- Harek
Ficha de cosechado
Nombre: Rick
Especie: Humano
Habilidades: Puntería, habilidad mental y carismaPersonajes :- Chromsa/Padre Foresta: campesino ochrorio Brujo de las hojas marchitas/Fauno cabra
- Rick: humano, neoyorquino
- Erknest: humano, italiano/inglés Kamaitachi
Síntomas : A veces tendrá ataques de claustrofobia. Sus irises dejan de ser círculos perfectos, y en ocasiones sus ojos serán brevemente fosforescentes en la oscuridad.
Armas :- Rick: Sable y arco
- Erknest: "Espada legendaria" y cuchillas de aire
Status : The journey never ends
Humor : Cualquier cosa me vale.
- Chromsa/Padre Foresta: campesino ochrorio Brujo de las hojas marchitas/Fauno cabra
Un cuento ilustrado
13/01/23, 01:52 pm
Érase una vez una niña que vivía junto a sus padres y su hemanito en una pequeña granja a la ribera de un río. Los cuatro vivían felices y trabajaban con diligencia cada día, recibiendo muy de vez en cuando visitas de sus dos hermanos mayores. A pesar de su corta edad, la niña ayudaba en todo lo que podía con entusiasmo, intercalando el trabajo con diversos juegos y actividades en familia. Algo que le encantaba eran los cuentos, siempre le pedía a sus padres que le contaran uno antes de dormir. Cada noche soñaba con aquellas historias, en lugares lejanos más o menos fantásticos y se imaginaba formando parte de él junto a todos los personajes. -¡Algún día escribiré mil cuentos e iré por todo el mundo contándolos!- le había dicho decidida a sus padres un día.
Érase una vez una niña que quería contar cuentos, que fue creciendo con esa meta en su mente. No solo se interesó por las historias, sino que empezó a copiar las ilustraciones de los cuentos que tenían en casa. Descubrió que le gustaba más dibujar que escribir, o al menos le costaba menos. Sus padres contemplaban a veces extrañados la elección de colores (para la niña ninguno se diferenciaba del resto), pero no podían negar que tenía talento si seguía practicando. Los años pasaron y la niña creció, tan jovial, decidida y a veces testaruda como siempre, pero llena de calma cuando dibujaba y pensaba en todo tipo de relatos. También había influido que hasta que su hermano no creció lo suficiente tuvo que hacer muchas de las tareas que sus padres no iban pudiendo hacer por la edad. Les tenía un profundo cariño a los tres y siempre les buscaba algún detalle cuando iba al pueblo cercano, normalmente para comprar más papel, tinta y carboncillos para dibujar. La chica era feliz y poco a poco trabajaba en su sueño.
Una noche, cuando contaba con 16 años, un sacerdote extraño apareció en su habitación desde las sombras. -¿¡Quién eres!? ¿¡Cómo has entrado!?- preguntó asustada. A pesar de su voz, notó que su hermano seguía durmiendo en la otra cama de la habitación, como sumido en un profundo sueño del que no se despertaría ni con el más fuerte sonido. El extraño le ponía de los nervios, tenía una voz que parecía un coro y la chica tenía la sensación que en las paredes había rostros entre las sombras, pero lo que dijo la embelesó. Le habló de una ciudad muy, muy lejana llena de milagros y portentos en la que le prometió que alcanzaría sus sueños. La chica, pensando en lo que llegaría a ser, no tardo en responder: -De acuerdo, iré contigo a Rocavarancolia.-
Tras ello, se hizo la oscuridad y despertó en un lugar oscuro, medio derruido y que parecía sacado de un mal sueño. Después del choque y armándose de valor, la chica salió de las celdas siguiendo a seres de distintos rasgos y tamaños, cada uno más extraño que el anterior. Llegaron a una plaza desde la que podía verse una ciudad pesadillesca, pero con un encanto extraño. Los ruidos que había escuchado durante el camino cambiaron a las frases más coherentes al beber del agua de la fuente, justo a tiempo para escuchar el discurso que unos monstruos les dieron a modo de bienvenida. Sobrevivid hasta la Luna Roja, esa fue la ominosa misión que se les presentaba en un mundo desconocido, con gente desconocida y en la que seguramente aguardaban peligros desconocidos.
La chica partió con un pequeño grupo en busca de un refugio y de camino comenzó a hablar con otra joven, de su misma edad, que decía venir de Varmania, un mundo distinto al suyo. El chico que encabezaba el grupo, el mayor de todos en edad y que era un frivy's, les avisó de un lugar y poco después llegaron a un torreón lleno de enredaderas y plantas secas. Algunos detalles le daban escalofríos, como la estatua de la ninfa, pero tenía el potencial de ser un lugar más o menos acogedor en aquella ciudad inhóspita. Se acomodaron y poco después cayó la noche. La chica no pudo dormir, no solo por el temor de lo que podrían encontrarse a partir de ahora, sino porque desde que había llegado algo la atormentaba. Había recordado que tenía cuatro hermanos, no tres, pero del cuarto no conseguía recordar nada, solo el vago recuerdo de que estaba allí cuando era pequeña.
Los meses pasaron y, aunque fueron duros, la chica siguió su vida. Se habían organizado para encontrar recursos y estaban aprendiendo a defenderse. Ella entrenó con la lanza, en recuerdo a la heroína que admiraba desde niña, y no se le daba mal. Sin embargo, en un día que no terminaba de recordar uno de los grupos volvió con libros de los que, al parecer, aprenderían a hacer magia. Algunos no tuvieron suerte aún con toda la práctica, pero la chica se asombró cuando los sortilegios que conjuraba funcionaban perfectamente. Todo iba bien y cada día que pasaba más se hacía amiga del resto del grupo: la varmana era su mejor amiga, pero también hablaba bastante con el frivy's (aunque siempre tenía las manos frías cuando le ponía la mano en el hombro, una costumbre que tenía el chico con todo el grupo), los dos humanos que había en el torreón y un tímido xiotwacano con una máscara de madera en forma de hojas. El buen ánimo hizo que, cuando encontró lo suficiente, comenzará a dibujar en los folios que les sobraban y, a veces petición del resto y otras por gusto, en las paredes del torreón. Peces de colores, pájaros y otros animales poblaban las paredes de Letargo, entrelazándose entre las enredaderas. Estaba orgullosa de todas y cada una de sus obras, más cuando el frivy's, el más versado en magia, encontró un hechizo particular que probó con ella: le arregló la vista y ahora podía ver todos los colores. -(No me he sentido más viva en mi vida. Hay tanto colores por todas partes, es precioso.)- pensó cuando pudo contemplar todo en el torreón en su máximo esplendor.
No todo fue agradable por desgracia. Si bien no habían tenido muchos problemas en un inicio, cuando se iba acercando la Luna ocurrieron varias desgracias. La humana había matado a uno del grupo en un ataque de ira desmedida y, tras debatirlo, habían decidido encerrarla en las mazmorras del sótano para evitar que hiciera daño a nadie si la desterraban del torreón. El xiotwacano había enfermado de gravedad y llevaba reposando en cama desde hacía meses, con multitud de moscas y otros animalillos a su alrededor, a opinión de los más pesimistas del grupo esperando a que muriera para darse un festín con su cuerpo. Y la varmana, su mejor amiga, había perdido una pierna en una trampa mágica mientras exploraban las ruinas. Nunca se perdonaría no haber estado allí para protegerla, por lo que hizo todo lo posible por curarla los días siguientes y que la herida cicatrizara. A pesar del entusiasmo que intentaba mantener en el grupo, en esos momentos no conseguía sacar las fuerzas para escapar de la tristeza. Lo único que le consolaba un poco era su fiel lápiz y un par de hojas de papel, dibujar le daba un respiro de la cruda realidad, le daba fuerzas para seguir. Eso y contemplar la figura que había pintado en la pared del patio. Era un ochrorio anciano encapuchado, con una túnica hecha de hojas como las que había encontrado muchas veces tanto en el patio como en sus salidas. -(No entiendo de dónde salen, no hay árboles cerca)- pensaba cada vez que encontraba una. Aquella figura le transmitía una extraña nostalgia, era el único recuerdo claro que conseguía encontrar de su hermano perdido. Él le había contado la historia de ese anciano hace mucho tiempo, aunque no recordaba de ella más que el aspecto del protagonista.
La noche señalada llegó y la chica la esperaba junto a sus compañeros. La luz roja entró por todas las ventanas y los gritos comenzaron poco después seguidos de crujidos antinaturales producto de los cambios que estaban por venir. Ella estaba espantada por el dolor de sus amigos, intentando ayudarlos sin éxito, intentando parar lo inevitable. A ella en particular no le estaba pasando nada, pero en un momento tuvo el impulso de salir al patio. Allí encontró la Luna Roja, brillando en todo su esplendor y llenándola de poder, conmoviendo a toda la ciudad. Se fijó al instante de la figura que estaba subida en el muro, aunque no conseguía ver sus rasgos. Lo que sí tuvo claro cuando aquel ser saltó fuera del torreón es que debía seguirlo. Con toda la rapidez que pudo, salió fuera y corrió por las calles bajo la lluvia, dejando en el torreón que el xiotwacano se convirtiera en barro y los animales lo arroparan como nuevo hogar, al frivy's envolverse en hielo y a su amiga transformándose en un ángel negro que debería enfrentarse a la trasgo que se gestaba en las mazmorras. Lo que no vio fue como el dibujo del anciano había desaparecido.
Érase una vez una chica que seguía a una sombra bajo la luna de una ciudad maldita, por callejones oscuros y sin importarle la lluvia que caía. -¡Espera, por favor! ¡Solo quiero hablar! ¡Por favor!- gritaba a pleno pulmón para que el extraño aminorara su huida sin éxito. Pensaba que se iba a quedar sin aliento cuando la figura paró en medio de una plaza. Cuando la chica llegó a su altura, vio que otra persona había llegado también allí y estaba observando la figura. Ella reconoció al instante lo que había estado persiguiendo: era el dibujo del anciano con la túnica de hojas, lo tenía delante. A su lado había un hombre joven, con una ropa casi idéntica que miraba con mucho interés al dibujo. -¡Vaya, te ha quedado bastante bien! Aunque no estoy tan viejo todavía, pero no puedo criticarte por eso cuando te conté la historia.- El ochrorio la miró a los ojos, con un alivio y una alegría que se notaba en el ambiente, aguantando las lágrimas mientras decía: -Hola, Chrille. Me alegra ver que estás bien, te he echado mucho de menos.- Chrille se quedó inmóvil mientras en su mente afloraban todos los recuerdos, todos los días, todas las historias. -Chromsa...- llegó a decir por primera vez en 10 años antes de fundirse en un abrazo entre lágrimas con su hermano.
Érase una vez dos hermanos, un fauno que controlaba las hojas marchitas y una pictomante, que se volvían a encontrar en el mundo que los separó y que, bajo la Luna Roja, la lluvia y los peces y pájaros de colores que surcaban los cielos lejos de su prisión de papel, empezarían un nuevo capítulo en aquel cuento.
Érase una vez una niña que quería contar cuentos, que fue creciendo con esa meta en su mente. No solo se interesó por las historias, sino que empezó a copiar las ilustraciones de los cuentos que tenían en casa. Descubrió que le gustaba más dibujar que escribir, o al menos le costaba menos. Sus padres contemplaban a veces extrañados la elección de colores (para la niña ninguno se diferenciaba del resto), pero no podían negar que tenía talento si seguía practicando. Los años pasaron y la niña creció, tan jovial, decidida y a veces testaruda como siempre, pero llena de calma cuando dibujaba y pensaba en todo tipo de relatos. También había influido que hasta que su hermano no creció lo suficiente tuvo que hacer muchas de las tareas que sus padres no iban pudiendo hacer por la edad. Les tenía un profundo cariño a los tres y siempre les buscaba algún detalle cuando iba al pueblo cercano, normalmente para comprar más papel, tinta y carboncillos para dibujar. La chica era feliz y poco a poco trabajaba en su sueño.
Una noche, cuando contaba con 16 años, un sacerdote extraño apareció en su habitación desde las sombras. -¿¡Quién eres!? ¿¡Cómo has entrado!?- preguntó asustada. A pesar de su voz, notó que su hermano seguía durmiendo en la otra cama de la habitación, como sumido en un profundo sueño del que no se despertaría ni con el más fuerte sonido. El extraño le ponía de los nervios, tenía una voz que parecía un coro y la chica tenía la sensación que en las paredes había rostros entre las sombras, pero lo que dijo la embelesó. Le habló de una ciudad muy, muy lejana llena de milagros y portentos en la que le prometió que alcanzaría sus sueños. La chica, pensando en lo que llegaría a ser, no tardo en responder: -De acuerdo, iré contigo a Rocavarancolia.-
Tras ello, se hizo la oscuridad y despertó en un lugar oscuro, medio derruido y que parecía sacado de un mal sueño. Después del choque y armándose de valor, la chica salió de las celdas siguiendo a seres de distintos rasgos y tamaños, cada uno más extraño que el anterior. Llegaron a una plaza desde la que podía verse una ciudad pesadillesca, pero con un encanto extraño. Los ruidos que había escuchado durante el camino cambiaron a las frases más coherentes al beber del agua de la fuente, justo a tiempo para escuchar el discurso que unos monstruos les dieron a modo de bienvenida. Sobrevivid hasta la Luna Roja, esa fue la ominosa misión que se les presentaba en un mundo desconocido, con gente desconocida y en la que seguramente aguardaban peligros desconocidos.
La chica partió con un pequeño grupo en busca de un refugio y de camino comenzó a hablar con otra joven, de su misma edad, que decía venir de Varmania, un mundo distinto al suyo. El chico que encabezaba el grupo, el mayor de todos en edad y que era un frivy's, les avisó de un lugar y poco después llegaron a un torreón lleno de enredaderas y plantas secas. Algunos detalles le daban escalofríos, como la estatua de la ninfa, pero tenía el potencial de ser un lugar más o menos acogedor en aquella ciudad inhóspita. Se acomodaron y poco después cayó la noche. La chica no pudo dormir, no solo por el temor de lo que podrían encontrarse a partir de ahora, sino porque desde que había llegado algo la atormentaba. Había recordado que tenía cuatro hermanos, no tres, pero del cuarto no conseguía recordar nada, solo el vago recuerdo de que estaba allí cuando era pequeña.
Los meses pasaron y, aunque fueron duros, la chica siguió su vida. Se habían organizado para encontrar recursos y estaban aprendiendo a defenderse. Ella entrenó con la lanza, en recuerdo a la heroína que admiraba desde niña, y no se le daba mal. Sin embargo, en un día que no terminaba de recordar uno de los grupos volvió con libros de los que, al parecer, aprenderían a hacer magia. Algunos no tuvieron suerte aún con toda la práctica, pero la chica se asombró cuando los sortilegios que conjuraba funcionaban perfectamente. Todo iba bien y cada día que pasaba más se hacía amiga del resto del grupo: la varmana era su mejor amiga, pero también hablaba bastante con el frivy's (aunque siempre tenía las manos frías cuando le ponía la mano en el hombro, una costumbre que tenía el chico con todo el grupo), los dos humanos que había en el torreón y un tímido xiotwacano con una máscara de madera en forma de hojas. El buen ánimo hizo que, cuando encontró lo suficiente, comenzará a dibujar en los folios que les sobraban y, a veces petición del resto y otras por gusto, en las paredes del torreón. Peces de colores, pájaros y otros animales poblaban las paredes de Letargo, entrelazándose entre las enredaderas. Estaba orgullosa de todas y cada una de sus obras, más cuando el frivy's, el más versado en magia, encontró un hechizo particular que probó con ella: le arregló la vista y ahora podía ver todos los colores. -(No me he sentido más viva en mi vida. Hay tanto colores por todas partes, es precioso.)- pensó cuando pudo contemplar todo en el torreón en su máximo esplendor.
No todo fue agradable por desgracia. Si bien no habían tenido muchos problemas en un inicio, cuando se iba acercando la Luna ocurrieron varias desgracias. La humana había matado a uno del grupo en un ataque de ira desmedida y, tras debatirlo, habían decidido encerrarla en las mazmorras del sótano para evitar que hiciera daño a nadie si la desterraban del torreón. El xiotwacano había enfermado de gravedad y llevaba reposando en cama desde hacía meses, con multitud de moscas y otros animalillos a su alrededor, a opinión de los más pesimistas del grupo esperando a que muriera para darse un festín con su cuerpo. Y la varmana, su mejor amiga, había perdido una pierna en una trampa mágica mientras exploraban las ruinas. Nunca se perdonaría no haber estado allí para protegerla, por lo que hizo todo lo posible por curarla los días siguientes y que la herida cicatrizara. A pesar del entusiasmo que intentaba mantener en el grupo, en esos momentos no conseguía sacar las fuerzas para escapar de la tristeza. Lo único que le consolaba un poco era su fiel lápiz y un par de hojas de papel, dibujar le daba un respiro de la cruda realidad, le daba fuerzas para seguir. Eso y contemplar la figura que había pintado en la pared del patio. Era un ochrorio anciano encapuchado, con una túnica hecha de hojas como las que había encontrado muchas veces tanto en el patio como en sus salidas. -(No entiendo de dónde salen, no hay árboles cerca)- pensaba cada vez que encontraba una. Aquella figura le transmitía una extraña nostalgia, era el único recuerdo claro que conseguía encontrar de su hermano perdido. Él le había contado la historia de ese anciano hace mucho tiempo, aunque no recordaba de ella más que el aspecto del protagonista.
La noche señalada llegó y la chica la esperaba junto a sus compañeros. La luz roja entró por todas las ventanas y los gritos comenzaron poco después seguidos de crujidos antinaturales producto de los cambios que estaban por venir. Ella estaba espantada por el dolor de sus amigos, intentando ayudarlos sin éxito, intentando parar lo inevitable. A ella en particular no le estaba pasando nada, pero en un momento tuvo el impulso de salir al patio. Allí encontró la Luna Roja, brillando en todo su esplendor y llenándola de poder, conmoviendo a toda la ciudad. Se fijó al instante de la figura que estaba subida en el muro, aunque no conseguía ver sus rasgos. Lo que sí tuvo claro cuando aquel ser saltó fuera del torreón es que debía seguirlo. Con toda la rapidez que pudo, salió fuera y corrió por las calles bajo la lluvia, dejando en el torreón que el xiotwacano se convirtiera en barro y los animales lo arroparan como nuevo hogar, al frivy's envolverse en hielo y a su amiga transformándose en un ángel negro que debería enfrentarse a la trasgo que se gestaba en las mazmorras. Lo que no vio fue como el dibujo del anciano había desaparecido.
Érase una vez una chica que seguía a una sombra bajo la luna de una ciudad maldita, por callejones oscuros y sin importarle la lluvia que caía. -¡Espera, por favor! ¡Solo quiero hablar! ¡Por favor!- gritaba a pleno pulmón para que el extraño aminorara su huida sin éxito. Pensaba que se iba a quedar sin aliento cuando la figura paró en medio de una plaza. Cuando la chica llegó a su altura, vio que otra persona había llegado también allí y estaba observando la figura. Ella reconoció al instante lo que había estado persiguiendo: era el dibujo del anciano con la túnica de hojas, lo tenía delante. A su lado había un hombre joven, con una ropa casi idéntica que miraba con mucho interés al dibujo. -¡Vaya, te ha quedado bastante bien! Aunque no estoy tan viejo todavía, pero no puedo criticarte por eso cuando te conté la historia.- El ochrorio la miró a los ojos, con un alivio y una alegría que se notaba en el ambiente, aguantando las lágrimas mientras decía: -Hola, Chrille. Me alegra ver que estás bien, te he echado mucho de menos.- Chrille se quedó inmóvil mientras en su mente afloraban todos los recuerdos, todos los días, todas las historias. -Chromsa...- llegó a decir por primera vez en 10 años antes de fundirse en un abrazo entre lágrimas con su hermano.
Érase una vez dos hermanos, un fauno que controlaba las hojas marchitas y una pictomante, que se volvían a encontrar en el mundo que los separó y que, bajo la Luna Roja, la lluvia y los peces y pájaros de colores que surcaban los cielos lejos de su prisión de papel, empezarían un nuevo capítulo en aquel cuento.
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