojos se posaron en el sobre sin remitente y su mente vagó por el texto sin necesidad de leerlo. La caligrafía pulcra pero cada vez más temblorosa por los efectos del alcohol, la decadencia de la lógica contra el sentimiento, el olor a uva y tabaco que aún la impregnaba… Tantos errores que acreditarle. La alisó con cariño, con pena, con rabia, y la volvió a guardar.
Kahlo era adepta a escribir cartas, y no necesitaba lectores.
Escribió tres cartas. Una para su madre, una para su padre y una para su hermano, todas demasiado largas y demasiado cortas. Las dos primeras estaban cargadas de noticias y añoranza, de buen presente y futuros livianos, una suerte de diario. Me va bien. Tengo mucho trabajo. Estoy aprendiendo el oficio. La casa está preciosa. Gracias por las fotos. Me pasaré a visitaros dentro de unos días. No había nada que detallase Rocavarancolia, nada fuera de lo normal, solamente una hija independizada que ahora vivía en las afueras de Bermellón en vísperas de formar su propia familia.
La tercera era diferente. Más vaga, más personal, más indiferente. Hablaba del pasado, muy poco del presente y nada del futuro. Había cariño y rencor.
Le pidió perdón y le echó la culpa. Le dijo que le echaba de menos y que había abandonado a sus padres. Que estaban solos, que estaban juntos. Que se alegraba de verle, que no debería de estar ahí. Que era un idiota. Que esperaba que sobreviviese.
A su lado, igual de accesible que la botella de vino dulce que se había acabado ella sola, yacía un pequeño espejo. Era un artilugio hermoso, con bordes de ónix, reluciente como plata, un rectángulo en el que apenas cabría una taza y una cuchara. Lo había comprado en el mercado en busca de herramientas para su estudio. Podría haberlo robado como tantas otras cosas, pero no lo hizo. No entraba en su presupuesto y el precio había sido alto hasta para sus estándares, pero no era un espejo ordinario. Su superficie no devolvía lo que se veía, sino lo que se había vivido. En esa minúscula ventana uno podía adentrarse al pasado, y según la explicación del vendedor aquella no era tarea fácil. La magia reflectiva muestra lo que guarda la mente, mas la mente puede inventar casi cualquier cosa, a veces sin querer (recuerdos reescritos, reinterpretados por las opiniones y el paso del tiempo), de modo que un espejo podía ser engañado para mostrar fábulas y no la verdad. Éste sin embargo reflejaba los hechos tal y como habían sido, no como se recordaban. Un hechizo complicado, de ahí su valor. Nadie era inmune al olvido, ni siquiera ella con su mente prodigiosa, pues todo tenía una influencia. El espejo era un capricho, un remedio a sus poderes, una incriminación.
“¿Recuerdas cuando…?” escribía al revivir momentos dulces, tristes y ácidos, momentos por los que ahora, mucho más tarde, pedía perdón. Su hermano y ella, más bajos que la mesa sobre la que ahora escribía, jugando y riendo sin preocupaciones. La espalda de Nohlem, ancha por la madurez, dejándola atrás en un cuarto lleno de voces que no necesitaban alzarse para ser hirientes. Años caminando por una sinuosa línea entre mentiras rotundas y verdades por omisión, atrapados en un punto muerto sin la menor intención de vaciar las manos. Las numerosas peleas, las escasas paces, los silencios y sus motivos, las alegrías compartidas, los boicots y las alianzas. Las veces que había fallado, las veces que le habían fallado a ella. Imágenes que resultaban en palabras tiernas, palabras duras, contradictorias.
“¿Recuerdas cuando…?”, excusas para una pregunta que no tenía el valor de hacer.
¿Te acuerdas de mi?
No firmó la carta.
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Conocía la forma en la que su corazón se tambaleaba cuando estaba siendo perseguida y la fortaleza que ganaba cuando perseguía a alguien, una diferencia que cada vez que iba tras Nohlem se volvía imposible de distinguir. Como venía haciendo desde el primer día, siempre y cuando estuviera él, se convirtió en la sombra del grupo, oculta en los tejados más altos que la protegían de ser vista. Más que depredador Kahlo se notaba una presa y lo odiaba. Se repetía a sí misma que aunque Nohlem fuese mayor por cinco minutos ella le sacaba un año de ventaja, pero ni con esas hallaba comfort. Seguía sintiéndose pequeña a su lado. Impotente. Que absurdo, cuando una tenía acero, alas y magia y el otro solo incertidumbre y un arco maltrecho.
“Mira arriba” rogaba a la vez que se escondía, sus nuevos colores camuflados en la ceniza. “Mírame, por favor”. Quería una señal, así fuera por error. Quería que sus ojos se encontrasen, ver la sorpresa en su rostro, no de quien ve a un monstruo sino de quien reconoce a alguien después de mucho tiempo.
Ni ella tenía muy claro porqué le seguía. ¿Para martirizarse? ¿Para ver si le sucedía algo? Y en tal caso, ¿qué? ¿Ser espectadora de la muerte de su hermano? No podía protegerle. Es más, a veces en su imaginación era ella quien atacaba primero. “Vete”, decía. Desenvainaba su espada e iba hacia él, alas abiertas como un animal que aparenta ser mucho más grande. “Vete de aquí. Sal de mi mundo.” Entonces él huía y Kahlo se sentía todavía más hueca.
Arrugó el papel entre sus dedos mecánicos. Podían matarla por ello. La carta no contenía pistas, no contenía ayuda, ni siquiera nombres pues los había omitido todos, solo los recuerdos de la aparición y sus ganas de pelea, de tregua. Pero el Consejo no tenía forma de saberlo y ella no estaba dispuesta a arriesgarse. Sacó la carta de su bolsillo, maltrecha por los pasos y la fuerza con la que la había presionado. Con la espalda contra los ladrillos de una chimenea vieja y el corazón martilleando en el pecho, sus ojos se posaron en el sobre sin remitente y su mente vagó por el texto sin necesidad de leerlo. La caligrafía pulcra pero cada vez más temblorosa por los efectos del alcohol, la decadencia de la lógica contra el sentimiento, el olor a uva y tabaco que aún la impregnaba… Tantos errores que acreditarle. La alisó con cariño, con pena, con rabia, y la volvió a guardar.
Kahlo era adepta a escribir cartas, y no necesitaba lectores.
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