- Aes
Ficha de cosechado
Nombre: Aniol
Especie: Humano
Habilidades: habilidad manual, automotivación, olfato fino.Personajes : ●Ruth: Humana (Israel)
Demonio de Fuego
●Tayron: Humano (Bélgica)
Lémur
●Fleur: Humana (Francia)
Siwani
●Aniol: Humano (Polonia)
Unidades mágicas : 03/12
Síntomas : Querrá salir más del torreón. En ocasiones, aparecerán destellos de luz a su alrededor que duran un instante.
Status : KANON VOY A POR TI
Humor : Me meo ;D
Un cuento de hadas
16/02/23, 04:05 pm
El nombre de Aniol provenía de una variante de la palabra "Ángel" en griego. Se lo puso su hermana como parte de la tradición familiar ya que decía que de pequeño se parecía a uno. Al igual que ella debía de nombrar al octavo hijo que la familia se encontraba esperando y por fin pasaría el testigo del más pequeño al nuevo integrante.
En aquel momento, en cambio, el niño se sentía muy lejos de ser un querubín con dos alas en la espalda. Ahora era un hada maléfica, o quizás un duende travieso. No como los que te ayudaban si le dabas una moneda. Si no de los que escondían cosas a los humanos. ¿Y qué hacían los duendecillos además de asustar con sus risitas en la oscuridad?
Pues escuchar detrás de las puertas.
El problema era que sus hermanas hablaban en susurros con ese tono inconfundible de los mayores cuando querían tomar a los críos por tontos. Una a una todas se habían pasado al lado oscuro y gris de los adultos e incluso Tabitha, con quien solo se llevaba once meses de diferencia, hacía gala de esa voz extraña y repleta de misterio. Se decía así mismo que charlaban de cosas de chicas aún a sabiendas de que no tenía sentido pues siempre le habían incluido en conversaciones de ese calibre. Además, algunas veces las acompañaba al centro comercial a comprar las cositas blancas y de aspecto suave que se ponían las niñas bajo la ropa interior. Así que... ¿Por qué tenía miedo?. A lo mejor no quería que lo dejaran atrás y se convirtieran en mujeres como decía su mamá. Ni que se echaran novio, podía soportar la idea de tener otro hermanito pero... ¿Un sobrino de esos? ¡Puaj!
Pero aquello era distinto. Porque estaban hablando de él.
—Tiene diez años, es demasiado mayor —la voz grave y áspera de Nelka era inconfundible tras el portón de madera que los separaba. Sintió como el estómago se le revolvía al pensar en ella, el ambiente en casa estaba enrarecido desde que la joven había decidido que no trabajaría en la churrería. En su lugar la primogénita deseaba marcharse para continuar con sus estudios fuera del país. Aniol no entendía el por qué de esa traición—. Si no se lo decimos ya acabarán haciéndolo por nosotras en el colegio y los niños son mucho más crueles, Jasia.
—Lo sé, pero... ¿Acaso no recuerdas la ilusión que se sentía? Solo se vive una vez. Después se convertirá en un muchachito hecho y derecho.
—Ya lo es. Está creciendo y tanto tú como mamá y papá tenéis que asumirlo, no ganamos nada así, solo aumentaremos su decepción.
—Nelka... no lo entiendes, y no deberías seguir agitando el avispero que bastante tenemos con lo tuyo —su otra hermana (la cuarta en orden de sucesión) no parecía alterada en absoluto a pesar de que sus palabras podían ser tomadas como un reproche. Las siguientes frases llegaron amortiguadas, parecía que estaban en medio de un ajetreo—. Es todo su mundo, a veces pienso que... se nos ha ido de las manos.
—Entonces opinas como yo.
—Lo que opino es que podríamos esperar al año que viene para decírselo y... —Jasia nunca terminó lo que fuera a decir. En los próximos segundos ocurrió una sucesión de hechos caótica. Cometa (el San Bernardo de la familia) daría con el chico espiando en la entradita del pasillo y en una súbita reacción de alegría lo embistió por la espalda, empujando a este a través de la puerta y precipitándole hacia el salón. Aniol cayó de bruces, pero puso a tiempo las manos para no golpearse el mentón con las losas del suelo. Después alzo la mirada y se quedó completamente quieto en una posición algo ridícula mientras el perro le lamía la cara. Esbozó una sonrisa de culpabilidad mientras se apartaba los rizos de la cara.
— ¿Decirme qué? Je.
—Niño, no estás escuchando nada ¿A que no? —tras comprobar que no se había hecho daño sus hermanas estaban propinándole una buena regañina. Habían tardado unos segundos en descongelarse, e incluso Aniol atinó a ver como Nelka escondía algo a su espalda en uno de los cajones de la cómoda. La compasión fue breve y la reprimenda empezó poco después. El pequeño llevaba pidiendo piedad con la mirada un buen rato pero su hermana mayor era tozuda así que simplemente se desconectó.
Se encontraban en el salón, su estancia favorita de la casa. Por lo que distraerse no era difícil. Las dimensiones de la habitación eran generosas y Aniol podía perderse horas y horas mirando sus cortinas de estampados y las grandes ventanas. Lo cierto es que las habitaciones personales eran mucho más reducidas y dormían en varias literas pero su madre prefería una sala de estar amplia para recibir a los clientes que necesitaran sus vaticinios. Todo eso convenía a la perfección para que la chimenea fuera más grande. Y a sus ojos era preciosa. Le encantaba el chisporroteo del fuego y el olor a leña quemada. También los calcetines lleno de dulces con el nombre de cada uno de sus hermanas y padres. ¡Y por allí bajaba el Señor Santa! ¿No era genial? ¡No podía esperar más a que volviera La Navidad y ver qué nuevo árbol traían esta vez sus padres! ¿Lo decoraría con un estilo campestre o le dejarían ponerle lacitos rosas y morados? ¡Por supuesto que él colocaría la estrella! Y...
—Aniol, chiquillo espabila.
—Perdún —musitó tras revolverse un poco en la silla, le dolía un poco el culo por la postura. Al salir de su ensimismamiento la pena volvió a sobrecogerle y sus ojos color miel amenazaron con desbordarse en lágrimas. No quería llorar, al menos hasta que le dieran un abracito.
—¿Cuántas veces te hemos dicho que no hables con la u? —volvió a la carga su hermana mayor.
—Nu —replicó, no muy seguro de si debía seguir ese camino ante la mirada intimidante de Nelka. La joven, lucía alta y corpulenta ataviada con un chándal verde oscuro y gris que combinaba con sus ojos. Tenía el pelo muy corto y una línea afeitada que le atravesaba el pelo. Parecía un chico. Todo lo contrario a la otra joven, quien poseía una melena tan abundante y perfumada que parecía la versión de Rapunzel en morena. Aniol cedió ante la mirada compasiva de Jasia, quien siempre le transmitía un calorcito de tranquilidad, como si le pusieran una manta por encima en un día especialmente frío—. Perdón... yo... lo siento. No quería escuchar tras la puerta pero es que... ¡Me pareció que estabais hablando de mi! —allí estaba, otra vez ese intercambio visual que hacían los adultos, como si supieran una verdad terrible que a él se le escapaba—. Porfi, no se lo digáis a mamá, ella piensa que ya no lo hago. Y se estaba pensando comprarme esa muñeca tan bonita del escafarate.... porfi porfi —ante aquellas súplicas ambas se miraron y Jasia corrió a estrecharle entre sus brazos, el niño no pudo aguantar más y descargó toda su tensión en el hombro que le tendió para llorar. No fue hasta que dejo de sorberse la nariz que Nelka relajó su expresión y se acercó para revolverle el pelo en un mini ataque de cosquillas.
—Anda, tonto, si es que no tienes remedio. Espera, que voy a enseñarte de qué estábamos hablando —mintió—. Seguro que te gusta.
Su atención se redobló, buscando sin éxito a qué se refería. Aunque ahora que se daba cuenta Jasia tenía cerca hilo de coser... y había alfileres que lo saludaban desde la mesa. No... no podía ser... ¿Sería?
—¡Tachán! —tras abrir el cajón de la cómoda y darse la vuelta Nelka mostró un disfraz, o un pijama, lo mismo daba porque a Aniol se le iban a salir los ojos de las órbitas, había olvidado que hasta hace diez segundos su llanto era desconsolado.
—¿Es en SERIO? —se levantó de la silla, su voz sonó afectada. Ante él se desplegaba un mono enterizo de nada más y nada menos que un reno. El tejido era de un marrón clarito y contaba con una capucha que al alzarla mostraba una cornamenta algo flácida— ¡Es perfecto! ¡GRACIAS GRACIAS GRACIAS!
—Sabemos que no es como el de la tienda, pero Jasia es muy apañá. No íbamos a permitir que nuestro Aniol se quedara sin su disfraz de halloween, o al menos, su versión.
—¡Es genial! —gritó, dándose cuenta de lo mucho que las quería y olvidando cualquier tipo de rencilla—. Pero... ¿se reirán de mí? En la fiesta de esta noche... digo.
—¿Quién iba a reírse de Rudolf? Pero recuerda... si lo hacen...
—Que me quiten lo bailao —completaron al únisono, después se echaron los tres a reír.
El tiempo en Pequeña Polonia por esas fechas era frío, pero no lo suficiente como para que se formara hielo, ni para que la escarcha dominara las fachadas de las casas o las llantas de los coches. Aniol contemplaba la calle a través de la ventana con aire nostálgico dibujando renos y elfos en el vidrio mientras empañaba la superficie con su propio vaho. Estaba anocheciendo, y los nubarrones que coronaban la ciudad prometían una noche de lluvia. Esperaba que no les cayera encima mientras pedía caramelos con sus amigos. Sin embargo, lo que lo mantenía suspirando cada dos por tres era la ausencia de una ventisca. ¿Por qué no podía nevar todo el año?.
—Hazme un muñeco de nieve... —entonó, tomando el papel de Anna en la película de Frozen ¿Cuándo vería a su Kristoff?. Volvió a dar un sorbo a su taza y saboreó el dulce chocolate. Cuando se giró para escuchar a su madre le quedó un espeso bigote de espuma sobre los labios, el cual desapareció en a penas unos segundos al sacar la lengua para chupárselo como si se tratara de un camaleón.
—Que tengan un buen día, estaré encantada de atenderles la próxima vez —su madre cerró la puerta, despidiéndose con la mano de los clientes. Su vestido imitaba el color de las amapolas y no disimulaba para nada la tripa que estaba gestando. Aniol pensaba que el embarazo la hacía más guapa, pero sus ojos poseían un matiz cargado de pesadumbre.
—Mamá —se aventuró a decir, y señaló el té y la cucharilla que había sobre la mesa—. Lo que les dices... ¿Es real? ¿Va a pasar de verdad de la buena?
Su madre sonrió tan enigmática y mística como siempre, después se desplomó sobre el butacón y sus manos se posaron sobre su enorme barriga, al niño le encantaba pegar su oreja ahí para sentir como el churumbel se retorcía dentro o daba pataditas. Con una mirada la mujer le indicó que le ayudara a recoger la mesa y el pequeño se dispuso a apagar las velas y el incienso de sándalo. Aquel olor siempre le daba una poquita de mareo.
—¿Tú que crees, mi niño?.
—Yo creo que sí.
—Pues eso es lo que importa. Si piensas que es real, lo será. Alguna gente acude queriendo escuchar algo en concreto, y otra, como esta buena gente, necesitan ayuda de verdad.
—¿Qué querían?.
—Enfermedad, el hombre cojeaba. ¿No te coscaste?.
—¿Volverán?
—Mucho me temo que no. ¿Y tú? ¿Qué me traes hoy? ¿Por qué estás tan preguntón? Deberías prepararte, en nada se acuesta Lorenzo y sale la Catalina— pero ya lo estaba, el pijama de reno le sentaba como un pincel y sus hermanas le habían hecho trencitas después de lavarle el pelo. Ahora le olía a champú de canela.
—Nada, un día triste. No quiero que Nelka se vaya, pero pensándolo bien, si tú y papá os fuisteis de Rumanía. ¿Por qué ella no iba a poder irse de aquí?.
—¿Y tú desde cuando eres tan sabio? —su madre le tendió los brazos y Aniol fue rápido a su encuentro, como un cachorrillo que necesitara ser amamantado con frecuencia.
—Vosotros no os preocupéis por mí ¿vale? Yo no me voy a ir nunca de vuestro lado, creo que la abuelita tenía razón y acabaré siendo churrero —de la garganta de la mujer afloró una risa melancólica y el chico sintió que sin darse cuenta su madre le apretó más fuerte contra su pecho,
—Ay corazón, todos se me os acabaréis yendo a revolotear por ahí como golondrinas, es ley de vida. Solo es que me encantaría reteneros para siempre.
—Yo nu.
—Tu el último, pero también. Ya te entrará el hambre de comerte el mundo. Vamos, ve tirando, que vas a llegar tarde —su madre le plantó un beso en cada moflete, y luego uno fugaz en la frente—. No querrás que el hijo del carnicero se pierda como vas vestido ¿no? —el niño enrojeció de manera súbita y sintió sus mejillas arder. ¿Hasta dónde llegaba su madre? ¿Es que lo había visto en una taza?
—¡MAMÁ para! ¿Pero cómo? ¡Mamaaaaaa!
—Tu hermana Tabitha, que es una chivata.
—¿No somos muy pequeños para jugar a eso? —la fiesta de Halloween estaba resultando muy divertida y junto con sus amigos Aniol recorrió las calles paralelas a su hogar para atesorarse multitud de dulces diferentes. Por mandato de su padre tenía prohibido alejarse más de dos manzanas pero no tuvo problemas porque el resto de niños desistió de seguir tocando a las puertas al poco de aprovisionarse de chuches. Entre sus manos tenía un par de ojos venosos y una mandíbula de vampiro comestible. Se preguntó por qué no les repartían algo más agradable como bastones de caramelo.
Hasta ahora había estado cómodo, conocía a todos los niños del barrio y del cole y ninguno le había dicho nada de su disfraz a pesar de estar rodeado de brujas y momias. Sin embargo, más tarde se había unido el primo de la prima del hijo de no se quién y el nieto de no se cuanto. Es decir, un niño dos o tres años más mayor que ellos y que no paraba de ponerle cara de fiscal de morena clara. Acababa de proponer jugar al juego de prueba o verdad. Algo que solo había visto en las películas y no terminaba de convencerle.
Al final acabó cediendo, y visiblemente superado por algo que claramente escapaba al rango de su edad tuvo que sentarse en un círculo en medio del descampado, justo el que daba a la entrada de uno de los innumerables bosques de Polonia. Ahora sí se encontraba un poco lejos de casa, y la hora se acercaba amenazadora a las diez menos cuarto. Le quedaban quince minutos como máximo. Lo único que le consolaba era la presencia de Michal, el hijo del carnicero, quien le miraba bajo el casco de un caballero medieval zombie.
—¿Qué? ¿Yo? —pegó un respingo en su sitio cuando le llegó su turno, hasta ahora había estado pasando olímpicamente de aquellas preguntas absurdas y sin sentido pero Mela, su vecina-esqueleto lo apuntaba con un dedo acusador. Siempre le había parecido muy resabida—. No me apetece... además creo que debería ir volviendo ya.
—Pero no seas aguafiestas, solo tienes que responder —el niño más mayor le miraba con expresión aburrida, tenía anulados al resto del grupo y se llevaba haciendo todo lo que él quería desde que llegó.
—Tú no me mandas.
—¿Y entonces quién te manda? ¿Santa Claus? —Aniol bufó, si Nelka estuviera delante le habría dado un guantazo con la mano abierta, pero él era demasiado pequeño y demasiado miedoso. Miró a todos sus amigos uno por uno, todos callaban con incomodidad. Mela volvió a preguntarle pero notó que la niña también estaba triste y quería marcharse.
—¿Prueba o verdad?.
—Prueba.
—Tienes que darle un besito a la persona que más te guste de aquí.
—Nu. No quiero.
—Vale, pues tienes que elegir a alguien para que te lo de —los niños cuchicheaban divertidos y Aniol solo quería que se lo tragara la tierra. Su mano no se alzó en ningún momento. El juego se estaba pasando muchísimos límites. Si lo viera su madre... él era un chico bueno, un chico obediente, quería ir a casa y que lo abrazaran hasta quedarse dormido y resguardado. Volvió a negarse— vale, pues deja que alguien que quiera te lo de —la mirada cómplice que Mela le echó al hijo del carnicero la delató. Ella y Michal eran mejores amigos y de pronto su cabecita lo unió todo. El otro chico se levantó y se acercó a él, quitándose el yelmo de plástico.
—¿Quieres? —Aniol se sentía desfallecer. ¿Su Kristoff? "Por primera vez en añoooooooooooooooooos" Canturreó en su mente, con la voz de Anna de nuevo.
Ante la inmovilidad del niño como una estatua Michal dudó algo tímido, pero luego inclinó la cabeza hacia él. Aniol cerró los ojos y sintió como su corazón tintineaba al ritmo de las pulseras de plata que portaba en el brazo. Justo cuando los astros estaban a milímetros de alinearse el chico amargado lo arruinó todo.
—Yo tengo algo más divertido —los niños y niñas enmudecieron, y sus caritas de ilusión y aplausos por lo que estuvo a punto de suceder se esfumaron— A ver responde a mi pregunta.
—Pero... ha elegido prueba... —le defendió alguien al azar.
—¿Es verdad eso que dicen de que... sigues creyendo en Papá Noel? —apostilló, con tono venenoso.
Tragó saliva y notó como un aire extraño y lleno de ira le azotaba el rostro.
—No tienes por qué responderle, es malo —sugirió Michal.
—Sí, sí que creo. Claro que creo en el señor Santa. Él es quién se porta tan bien con todos nosotros y nos da tantos regalitos. ¿Es que tú no?.
—Son los padres, todo el mundo lo sabe. Todos los demás ya lo sabemos.
—¡Mentiroso! Es MENTIRA —sus amigos callaban, tras una verdad horrible y a la que se negaba a aceptar— ¿Es qué los demás tampoco os lo creéis? —silencio. El chiquillo se levantó, retrocediendo unos cuantos pasos y notando como su mundo comenzaba a derrumbarse. Su respiración se agitó con ansiedad y un ataque de nervios se apoderó de él. Revoleó las chuches y puso pies en polvorosa. Aunque escuchó que sus amigos profirieron gritos para que se quedara eso no lo detuvo.
Michal le alcanzó al poco, asiéndole del brazo y consiguiendo frenarle en medio del descampado.
—¡Por favor! ¡Espera! No te vayas, nos da igual lo que creas —Aniol se sintió herido y como un conejillo asustado que no dejaba de temblar así que el hijo del carnicero le abrazó intentando consolar sus llantos y pucheros.
Pero su desesperación era mayor.
—¿Es que tú tampoco crees en la Navidad? Mi mamá dice que a veces importa más lo que creamos que es real y entonces las cosas serán reales. Como en la película de Campanilla que si no creías en las hadas se morían, y yo no quiero que ningún animalillo mágico se muera.
Michal también se puso triste por un segundo. Pero luego le puso una mano encima de su hombro y murmuró.
—Es que... mis padres me lo contaron todo el año pasado... yo... lo siento mucho.
—¡NO! Os lo demostraré, le hablaré al Señor Santa de vosotros, escribiré vuestros nombres en mi lista para que os tenga en cuenta. ¡Si no lo hacéis os quedaréis sin nada bajo el árbol!
—¡No corras! ¡En esa dirección está el bosque! ¡Te perderás!.
La noche de Halloween se cernía sobre la arboleda, más oscura que nunca. Si no fuera por la luz que desprendía la luna Aniol vería reducida aún más su visión. En ese momento descansaba sobre un tocón y con los dedos hacía dibujos en la tierra. Se había perdido, estaba solo, y su moqueo no era lo único que se escuchaba en ese páramo, de vez en cuando oía el crujir de una hoja, o un aleteo suave.
Estaba perdido, y no sabía volver a casa. Pero en aquel momento no solo lloraba por eso. Quería creer, necesitaba hacerlo. Quería creer en todas esas leyendas, en los unicornios y pegasos, en el monstruo del lago Ness y hasta en el embrujo que podía tener el guiño de una tuerta. ¿Por qué no podía ser real? ¿Por qué el Polo Norte y un gran castillo de hielo no podía existir?
Se negaba, se negaba en rotundo. La magia existía. Y más tarde una persona apareció envuelta en ella.
Alguien vino en su búsqueda. Y le prometió portentos y milagros. Le prometió un mundo repleto de historias que contar. Aceptó sin vacilar un ápice, sin saber que jamás volvería a ver a Cometa, ni a ninguna de sus hermanas. No sentiría los brazos fuertes de su padre alzarle para darle un beso, y su madre ya no le cantaría por las noches para que se durmiera. No quedaría rastro para ningunas de las personas que conocía. Ni siquiera para Michal, quien aún lo buscaba y en algún punto pararía, sin saber qué hacía allí.
Antes de que su mente se rindiera a la picadura de morfeo pensó que viajaría a un cuento de hadas. Lo que no sabía es que algunos finales era mejor no contarlos.
En aquel momento, en cambio, el niño se sentía muy lejos de ser un querubín con dos alas en la espalda. Ahora era un hada maléfica, o quizás un duende travieso. No como los que te ayudaban si le dabas una moneda. Si no de los que escondían cosas a los humanos. ¿Y qué hacían los duendecillos además de asustar con sus risitas en la oscuridad?
Pues escuchar detrás de las puertas.
El problema era que sus hermanas hablaban en susurros con ese tono inconfundible de los mayores cuando querían tomar a los críos por tontos. Una a una todas se habían pasado al lado oscuro y gris de los adultos e incluso Tabitha, con quien solo se llevaba once meses de diferencia, hacía gala de esa voz extraña y repleta de misterio. Se decía así mismo que charlaban de cosas de chicas aún a sabiendas de que no tenía sentido pues siempre le habían incluido en conversaciones de ese calibre. Además, algunas veces las acompañaba al centro comercial a comprar las cositas blancas y de aspecto suave que se ponían las niñas bajo la ropa interior. Así que... ¿Por qué tenía miedo?. A lo mejor no quería que lo dejaran atrás y se convirtieran en mujeres como decía su mamá. Ni que se echaran novio, podía soportar la idea de tener otro hermanito pero... ¿Un sobrino de esos? ¡Puaj!
Pero aquello era distinto. Porque estaban hablando de él.
—Tiene diez años, es demasiado mayor —la voz grave y áspera de Nelka era inconfundible tras el portón de madera que los separaba. Sintió como el estómago se le revolvía al pensar en ella, el ambiente en casa estaba enrarecido desde que la joven había decidido que no trabajaría en la churrería. En su lugar la primogénita deseaba marcharse para continuar con sus estudios fuera del país. Aniol no entendía el por qué de esa traición—. Si no se lo decimos ya acabarán haciéndolo por nosotras en el colegio y los niños son mucho más crueles, Jasia.
—Lo sé, pero... ¿Acaso no recuerdas la ilusión que se sentía? Solo se vive una vez. Después se convertirá en un muchachito hecho y derecho.
—Ya lo es. Está creciendo y tanto tú como mamá y papá tenéis que asumirlo, no ganamos nada así, solo aumentaremos su decepción.
—Nelka... no lo entiendes, y no deberías seguir agitando el avispero que bastante tenemos con lo tuyo —su otra hermana (la cuarta en orden de sucesión) no parecía alterada en absoluto a pesar de que sus palabras podían ser tomadas como un reproche. Las siguientes frases llegaron amortiguadas, parecía que estaban en medio de un ajetreo—. Es todo su mundo, a veces pienso que... se nos ha ido de las manos.
—Entonces opinas como yo.
—Lo que opino es que podríamos esperar al año que viene para decírselo y... —Jasia nunca terminó lo que fuera a decir. En los próximos segundos ocurrió una sucesión de hechos caótica. Cometa (el San Bernardo de la familia) daría con el chico espiando en la entradita del pasillo y en una súbita reacción de alegría lo embistió por la espalda, empujando a este a través de la puerta y precipitándole hacia el salón. Aniol cayó de bruces, pero puso a tiempo las manos para no golpearse el mentón con las losas del suelo. Después alzo la mirada y se quedó completamente quieto en una posición algo ridícula mientras el perro le lamía la cara. Esbozó una sonrisa de culpabilidad mientras se apartaba los rizos de la cara.
— ¿Decirme qué? Je.
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—Niño, no estás escuchando nada ¿A que no? —tras comprobar que no se había hecho daño sus hermanas estaban propinándole una buena regañina. Habían tardado unos segundos en descongelarse, e incluso Aniol atinó a ver como Nelka escondía algo a su espalda en uno de los cajones de la cómoda. La compasión fue breve y la reprimenda empezó poco después. El pequeño llevaba pidiendo piedad con la mirada un buen rato pero su hermana mayor era tozuda así que simplemente se desconectó.
Se encontraban en el salón, su estancia favorita de la casa. Por lo que distraerse no era difícil. Las dimensiones de la habitación eran generosas y Aniol podía perderse horas y horas mirando sus cortinas de estampados y las grandes ventanas. Lo cierto es que las habitaciones personales eran mucho más reducidas y dormían en varias literas pero su madre prefería una sala de estar amplia para recibir a los clientes que necesitaran sus vaticinios. Todo eso convenía a la perfección para que la chimenea fuera más grande. Y a sus ojos era preciosa. Le encantaba el chisporroteo del fuego y el olor a leña quemada. También los calcetines lleno de dulces con el nombre de cada uno de sus hermanas y padres. ¡Y por allí bajaba el Señor Santa! ¿No era genial? ¡No podía esperar más a que volviera La Navidad y ver qué nuevo árbol traían esta vez sus padres! ¿Lo decoraría con un estilo campestre o le dejarían ponerle lacitos rosas y morados? ¡Por supuesto que él colocaría la estrella! Y...
—Aniol, chiquillo espabila.
—Perdún —musitó tras revolverse un poco en la silla, le dolía un poco el culo por la postura. Al salir de su ensimismamiento la pena volvió a sobrecogerle y sus ojos color miel amenazaron con desbordarse en lágrimas. No quería llorar, al menos hasta que le dieran un abracito.
—¿Cuántas veces te hemos dicho que no hables con la u? —volvió a la carga su hermana mayor.
—Nu —replicó, no muy seguro de si debía seguir ese camino ante la mirada intimidante de Nelka. La joven, lucía alta y corpulenta ataviada con un chándal verde oscuro y gris que combinaba con sus ojos. Tenía el pelo muy corto y una línea afeitada que le atravesaba el pelo. Parecía un chico. Todo lo contrario a la otra joven, quien poseía una melena tan abundante y perfumada que parecía la versión de Rapunzel en morena. Aniol cedió ante la mirada compasiva de Jasia, quien siempre le transmitía un calorcito de tranquilidad, como si le pusieran una manta por encima en un día especialmente frío—. Perdón... yo... lo siento. No quería escuchar tras la puerta pero es que... ¡Me pareció que estabais hablando de mi! —allí estaba, otra vez ese intercambio visual que hacían los adultos, como si supieran una verdad terrible que a él se le escapaba—. Porfi, no se lo digáis a mamá, ella piensa que ya no lo hago. Y se estaba pensando comprarme esa muñeca tan bonita del escafarate.... porfi porfi —ante aquellas súplicas ambas se miraron y Jasia corrió a estrecharle entre sus brazos, el niño no pudo aguantar más y descargó toda su tensión en el hombro que le tendió para llorar. No fue hasta que dejo de sorberse la nariz que Nelka relajó su expresión y se acercó para revolverle el pelo en un mini ataque de cosquillas.
—Anda, tonto, si es que no tienes remedio. Espera, que voy a enseñarte de qué estábamos hablando —mintió—. Seguro que te gusta.
Su atención se redobló, buscando sin éxito a qué se refería. Aunque ahora que se daba cuenta Jasia tenía cerca hilo de coser... y había alfileres que lo saludaban desde la mesa. No... no podía ser... ¿Sería?
—¡Tachán! —tras abrir el cajón de la cómoda y darse la vuelta Nelka mostró un disfraz, o un pijama, lo mismo daba porque a Aniol se le iban a salir los ojos de las órbitas, había olvidado que hasta hace diez segundos su llanto era desconsolado.
—¿Es en SERIO? —se levantó de la silla, su voz sonó afectada. Ante él se desplegaba un mono enterizo de nada más y nada menos que un reno. El tejido era de un marrón clarito y contaba con una capucha que al alzarla mostraba una cornamenta algo flácida— ¡Es perfecto! ¡GRACIAS GRACIAS GRACIAS!
—Sabemos que no es como el de la tienda, pero Jasia es muy apañá. No íbamos a permitir que nuestro Aniol se quedara sin su disfraz de halloween, o al menos, su versión.
—¡Es genial! —gritó, dándose cuenta de lo mucho que las quería y olvidando cualquier tipo de rencilla—. Pero... ¿se reirán de mí? En la fiesta de esta noche... digo.
—¿Quién iba a reírse de Rudolf? Pero recuerda... si lo hacen...
—Que me quiten lo bailao —completaron al únisono, después se echaron los tres a reír.
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El tiempo en Pequeña Polonia por esas fechas era frío, pero no lo suficiente como para que se formara hielo, ni para que la escarcha dominara las fachadas de las casas o las llantas de los coches. Aniol contemplaba la calle a través de la ventana con aire nostálgico dibujando renos y elfos en el vidrio mientras empañaba la superficie con su propio vaho. Estaba anocheciendo, y los nubarrones que coronaban la ciudad prometían una noche de lluvia. Esperaba que no les cayera encima mientras pedía caramelos con sus amigos. Sin embargo, lo que lo mantenía suspirando cada dos por tres era la ausencia de una ventisca. ¿Por qué no podía nevar todo el año?.
—Hazme un muñeco de nieve... —entonó, tomando el papel de Anna en la película de Frozen ¿Cuándo vería a su Kristoff?. Volvió a dar un sorbo a su taza y saboreó el dulce chocolate. Cuando se giró para escuchar a su madre le quedó un espeso bigote de espuma sobre los labios, el cual desapareció en a penas unos segundos al sacar la lengua para chupárselo como si se tratara de un camaleón.
—Que tengan un buen día, estaré encantada de atenderles la próxima vez —su madre cerró la puerta, despidiéndose con la mano de los clientes. Su vestido imitaba el color de las amapolas y no disimulaba para nada la tripa que estaba gestando. Aniol pensaba que el embarazo la hacía más guapa, pero sus ojos poseían un matiz cargado de pesadumbre.
—Mamá —se aventuró a decir, y señaló el té y la cucharilla que había sobre la mesa—. Lo que les dices... ¿Es real? ¿Va a pasar de verdad de la buena?
Su madre sonrió tan enigmática y mística como siempre, después se desplomó sobre el butacón y sus manos se posaron sobre su enorme barriga, al niño le encantaba pegar su oreja ahí para sentir como el churumbel se retorcía dentro o daba pataditas. Con una mirada la mujer le indicó que le ayudara a recoger la mesa y el pequeño se dispuso a apagar las velas y el incienso de sándalo. Aquel olor siempre le daba una poquita de mareo.
—¿Tú que crees, mi niño?.
—Yo creo que sí.
—Pues eso es lo que importa. Si piensas que es real, lo será. Alguna gente acude queriendo escuchar algo en concreto, y otra, como esta buena gente, necesitan ayuda de verdad.
—¿Qué querían?.
—Enfermedad, el hombre cojeaba. ¿No te coscaste?.
—¿Volverán?
—Mucho me temo que no. ¿Y tú? ¿Qué me traes hoy? ¿Por qué estás tan preguntón? Deberías prepararte, en nada se acuesta Lorenzo y sale la Catalina— pero ya lo estaba, el pijama de reno le sentaba como un pincel y sus hermanas le habían hecho trencitas después de lavarle el pelo. Ahora le olía a champú de canela.
—Nada, un día triste. No quiero que Nelka se vaya, pero pensándolo bien, si tú y papá os fuisteis de Rumanía. ¿Por qué ella no iba a poder irse de aquí?.
—¿Y tú desde cuando eres tan sabio? —su madre le tendió los brazos y Aniol fue rápido a su encuentro, como un cachorrillo que necesitara ser amamantado con frecuencia.
—Vosotros no os preocupéis por mí ¿vale? Yo no me voy a ir nunca de vuestro lado, creo que la abuelita tenía razón y acabaré siendo churrero —de la garganta de la mujer afloró una risa melancólica y el chico sintió que sin darse cuenta su madre le apretó más fuerte contra su pecho,
—Ay corazón, todos se me os acabaréis yendo a revolotear por ahí como golondrinas, es ley de vida. Solo es que me encantaría reteneros para siempre.
—Yo nu.
—Tu el último, pero también. Ya te entrará el hambre de comerte el mundo. Vamos, ve tirando, que vas a llegar tarde —su madre le plantó un beso en cada moflete, y luego uno fugaz en la frente—. No querrás que el hijo del carnicero se pierda como vas vestido ¿no? —el niño enrojeció de manera súbita y sintió sus mejillas arder. ¿Hasta dónde llegaba su madre? ¿Es que lo había visto en una taza?
—¡MAMÁ para! ¿Pero cómo? ¡Mamaaaaaa!
—Tu hermana Tabitha, que es una chivata.
__________
—¿No somos muy pequeños para jugar a eso? —la fiesta de Halloween estaba resultando muy divertida y junto con sus amigos Aniol recorrió las calles paralelas a su hogar para atesorarse multitud de dulces diferentes. Por mandato de su padre tenía prohibido alejarse más de dos manzanas pero no tuvo problemas porque el resto de niños desistió de seguir tocando a las puertas al poco de aprovisionarse de chuches. Entre sus manos tenía un par de ojos venosos y una mandíbula de vampiro comestible. Se preguntó por qué no les repartían algo más agradable como bastones de caramelo.
Hasta ahora había estado cómodo, conocía a todos los niños del barrio y del cole y ninguno le había dicho nada de su disfraz a pesar de estar rodeado de brujas y momias. Sin embargo, más tarde se había unido el primo de la prima del hijo de no se quién y el nieto de no se cuanto. Es decir, un niño dos o tres años más mayor que ellos y que no paraba de ponerle cara de fiscal de morena clara. Acababa de proponer jugar al juego de prueba o verdad. Algo que solo había visto en las películas y no terminaba de convencerle.
Al final acabó cediendo, y visiblemente superado por algo que claramente escapaba al rango de su edad tuvo que sentarse en un círculo en medio del descampado, justo el que daba a la entrada de uno de los innumerables bosques de Polonia. Ahora sí se encontraba un poco lejos de casa, y la hora se acercaba amenazadora a las diez menos cuarto. Le quedaban quince minutos como máximo. Lo único que le consolaba era la presencia de Michal, el hijo del carnicero, quien le miraba bajo el casco de un caballero medieval zombie.
—¿Qué? ¿Yo? —pegó un respingo en su sitio cuando le llegó su turno, hasta ahora había estado pasando olímpicamente de aquellas preguntas absurdas y sin sentido pero Mela, su vecina-esqueleto lo apuntaba con un dedo acusador. Siempre le había parecido muy resabida—. No me apetece... además creo que debería ir volviendo ya.
—Pero no seas aguafiestas, solo tienes que responder —el niño más mayor le miraba con expresión aburrida, tenía anulados al resto del grupo y se llevaba haciendo todo lo que él quería desde que llegó.
—Tú no me mandas.
—¿Y entonces quién te manda? ¿Santa Claus? —Aniol bufó, si Nelka estuviera delante le habría dado un guantazo con la mano abierta, pero él era demasiado pequeño y demasiado miedoso. Miró a todos sus amigos uno por uno, todos callaban con incomodidad. Mela volvió a preguntarle pero notó que la niña también estaba triste y quería marcharse.
—¿Prueba o verdad?.
—Prueba.
—Tienes que darle un besito a la persona que más te guste de aquí.
—Nu. No quiero.
—Vale, pues tienes que elegir a alguien para que te lo de —los niños cuchicheaban divertidos y Aniol solo quería que se lo tragara la tierra. Su mano no se alzó en ningún momento. El juego se estaba pasando muchísimos límites. Si lo viera su madre... él era un chico bueno, un chico obediente, quería ir a casa y que lo abrazaran hasta quedarse dormido y resguardado. Volvió a negarse— vale, pues deja que alguien que quiera te lo de —la mirada cómplice que Mela le echó al hijo del carnicero la delató. Ella y Michal eran mejores amigos y de pronto su cabecita lo unió todo. El otro chico se levantó y se acercó a él, quitándose el yelmo de plástico.
—¿Quieres? —Aniol se sentía desfallecer. ¿Su Kristoff? "Por primera vez en añoooooooooooooooooos" Canturreó en su mente, con la voz de Anna de nuevo.
Ante la inmovilidad del niño como una estatua Michal dudó algo tímido, pero luego inclinó la cabeza hacia él. Aniol cerró los ojos y sintió como su corazón tintineaba al ritmo de las pulseras de plata que portaba en el brazo. Justo cuando los astros estaban a milímetros de alinearse el chico amargado lo arruinó todo.
—Yo tengo algo más divertido —los niños y niñas enmudecieron, y sus caritas de ilusión y aplausos por lo que estuvo a punto de suceder se esfumaron— A ver responde a mi pregunta.
—Pero... ha elegido prueba... —le defendió alguien al azar.
—¿Es verdad eso que dicen de que... sigues creyendo en Papá Noel? —apostilló, con tono venenoso.
Tragó saliva y notó como un aire extraño y lleno de ira le azotaba el rostro.
—No tienes por qué responderle, es malo —sugirió Michal.
—Sí, sí que creo. Claro que creo en el señor Santa. Él es quién se porta tan bien con todos nosotros y nos da tantos regalitos. ¿Es que tú no?.
—Son los padres, todo el mundo lo sabe. Todos los demás ya lo sabemos.
—¡Mentiroso! Es MENTIRA —sus amigos callaban, tras una verdad horrible y a la que se negaba a aceptar— ¿Es qué los demás tampoco os lo creéis? —silencio. El chiquillo se levantó, retrocediendo unos cuantos pasos y notando como su mundo comenzaba a derrumbarse. Su respiración se agitó con ansiedad y un ataque de nervios se apoderó de él. Revoleó las chuches y puso pies en polvorosa. Aunque escuchó que sus amigos profirieron gritos para que se quedara eso no lo detuvo.
Michal le alcanzó al poco, asiéndole del brazo y consiguiendo frenarle en medio del descampado.
—¡Por favor! ¡Espera! No te vayas, nos da igual lo que creas —Aniol se sintió herido y como un conejillo asustado que no dejaba de temblar así que el hijo del carnicero le abrazó intentando consolar sus llantos y pucheros.
Pero su desesperación era mayor.
—¿Es que tú tampoco crees en la Navidad? Mi mamá dice que a veces importa más lo que creamos que es real y entonces las cosas serán reales. Como en la película de Campanilla que si no creías en las hadas se morían, y yo no quiero que ningún animalillo mágico se muera.
Michal también se puso triste por un segundo. Pero luego le puso una mano encima de su hombro y murmuró.
—Es que... mis padres me lo contaron todo el año pasado... yo... lo siento mucho.
—¡NO! Os lo demostraré, le hablaré al Señor Santa de vosotros, escribiré vuestros nombres en mi lista para que os tenga en cuenta. ¡Si no lo hacéis os quedaréis sin nada bajo el árbol!
—¡No corras! ¡En esa dirección está el bosque! ¡Te perderás!.
__________
La noche de Halloween se cernía sobre la arboleda, más oscura que nunca. Si no fuera por la luz que desprendía la luna Aniol vería reducida aún más su visión. En ese momento descansaba sobre un tocón y con los dedos hacía dibujos en la tierra. Se había perdido, estaba solo, y su moqueo no era lo único que se escuchaba en ese páramo, de vez en cuando oía el crujir de una hoja, o un aleteo suave.
Estaba perdido, y no sabía volver a casa. Pero en aquel momento no solo lloraba por eso. Quería creer, necesitaba hacerlo. Quería creer en todas esas leyendas, en los unicornios y pegasos, en el monstruo del lago Ness y hasta en el embrujo que podía tener el guiño de una tuerta. ¿Por qué no podía ser real? ¿Por qué el Polo Norte y un gran castillo de hielo no podía existir?
Se negaba, se negaba en rotundo. La magia existía. Y más tarde una persona apareció envuelta en ella.
Alguien vino en su búsqueda. Y le prometió portentos y milagros. Le prometió un mundo repleto de historias que contar. Aceptó sin vacilar un ápice, sin saber que jamás volvería a ver a Cometa, ni a ninguna de sus hermanas. No sentiría los brazos fuertes de su padre alzarle para darle un beso, y su madre ya no le cantaría por las noches para que se durmiera. No quedaría rastro para ningunas de las personas que conocía. Ni siquiera para Michal, quien aún lo buscaba y en algún punto pararía, sin saber qué hacía allí.
Antes de que su mente se rindiera a la picadura de morfeo pensó que viajaría a un cuento de hadas. Lo que no sabía es que algunos finales era mejor no contarlos.
"Ya No Hay Fuego, Pero Sigue Quemando."
"Son Un Sentimiento Suspendido En El Tiempo, A Veces Un Evento Terrible Condenado A Repetirse."
"Deja Que Tu Fe Sea Más Grande Que Tus Miedos."
"¡Se Lo Diré Al Señor Santa!"
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