- Sevent
Ficha de cosechado
Nombre: Abel
Especie: Humano español
Habilidades: Intuición, imaginación y velocidadPersonajes :
Abel: humano español (1,90m)
Unidades mágicas : 5/5
Armas :
Abel: su arrolladora personalidad
Tristán y la Princesa Cebolla
03/09/23, 01:39 pm
Resumen de La Princesa Cebolla (Parte 1 de ¿2?)
El reino de Zahre era conocido por ser la capital comercial del imperio, tan llena de vida como de alegría sus habitantes. De hecho, miles de barcos llenos de turistas llegaban cada día a sus puertos, en búsqueda de degustar sus deliciosos platos de marisco, adquirir curiosos artefactos zahreños fabricados a partir de conchas marinas y esqueletos de peces o simplemente para admirar el impresionante palacio de zafiro que corona la montaña más alta de la zona. Sin embargo, las circunstancias actuales distan mucho de ser lo esperanzadoras que eran antaño.
Desde la muerte de sus monarcas hace pocos meses, los habitantes de la nación han ido enfermando también uno a uno de la misma dolencia que habían contraído los monarcas. Se trata de una enfermedad que les hacía caer en un profundo sueño del que jamás nadie conseguía despertar, hasta que finalmente los que la hubiesen contraído morían, ya fuese por falta de alimento y bebida o por el enlentecimiento progresivo de los latidos de su corazón. En esos tiempos de angustia, el reino lo encabezaban dos niños; Cecilia, la testaruda princesa huérfana de 12 años y su hermano pequeño de apenas 3 meses de edad, Tristán.
Fue cuando su hermano también enfermó que, Cecilia, junto con lo que quedaba de su guardia real, partió en búsqueda de la cura para la enfermedad; surcó los mares, viajó a países muy muy lejanos y luchó contra los malhechores que se interponían en su camino.
Agotada y desesperada por no encontrar nada que les pudiese servir, decidió con mucha pena levar las anclas y volver al reino. Durante el viaje de vuelta, mientras hundía su mirada en el cielo nocturno, se le apareció en la proa del barco un espíritu del mar, una sirena de piel grisácea y brillantes ojos color mandarina, cuyos largos cabellos morados se agitaban en todas direcciones, revueltos por los agresivos vientos del sur. Se presentó como la Náyade Abismal y le contó que había acudido a su encuentro para responder a sus plegarias. Le propuso un trato, la vida de su hermano, quien, según el espíritu, iba a morir antes de que ella lograse volver a palacio, y la desaparición total de la enfermedad del sueño, dos deseos a cambio de las siguientes dos cosas:
1. Su hermano se esfumaría de Zahre y desde ahora viviría en el seno de una familia humilde. Ella se olvidaría por completo su existencia y de la felicidad que había sentido cuando este nació. Tal recuerdo y emociones pasarían a ser propiedad de la sirena.
2. Se desprendería de su capacidad de amar, entregándosela también al espíritu. Por mucho que quisiese, jamás sería capaz de volver a recibir o a expresar cariño, condenada a expulsar de su lado a cualquiera que se le acercase. Si por algún casual algún atisbo de amabilidad escapase de sus labios, su cuerpo acabaría convertido en el de una cebolla que, al poco tiempo, se pudriría inevitablemente.
Sin pensárselo dos veces, la princesa aceptó. La vida de su pueblo y la de su hermano valían para ella mucho más que su propio ser. Así, se condenó a vivir encerrada en su habitación, en la cúspide del alto castillo de Zahre, donde cada día echaría con descalificativos, insultos, gritos e incluso patadas, a todo aquel que intentase acercársele. Poco a poco, el reino, totalmente descabezado, se iría vacíando de gente, pero, con la misma facilidad, sus calles se irían llenando de agua, hasta sumergir por completo el pueblo que rodeaba el castillo. A día de hoy, la leyenda cuenta que son las lágrimas de aquellos lo suficientemente curiosos para ir a visitar la malvada bruja que ha ocupado el palacio de Zahre, pero hay también hay quien dice que son las lágrimas de la misma bruja, profundamente mísera por la soledad que solo conocen aquellos a los que les falta el corazón.
Por dichos motivos, ahora son pocos los valientes que con sus barcos se aventuran en la zona, no solo por las agresivas mareas y frecuentes tormentas que la caracterizan, sino también por los monstruos marinos que residen allí y por el alargado dragón oceánico que nace de los mares y duerme cada noche enroscado entre las almenas de palacio.
Desde la muerte de sus monarcas hace pocos meses, los habitantes de la nación han ido enfermando también uno a uno de la misma dolencia que habían contraído los monarcas. Se trata de una enfermedad que les hacía caer en un profundo sueño del que jamás nadie conseguía despertar, hasta que finalmente los que la hubiesen contraído morían, ya fuese por falta de alimento y bebida o por el enlentecimiento progresivo de los latidos de su corazón. En esos tiempos de angustia, el reino lo encabezaban dos niños; Cecilia, la testaruda princesa huérfana de 12 años y su hermano pequeño de apenas 3 meses de edad, Tristán.
Fue cuando su hermano también enfermó que, Cecilia, junto con lo que quedaba de su guardia real, partió en búsqueda de la cura para la enfermedad; surcó los mares, viajó a países muy muy lejanos y luchó contra los malhechores que se interponían en su camino.
Agotada y desesperada por no encontrar nada que les pudiese servir, decidió con mucha pena levar las anclas y volver al reino. Durante el viaje de vuelta, mientras hundía su mirada en el cielo nocturno, se le apareció en la proa del barco un espíritu del mar, una sirena de piel grisácea y brillantes ojos color mandarina, cuyos largos cabellos morados se agitaban en todas direcciones, revueltos por los agresivos vientos del sur. Se presentó como la Náyade Abismal y le contó que había acudido a su encuentro para responder a sus plegarias. Le propuso un trato, la vida de su hermano, quien, según el espíritu, iba a morir antes de que ella lograse volver a palacio, y la desaparición total de la enfermedad del sueño, dos deseos a cambio de las siguientes dos cosas:
1. Su hermano se esfumaría de Zahre y desde ahora viviría en el seno de una familia humilde. Ella se olvidaría por completo su existencia y de la felicidad que había sentido cuando este nació. Tal recuerdo y emociones pasarían a ser propiedad de la sirena.
2. Se desprendería de su capacidad de amar, entregándosela también al espíritu. Por mucho que quisiese, jamás sería capaz de volver a recibir o a expresar cariño, condenada a expulsar de su lado a cualquiera que se le acercase. Si por algún casual algún atisbo de amabilidad escapase de sus labios, su cuerpo acabaría convertido en el de una cebolla que, al poco tiempo, se pudriría inevitablemente.
Sin pensárselo dos veces, la princesa aceptó. La vida de su pueblo y la de su hermano valían para ella mucho más que su propio ser. Así, se condenó a vivir encerrada en su habitación, en la cúspide del alto castillo de Zahre, donde cada día echaría con descalificativos, insultos, gritos e incluso patadas, a todo aquel que intentase acercársele. Poco a poco, el reino, totalmente descabezado, se iría vacíando de gente, pero, con la misma facilidad, sus calles se irían llenando de agua, hasta sumergir por completo el pueblo que rodeaba el castillo. A día de hoy, la leyenda cuenta que son las lágrimas de aquellos lo suficientemente curiosos para ir a visitar la malvada bruja que ha ocupado el palacio de Zahre, pero hay también hay quien dice que son las lágrimas de la misma bruja, profundamente mísera por la soledad que solo conocen aquellos a los que les falta el corazón.
Por dichos motivos, ahora son pocos los valientes que con sus barcos se aventuran en la zona, no solo por las agresivas mareas y frecuentes tormentas que la caracterizan, sino también por los monstruos marinos que residen allí y por el alargado dragón oceánico que nace de los mares y duerme cada noche enroscado entre las almenas de palacio.
Ven conmigo,Ven conmigo por la ciudad,ven conmigo, desatemos un vendaval, esta noche, no me importa lo que dirán
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